En nuestra actual “Guerra Fría”, la ciencia y tecnología pasan desapercibidas
Esta semana mis redes sociales se vieron inundadas de dos temas: los libros y la Guerra Fría. Por un lado, amigos y conocidos se animaban a recomendar sus libros favoritos por el día del libro, las librerías nos invitaban a leer y los autores conversaban con lectores de todas partes del mundo. ¡Isabel Allende hasta firmó libros remotamente gracias a un brazo robótico! Por otro lado, me llegaban cadenas de WhatsApp invitándome a hacerle frente al avance del comunismo y alinearme a las filas del desarrollo.
Todos estos mensajes llegaban mientras devoraba las páginas de “Itineraries of Expertise: Science, Technology and the Environment in Latinamerica Long Cold War”.[1] Un libro editado por Andra B. Chastain y Timothy W. Lorek que se fue directo a mi lista de lecturas para recomendar.
La Guerra Fría es uno de los periodos favoritos de muchos historiadores de la ciencia, incluyéndome, puesto que ejemplifica de milformas cómo la ciencia y los científicos funcionan como actores dentro de los rompecabezas políticos. Pasó en la Guerra Fría y ocurre ahora. El ejemplo más palpable de estos encuentros fue el avance de la carrera espacial que inició el Sputnik 1 al orbitar sobre la Tierra y llegó a su culmen de popularidad con el alunizaje. Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para Estados Unidos.
Sin embargo, el posicionamiento científico durante la Guerra Fría fue más allá de las aventuras espaciales. Itineraries of Expertise se centra en proyectos de ingeniería, agricultura, comunicación y ambientalismo que tuvieron lugar en nuestro continente. En algunos casos, estos proyectos se enmarcaban en planes de gobierno que veían a la ciencia como el motor de desarrollo que requerían. Pero en otros, los proyectos dependían del entusiasmo de ciertos individuos, expertos que con conocimiento y habilidades determinadas fueron capaces de convertir el conflicto de las grandes potencias en el catalizador que sus proyectos necesitaban.
Como el libro lo demuestra, estos casos no fueron contados con los dedos. A lo largo de todo nuestro continente podemos encontrar recuerdos de hazañas científicas que son también vestigios de la influencia de la Guerra Fría, desde las represas mexicanas inspiradas en la Autoridad del Valle del Tennessee, hasta una insignia de la NASA olvidada en Chile.
En nuestro país también podemos encontrar espacios que nos recuerdan cómo expertos extranjeros cambiaron nuestro panorama. Uno de los ejemplos incluidos en el libro es la creación del Cañón del Pato en la región de Ancash. La idea original de este proyecto fue de uno de nuestros héroes científicos nacionales, Santiago Antúnez de Mayolo, quien también ideó las centrales del Mantaro y Machu Picchu, como lo detalla el historiador de la tecnología Neydo Hidalgo. Sin embargo, el proyecto no se convertiría en una realidad hasta décadas después con la especial participación de ingenieros estadounidenses que habían participado anteriormente en la Autoridad del Valle del Tennessee, la misma que inspiró proyectos en México y otros países de la Sur Global. El Cañón del Pato representa no solo avances de la ingeniería, también es una manera de controlar la naturaleza y alinearla a los intereses nacionales. Según Fernando Purcell, el Cañón del Pato simbolizó el “procapitalismo y anticomunismo” de Odría, pues fue el presidente tarmeño quien brindó el mayor impulso a este proyecto.
El segundo ejemplo que el libro incluye nos puede llamar un poco la atención: los parques nacionales. ¿Qué tienen que ver los parques nacionales con la Guerra Fría? Según la autora Emily Wakild, los parques nacionales encajan en una manera de desarrollo diferente a la que solemos reconocer. Según la autora, no responden a ideas autoritarias de desarrollo ni control sobre la naturaleza, pero tampoco son espacios libres de intereses ni promovidos exclusivamente por movimientos sociales. La mayoría de los parques nacionales no funcionan solo como áreas de conservación, son en realidad grandes laboratorios de investigación que acogen a científicos de todo el mundo. Como remarca la autora, estos parques funcionan como utopías, puesto que su conservación y la investigación que se realiza en ellos se financia mediante las ganancias de procesos extractivos que los ponen en riesgo.
Sin lugar a duda los parques naturales son un tema apasionante que necesita no una, sino muchas futuras columnas. Sin embargo, para esta me detendré en un personaje que Walkild considera crucial para la creación del parque natural del Manu: Celestino Kalinowski. Este fue un notable naturalista y conocedor de la fauna peruana. Pero, como lo describe la autora, también fue un “cazador de primer nivel”, lo cual lo llevó a ser un taxidermia reconocido mundialmente, especialmente por sus colaboraciones con el museo Field de Historia Natural de Chicago. En los años posteriores, Kalinowski abogaría por la conservación del área natural del Manú para frenar la caza comercial y la tala en la zona. Como entona Rubén Blades, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. La sorpresa final fue que el Manu fue declarado Parque Nacional al inicio de los 70 gracias a la cooperación internacional y tras demostrar su valor para el avance del conocimiento.
De diferente manera, la Cañón del Pato y el Parque Nacional de Manu nos presentan cómo el actuar de los científicos e ingenieros ha funcionado siempre muy de cerca de la política y de la transformación de la naturaleza. Siempre con una ayudadita de afuera, claro está. Por una parte, el Cañón del Pato nos recuerda cómo la fuerza de la naturaleza puede ser utilizada para nuestro beneficio si la encaminamos de la manera adecuada, mientras que el Parque Nacional del Manu nos recuerda que nuestro sistema de desarrollo pone en riesgo al balance de la naturaleza de una manera tan violenta que tenemos que crear utopías de conservación.
Lo cierto es que, en las siguientes semanas, las conversaciones y memes nos seguirán contando que estamos viviendo el remix de la Guerra Fría. Pero en esta versión, ya sea real o imaginaria, parece que la ciencia y la tecnología no tendrán un rol protagónico como lo tuvo en el pasado. O tal vez me equivoque y en estas semanas empecemos a ver la carta científica como parte del debate político. En todo caso, pido que sea por las vacunas.
[1] Los dos primeros capítulos del libro están liberados en este link, donde también se encuentra la versión online.
Interesante articulo que nos lleva a ver las razones científicas pero con peculiar entorno económico, felicitaciones.
La ciencia es sin duda es el motor del desarrollo; interesante artículo que demuestra con ejemplos locales como es que los países se desarrollan y crecen cuando apoyan a la ciencia; la historia de la humanidad es la prueba de ello, como se describe en el libro Sapiens de Harari