¡Eso es racismo inverso!


Una revisión a un discurso que se propaga sin mayor análisis 


En mi artículo anterior hice referencia a la naturaleza estructural del racismo en el Perú a través de una de las formas más claras en que este se institucionaliza. Concretamente, a partir del tuit de un excongresista que ilustraba la inserción del racismo en los marcos lógicos o de justificación y motivación de los productos normativos y políticos de las autoridades nacionales. Un cabo que quedó suelto en ese texto, sin embargo, fue la idea del “racismo inverso”. 

Nos topamos con ella en conversaciones que van más o menos así: 

—En el Perú hay racismo, porque tales grupos…. 

—¡¿Y qué me dices del racismo inverso?! Porque nosotros….

O en frases así: “sí, te escucho, pero a nosotros también nos discriminan, ¡eso es racismo inverso!” 

Esta construcción discursiva tiene mucho tiempo en circulación y suele ser utilizada como argumento de negación o de desvío de la conversación cuando se afirma o denuncia el racismo en nuestra sociedad. Cuando se utiliza, aunque la persona no tenga la intención, el efecto que causa es el de minimizar, negar o relativizar el racismo que se denuncia en el momento. De paso, afirma a la persona negacionista como el sujeto central cuyas experiencias son las únicas que valen. 

Fuera de que en un estado ideal de las cosas, las personas a quienes escuchamos compartir algo que les afectó —o que comparten algo que ya es complicado de identificar y compartir en nuestra sociedad— no deberían recibir como respuesta inmediata un ya, pero ¿qué hay de mí?, podría valer la pena dar una revisión a la racionalidad detrás de un “posible” racismo direccionado en contrario y buscar algunas alternativas discursivas un poco más exactas.

Primero, dos puntos que pueden sorprender a muchos, sobre todo viniendo de esta servidora. El primero, es que todas las personas, independientemente de su identificación racial, étnica o cultural, pueden ser discriminadas racialmente. Todas. Las personas blancas también. La discriminación racial es un fenómeno estrictamente legal. Un tema de vulneración de derechos. Todas y todos tenemos estos derechos y, por tanto, todos y todas podemos ser vulnerados en los mismos. Lo segundo, que en realidad se deslinda de muchas cosas que he dicho y escrito antes, pero que vale la pena hacer explícito, es que el racismo es un fenómeno social —no legal— y que con base en su naturaleza sistémica y estructural tiene un componente de poder muy fuerte. 

Ahora bien, ¿por qué estos puntos son importantes? Porque si bien no concuerdo con el uso instrumental que se da a la idea —aun falaz— del racismo inverso, estoy convencida de que hablar de estos temas desde la moderación y/o considerando todos los puntos de vista es importante. Sobre todo, si de verdad queremos entendernos y, desde ahí, avanzar como sociedad. En este sentido, creo que la respuesta automática e inmediata de “a nosotros también nos discriminan” no es la adecuada, sobre todo porque hay momentos donde conviene escuchar y buscar entender, en vez de ponerse al centro de la atención, pero creo que es importante explorar qué hay o podría haber detrás de ese sentir, para darle un nombre correcto, mirarlo y buscar resolverlo, si es que fuera un problema. 

Teníamos que el racismo no es un episodio aislado que sucede rara vez entre dos personas desconocidas, sino una presunción generalizada, que todos reforzamos constantemente, de desigualdad de las personas basada en su color de piel, sus rasgos fenotípicos, características étnicas, formas de hablar y vestimenta, entre otros. Este conjunto de ideas sostenidas y reforzadas constantemente por todos nosotros, permea en todas las áreas de la vida de las personas en el país. Esta desigualdad, además, coloca a algunos grupos sobre varios otros de manera que, mientras más arriba de la pirámide social se esté, se ostenta mayor capital social, mayor posibilidad de control político y económico y se es un agente que se beneficia de este statu quo. Y no me refiero necesariamente a un beneficio económico explícito, sino que estar posicionado más arriba en la pirámide racial-social otorga a las personas una serie de privilegios. Por ejemplo, ser el sujeto político por defecto, ser el estándar de éxito, el estándar de belleza, ser el único sujeto creíble creador de conocimiento, tener el poder de generar las normas, vivir la vida sin tener que dar explicaciones o justificaciones de sus actos en público, que se asuma o se presuma su pertenencia en todos los espacios, que se asuma o se presuma su inteligencia, que su mala conducta personal o individual no afecte la narrativa generalizada sobre los demás sujetos del grupo al que uno pertenece, entre otros. Privilegios, además, que uno no busca intencionalmente, sino que ostenta por el solo hecho de nacer más arriba en la pirámide de clasificaciones raciales. Estos privilegios están ahí, independientemente de que uno los vea o los quiera. Y esto no significa la ausencia de limitantes o problemas en la vida, sino únicamente que nuestro fenotipo o el color de nuestra piel no es un factor agravante o amplificador de nuestros problemas. 

En este contexto, las prácticas o acciones racistas que pudiera tener una persona posicionada en la cúspide de la pirámide social/racial tienen efectivamente la capacidad para alterar, limitar y vulnerar la calidad de vida de las personas en la base de la pirámide. Las acciones de las personas de abajo hacia arriba, por otro lado, pueden ser injuriosas, altamente prejuiciosas, increíblemente molestas, pero muy rara vez lograrán afectar la calidad de vida o limitar los derechos de las personas que están arriba. En otras palabras, pueden afectar su día, pero es dudoso que le puedan hacer cosquillas a la calidad de vida y al capital social y político que ostentan, de manera personal o de manera colectiva. De ahí que el racismo inverso, o lo que se conoce como tal, sea en realidad una construcción poco lógica. 

Entonces, si no es racismo inverso, ¿es discriminación racial?

Esto no puede descartarse, pero como todo fenómeno legal —y delito en el código penal—, la discriminación racial tiene un estándar de medición medianamente objetivo y sería cuestión de evaluar caso por caso. Antes bien, como se leía más arriba, la discriminación tiene que ver con derechos y cuando estos se vulneran, no es buena idea esperar a que alguien nos cuente su dolor para responderle con un “no exageres, a mí también”.


Pensar, escribir, editar, diseñar, coordinar, publicar y promover este y todos nuestros artículos (y sus pódcast) cuesta y nosotros los entregamos sin cobrar. Haz click en el botón de abajo para contribuir y, de paso, espía como suscriptor nuestras reuniones editoriales.


Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Volver arriba