A 50 años del golpe en Chile, un reporte sobre la solidaridad con las víctimas del otro lado del globo
Este lunes 11 de setiembre se conmemoran los cincuenta años del golpe de estado de Pinochet en Chile. En Londres, donde resido, he pasado parte de la semana acompañando a varios amigos chilenos a eventos que recordaron lo sucedido y que rindieron tributo a los impresionantes gestos de solidaridad que recibieron en el Reino Unido.
El jueves por la tarde acompañé el bordado y costura de un grupo de exiliados, algunos de los cuales habían sido prisioneros políticos y llegaron con el programa de becas organizado por el Servicio Internacional de Universidades (WUS, por sus siglas en inglés) para estudiar en el Reino Unido, una de las maneras en que podían salir de la cárcel y repatriarse con sus familias. Fue un privilegio conocerlos y escuchar algunas de sus historias; sus recuerdos de compañeros que ya no están con nosotros y sus experiencias como emigrados a la fuerza.
Conocí este grupo gracias a Marcela Pizarro, una de mis amigas más antiguas en esta ciudad, de cuando éramos estudiantes universitarias hace más de veinticinco años. Marcela llegó a los dos años, cuando su padre recibió una beca de WUS, y ha construido aquí toda su vida. Junto a sus amigas Jimena Pardo e Isabel Cortés —y muchas más hijas e hijos del exilio—, todas ellas continúan la labor de sus padres como organizadoras comunitarias y en las campañas de solidaridad en contra de la impunidad y la injusticia.
Hace unos años ellas crearon una gran arpillera donde puede colaborar quien quiera y pueda. En ella, poco a poco, se tejen con pedazos de tela los recuerdos de los desaparecidos y de las víctimas de tantos abusos, no solo de hace cincuenta años, sino también del estallido social del 2019. Mañana, lunes 11, las acompañaré a llevar la gran banderola a su embajada para exigir justicia y memoria.
El sábado 9 se realizó un evento donde varios de los que fueron parte de los programas de solidaridad que trajeron a un importante número de chilenos compartieron sus experiencias. Dos cosas me llamaron la atención. Por un lado, casi todos los participantes del panel reflexionaron sobre cómo ellos construyeron sobre la base de las experiencias de solidaridad que ya existían y que fueron creadas para responder a la Guerra Civil Española y a las tremendas crisis de refugiados desatadas en los años 1930 durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
Dos de las mujeres que hablaron eran hijas de sobrevivientes del holocausto y venían de familias de refugiados. Sus experiencias personales habían, sin duda, influido en su interés por ser parte de esta oleada de solidaridad. Sara de Witt es una chilena que compartió su historia de cómo llegó a Bradford para estudiar trabajo social y políticas públicas y se sintió bienvenida por toda la comunidad; así conoció a mujeres polacas que habían sido esclavizadas por nazis que habían matado a sus familias, y relató que por las tardes muchas mujeres de Europa oriental se reunían en la plaza y, en una multitud de idiomas incomprensibles para ella, además de un inglés rudimentario, se sacaban en cara los horrores infligidos unos a otros en la guerra que había terminado poco más de veinte años antes.
La distancia temporal que separa a los exilados chilenos de los refugiados de la Segunda Guerra es la mitad de la que ahora nos separa de los eventos del golpe en Chile, y esto fue lo otro que me llamó la atención: que cuando se recuerdan cincuenta años de un hecho histórico, los participantes, o por lo menos algunos, aun están con nosotros y nos pueden hablar directamente de lo sucedido. En la mayoría de casos son personas que se están haciendo mayores y que están listas para pasarle la posta a las nuevas generaciones.
Quienes fuimos niños en los 70 y 80 recordamos la dictadura de Pinochet y la transición a la democracia, pero realmente no tenemos noción de lo sucedido antes; para nosotros es ya historia, y por eso nos toca escuchar a los mayores y seguir con su legado. Mujeres como Jimena, Isabel y Marcela, que han crecido en el Reino Unido, tienen muy en cuenta la historia que las trajo aquí y cada una, a su manera, sigue el camino trazado por sus padres, como testigos de sus luchas.
El WUS hizo mucho por sus padres. Unos 900 chilenos vinieron becados al Reino Unido, muchos de ellos con sus familias. Una mayoría (500) volvieron, pero otros se quedaron haciendo una vida entera aquí. Sus hijos ya eran ingleses cuando pudieron volver y pensaron que irse sería otro exilio para ellos.
Pero no todos llegaron a estudiar, otro número importante lo hizo con el programa de Solidaridad con Chile que, si bien era parte del movimiento laborista, también tuvo mucho apoyo de los grupos universitarios, de la Iglesia y de las comunidades en general. Lo que sucedía entonces en Chile impactó tanto entre los trabajadores que en Escocía un grupo de ingenieros de aviación se rehusó a reparar entre 1974 y 1978 los motores de los aviones militares chilenos que llegaban hasta allá. Hace unos años el documental ¡Nae pasaran! (2018) —un “¡no pasarán!” pronunciado en inglés de la región—, narró su experiencia. En la reunión de hoy, una compañera pidió un minuto de silencio por John Keenan, el último de los cuatro ingenieros que falleció ayer y que es uno de los pocos extranjeros que han recibido la medalla Bernardo O’Higgins en reconocimiento a su negativa de apoyo al régimen de Pinochet.
A propósito de ello, un antiguo alumno mío, Chris Paul, ha producido este año un documental sobre el exilio chileno en el norte de Inglaterra y en él se pueden ver muchas de las historias de las que habla este artículo: Chileans of the North (2023).
Todos los participantes han mencionado esta semana lo que los chilenos aportaron a este país: la manera en que llenaron de vigor el movimiento de solidaridad, la forma en que se integraron en la sociedad y cómo siguen contribuyendo de muchas maneras.
A pocas horas de conmemorar los terribles hechos de hace cincuenta años en La Moneda, donde murió no solamente Allende, sino que empezaron a enterrarse las ilusiones de toda una generación, no olvidemos que fue allí también donde el movimiento de solidaridad retomó fuerzas, creció y se esparció por el mundo.
Ahora nos toca ahora a los que entonces éramos niños recordar, pedir justicia y decir una vez más: ¡Nae pasaran!
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En las vueltas que nos tocó dar en la vida Nosotros conocimos algunos exilados, que lo asumieron con mucha valentía y entereza.
Buen recuerdo por todos elllos