Fluye, bebé


Sobre nuestra actual responsabilidad de criar para el futuro


Margarita Gonzalez cursó Antropología en la Universidad Católica, es madre de un mayor de edad, de dos adolescentes y de cuatro gatas. 
Es la creadora del blog «Mala Madre». También es profesora de yoga y aspirante a pole dancer. Tenía un cactus, pero ahora está en un lugar mejor.
Cries in señora.


Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie quiere cambiarse a sí mismo, dijo Tolstoi. Y aparentemente, menos aún, se quiere ser agente de cambio en la crianza de les hijes.

Pocas brechas generacionales debe haber habido en la historia como la que tenemos con nuestros hijos. Si bien los abuelos de mi generación se “enfrentaron” a los hippies, alucinógenos y nuevas libertades sexuales, estoy segura de que nosotros la tenemos un poco más difícil debido al papel de la tecnología: somos padres de los primeros nativos digitales y testigos de diversidades para las que no había preparación ni nomenclatura (por estos lares). Hemos visto al mundo cambiar y nos hemos adaptado como hemos podido a una realidad que veíamos en películas futuristas. Nos enfrentamos a una forma de violencia: la digital. También a una pérdida de la intimidad. Y a varias otras cosas que han venido de la mano con los teléfonos inteligentes y el mundo a un clic. Entonces, ¿cuáles son nuestras nuevas responsabilidades de crianza para que el mundo sea un mejor lugar?

Mientras, por un lado, algunas barbaridades que ha visto nuestra generación son ahora anacrónicas y las medidas correctivas que vivimos literalmente en carne propia están ahora legalmente prohibidas —gracias al universo por eso—, por otro, fantasmas de la intolerancia se mantienen.

En estos vientos de cambio, me sorprende cada vez más la gente que se aferra a un statu quo sostenido solamente por babas en unos pocos bastiones retrógrados como el nuestro. Personas que creen que los valores, la moral y las buenas costumbres están intrínsecamente ligados a la religión, que piensan que la neurodivergencia es un cuento o una enfermedad, que creen en las terapias de conversión, que pertenecer a la comunidad LBTGI está mal o son enfermos; y a quienes les parece bien que una niña de diez años se convierta en madre a pesar de ser esto considerado por los organismos internacionales como tortura; gente que al escuchar lenguaje inclusivo sienten algo arder en su alma de “lingüista puro”. En resumen, almas que se resisten a reconocer que el futuro no es de ellos y que quieren dejarles a sus hijos un mundo que no solamente no va a existir en el futuro, sino que en este momento se está derrumbando con una rapidez asombrosa, aunque lo nieguen.

Cada niño es un mundo y cada familia, también. El tema no va por criticar estilos de crianza, salvo que sean los que usan la violencia. El problema con mantener posturas que están pasando a ser “del pasado”, es que se niegan identidades, se maltratan colectivos enteros, se siguen arrastrando lacras como el machismo, el capacitismo, el racismo o el clasismo, la homofobia y la transfobia, tan fundacionales en nuestra realidad nacional. Ya sabemos que no sirve el “haz lo que digo y no lo que hago”. No hay nada más fuera de la lógica que decir que ser racista está mal y al rato gritar “cholo de mierda” al que te mete el auto en la calle. O decirle a tu hija que todos somos iguales y que toda la carga doméstica caiga sobre su madre. 

Tengo amigos gays, pero… 

Yo soy proderecho y libertad, pero… 

Yo soy bien avant garde, pero…

Piense usted en cómo ese “pero” afecta a la gente a su alrededor y cuál es el ejemplo que está construyendo. El trabajo de deconstrucción propia es duro y constante, pero necesario para criar a les hijes en tolerancia y empatía. Es una responsabilidad inmensa criar ciudadanos que tengan en cuenta a todos, que sean inclusivos, que sean sensibles, que acepten los cambios, que abracen a todes.

Por ejemplo, ver una película donde un personaje tiene una pareja del mismo sexo no es una ventana abierta para que tu hije se vuelva gay: es una oportunidad de oro para explicarle que amor es amor. Y este viene de muchas formas, eso solo como el ejemplo más reciente que se me ocurre.

Heráclito, hace 2.500 años nos dijo ya que lo único constante es el cambio. ¿No es mejor que ese cambio nos agarre con la mente y los brazos abiertos, enseñando tolerancia y respeto al otre? Mi mamá era zurda y en el colegio la hicieron diestra a reglazos. Yo soy zurda y nadie lo ”corrigió”, eso se veía ya como una barbaridad. Cosas como esa me hacen tener un poquito más de fe.

Independientemente de lo que pensemos, se usará el lenguaje inclusivo, será ley y se respetarán y aceptarán las diversidades. Así que, como dice mi sobrina: “fluye, bebé”.


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