Herentocracia y privilegio


Llamativas publicaciones recientes sobre la desigualdad de oportunidades


A riesgo de que me apanen mis colegas, los estudios de largo plazo de la desigualdad los ha liderado Thomas Piketty, economista francés que produjo uno de los libros más comentados (no sé si leídos): Capital en el siglo XXI; en clara alusión al Capital, de Marx. Más allá de la prosa o ideas, lo más interesante para mí de los trabajos varios de Piketty es la base de datos económicos que ha logrado construir y que le permite estudiar grandes tendencias en varios países.

Con las encuestas de hogares, que se realizan de manera anual, es posible calcular la medida más conocida de la desigualdad económica —el coeficiente de Gini— y constatar cómo se ha venido mejorando con los años de crecimiento económico. La desigualdad se asocia así a una situación que quisiéramos reducir: por ello estudiamos las causas que explican la pobreza y las políticas públicas que necesitamos para aliviarla y buscar que menos personas vivan con carencias.

Sin embargo, poco es lo que se estudia sobre qué pasa del otro lado; es decir, sobre las causas tanto de corto como de largo plazo de lo que podríamos llamar el privilegio y sus características, la otra cara de la desigualdad. Ha llamado así mi atención el esfuerzo de dos historiadores y una socióloga en diferentes partes del mundo —el Reino Unido de un lado, y el Perú, por otro— de estudiarlo. Además, hacerlo motivados por la gran desigualdad en las oportunidades que enfrentamos los ciudadanos.

El libro de la historiadora Eliza Filby tiene un título muy provocador: Inheritocracy. It’s time to talk about the bank of mom and dad. A través de su propia historia, construye una reflexión sobre los contrastes entre generaciones, particularmente entre los denominados baby boomers contrastados con los millenials. Los primeros vivieron un periodo de espectacular crecimiento económico en el Reino Unido y la construcción de un estado de bienestar que les ha permitido acumular una riqueza importante y que es protegida por la política, ya que tienden a votar en masa en un país donde el voto es voluntario. Los millenials, que son hijos de estos boomers, están viendo muy difícil acumular riqueza por sí mismos, a menos que cuenten con aquella de sus padres. 

Por su lado, en el Perú, el historiador Álvaro Grompone y la socióloga Luciana Reátegui acaban de publicar El privilegio en el Perú. Cómo construyen desigualdades quienes se benefician de ellas. Son 8 estudios de casos escritos por profesionales de varias disciplinas que se ordenan alrededor de las fronteras simbólicas, la relación entre el privilegio y el neoliberalismo, la definición de masculinidad de los hombres privilegiados y los límites de los privilegios. 

En el ensayo introductorio, Grompone y Reátegui parten discutiendo con quienes suelen criticar el concepto mismo de desigualdad, para plantear por qué molesta el privilegio: por su carácter exclusivo, pero, sobre todo, inmerecido, en tanto provendría de razones que poco o nada tienen que ver con el mérito. La propuesta para explicar el privilegio parte de motivos económicos —del capital puro y duro— pero trasciende hacia el capital social —el parentesco o los contactos— o el capital cultural o simbólico, o bien ser hombre en una sociedad patriarcal como la nuestra. 

El privilegio en el Perú, de acuerdo a los autores, se comprende como relacional, es decir, en función a otros, pero también es jerárquico. La mera y común expresión “¡qué tal raza!”, u otras como “¿no sabes quién soy yo?” dan cuenta de esa relación de subordinación que resulta de menospreciar los derechos del otro, o de pretender lograr en el interlocutor una posición de obediencia en la escala social.

Tras leer estas publicaciones, queda claro que no solo de números vivimos los economistas. Estos libros tiñen de vida a las cifras.


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