Dos buenos amigos se han ido, pero hay que seguir el camino
Escribo desde el pueblo gallego de Sarria, lista para emprender el Camino de Santiago. Desde no sé bien cuándo quise hacer este peregrinaje: lo pensaba y sopesaba pero nunca era el momento preciso, hasta que me encontré en una encrucijada personal que me pedía tiempo y espacio para pensar, así que, sin más, alisté mis cosas —que son pocas, porque no me gusta cargar— y eché a caminar sin planes muy claros porque siempre he sido de las que hacen camino al andar.
Al empezar mis pesquisas descubrí que la Compostela más corta parte del pueblo de Sarria y fue entonces cuando supe que desde allí debía salir, no tanto porque mi estado físico no dé para mucho más, sino, principalmente, porque lo sentí como una señal de mi querido y recordado condiscípulo Rodrigo Sarria, que nos dejó demasiado pronto hace poco debido a un cáncer fulminante.
Rodrigo y yo nos conocimos en estudios generales de Letras, el último año de los ochenta, en los estertores del primer gobierno de Alan García, cuando todo parecía eternamente gris, cuando soñar era un lujo que no nos queríamos permitir, pero que igual hacíamos, porque al final de cuentas para eso está la juventud.
Ya para entonces Diego Bertie nos había cantado Los buenos tiempos, una muestra más de que al optimismo de la juventud no le gana nadie. Esa era la canción de moda cuando terminé el colegio, fue parte del soundtrack con el que nos lanzamos al mundo adulto con mis amigas, en pleno conflicto armado interno, con hiperinflación y éxodo, porque a pesar de todo éramos jóvenes y queríamos creer en algo mejor.
Diego y Rodrigo coincidieron en la academia preuniversitaria. Los dos eran un poco mayores que el resto y buscaban un nuevo camino en la Universidad Católica, después de no haber encajado ni en la Pacífico ni en la de Lima, respectivamente. Mi hermana conocía a Diego de la adolescencia, así que cuando nos tocó dar el examen de ingreso, él fue uno de los que me ayudó a salir cargada (otro día contaré cómo me desmayé en el examen de ingreso y aún así logré entrar).
Fuimos cachimbos juntos y nos sentábamos en la misma banca del enorme salón de Lengua 1. Me acuerdo mucho más de sus chistes y ocurrencias que de las sabias palabras de Luis Jaime Cisneros. Para entonces, él ya era un galán de matiné, y mi amiga Karen y yo éramos la envidia de la clase porque Diego era nuestro amigo.
Pero sus días en la universidad estaban contados, en parte porque su plan de ingresar para reconquistar el corazón de la chica más linda del mundo no había funcionado, pero principalmente porque lo de Diego eran las tablas, la música, el cine. Nos vimos muy pocas veces después, pero siempre nos saludamos con mucho cariño.
Como todos, seguí su carrera, me emocioné con todos sus papeles en el cine, vibré cada vez que lo pude ver en el teatro o cuando lo escuchaba cantar. Crimen y castigo de Lombardi me impresionó, así como las películas que hizo con Tamayo, y me alegra pensar que aún me queda una de esas películas por ver. Hace un par de meses cantó en la fiesta de una amiga y las chicas volvieron a tener diecisiete mientras bailaban y cantaban “los buenos tiempos”.
En estos meses pude ver la crueldad con que se trataron sus esfuerzos por hablar de sus opciones personales, cómo su identidad sexual fue discutida, apropiada y manoseada por propios y extraños. Sí, era una figura pública, pero no por eso me pareció justo que lo más privado de su vida se discutiera como si fuera un asunto de todos. Siempre me pareció oportunista la manera en que un joven escritor en busca de figuración lo desnudara de una manera tan descarnada en su primera novela.
De la misma manera, me parece deleznable que hoy la prensa esté acosando a su hija y que se esté discutiendo las intimidades de su familia, que ya ha sufrido mucho por temas de salud mental. Me parece, más bien, que lo que toca hacer en estas ocasiones es tratar de ponerse en los zapatos del otro, de tener empatía con su familia y amigos. De recordarlo como ese ser de luz que siempre fue. Todos los que tuvimos la suerte de conocerlo, aunque sea un poquito, nos llevamos el mismo recuerdo, todos los que lo hemos visto como artista podemos ver esa misma luz.
Cuando comience esta peregrinación en el pueblo de Sarria, tendré en mi corazón tanto a Rodrigo como a Diego, y pensaré en los buenos tiempos de nuestra dorada juventud.
Y, en su nombre, trataré de que los buenos tiempos no se extingan con los años.
¡Qué bello homenaje para ambos!
Caminar, recordar y llevar en mente a lxs amigxs es uno de mis disfrutes siempre. Disfruta la.peregrinación.
Buenísimo. Ojalá lo lean todos esos que critican sin mostrar ninguna empatía.
Excelente jugo que hoy nos regalas Natalia. Los caminos de Dios son intrincados, pero siempre nos llevan a buen destino. Hoy te tocó despedir a dos personas entrañables y queridas para ti. Y que mejor hacerlo recorriendo ese bendito camino donde la reflexión, la oración y la compañía de Dios -junto a Rodrigo y Diego-, estoy seguro le darán sentido a tu peregrinar. Que todo te vaya bien ….
Toca reiniciar esos buenos tiempos!!!!!