Casi siempre nuestros debates se concentran en dos posiciones antagónicas, cuando bien podrían incluir otras opciones. Es más: las mejores soluciones pueden estar bastante lejos de los extremos. ¿Por qué insistimos en encasillarnos?
Seguramente varios la recuerdan, para otros va como recomendación: Amores perros de Alejandro González Iñárritu es una joya de película. En una escena Octavio le cuenta a Susana los planes de fuga que ha diseñado para evadir la vida que llevan. Y Susana responde: “¿Sabes qué decía mi abuela? Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Desde que oí la frase me ha parecido una verdad tan obvia como potente, y sin embargo desdeñada.
Me acordé de esto mientras revisaba uno de los debates en los que nos hemos enfrascado en años recientes: el de las cuotas versus el mérito. Hay quienes opinan que deberíamos ofrecer algunas oportunidades especiales para su progreso a ciertos grupos desventajados (mujeres, pueblos indígenas, personas en condición de discapacidad). En la otra orilla están quienes creen que la competencia es el motor del progreso, y haríamos mal en distorsionarla.
La versión más reciente de ese debate estuvo en la discusión de la paridad y la alternancia en las listas congresales.
Fieles a nuestra naturaleza humana hemos encasillado este debate entre una de dos orillas. Nos pasa casi siempre eso de ignorar posibilidades. Y esta dicotomía tiene, por lo menos, un par de cosas que criticarle.
Primero, lo obvio, en el mundo no hay solo blancos y negros. Tenemos una amplitud de tonalidades entre ambos. Atendiendo este punto, las preguntas relevantes y constructivas pasarían a ser: ¿estas posiciones son irreconciliablemente antagónicas? ¿Es posible combinarlas de alguna forma apropiada?
Esto es precisamente lo que se plantearon Johanna Rickne y otros coautores en un estudio sobre la Ley de Paridad y Alternancia en Suecia. En un modelo económico validado con datos de allá encontraron que la cuota de género con alternancia permitió combinar una mejora del orden meritocrático de los hombres y una mayor representación femenina. Esto abre el camino a futuras investigaciones que sigan indagando sobre los infinitos márgenes de mejora (que los hay).
Segundo, muchas veces suponemos que en un debate solo hay dos posiciones en juego, y nos olvidamos del resto. Entramos en una suerte de túnel mental. Aquí hemos dejado de lado un factor muy importante para explicar el progreso de las personas: el azar. Tome un sorbito de honestidad y pregúntese qué tanto ha influido la suerte en su vida. Mas allá de la suerte de la cuna que le tocó en la lotería del nacimiento, ¿cree que todo lo que ha conseguido es únicamente resultado de su esfuerzo? Robert Frank, en su Succes and Luck. Good fortune and the myth of meritocracy, junta varios argumentos sobre un buen colchón de evidencia respecto a la importancia de la suerte en nuestros destinos.
Los economistas usamos una herramienta para modelar y explicar los salarios de las personas. Se llama la ecuación de Mincer. En ella se constata claramente que las personas con mayor educación y experiencia laboral reciben mayores salarios. Ahí también se corrobora que los hombres tienen salarios superiores a los de las mujeres. Hasta aquí no hay sorpresas, el modelo corresponde a la realidad (o, al menos, a lo que suponemos es la realidad).
Pero lo que es menos discutido sobre este modelo tan popular es que sirve para explicar solo un tercio de lo que sucede en el mundo real. Los otros dos tercios son “error estadístico” (como un expresidente afirmaba ser). En el mundo moderno creemos tener explicaciones para todo y desdeñamos la duda.
En esta discusión no hay dos orillas, sino más bien tres. Y aunque nadie se autoproclame defensor de la tercera orilla, el azar es un elemento que debería ser incorporado a la discusión. Pero hay más, la evidencia apunta a soluciones que no están en las orillas sino —si volviésemos a hablar de colores— dentro de las infinitas combinaciones posibles entre ellos.
Esto abre un nuevo debate: ¿cuán democráticas deben ser las discusiones nacionales? La sobresimplificación de las discusiones, si bien permite que más personas participen de ellas, puede meternos en ciertos túneles que no llevan a las mejores soluciones. ¿Qué opciones ven?
Siempre me dijeron que para obtener éxito (¡si este existe!), se necesita noventa por ciento de esfuerzo y diez de suerte… me quedo con la teoría de la relatividad de Einstein.
Interesante. No vemos la tercera orilla porque solamente escuchamos a los que piensan como nosotros o a nuestros antagonistas. Túnel de pensamiento y cavernas de eco se retroalimentan. En San Marcos, hubo una experiencia de cuota, ingresaron directamente jóvenes indígenas o mestizos de la Amazonía a estudiar durante el gobierno de Toledo, fue un fracaso absoluto. Casi todos abandonaron al segundo o tercer ciclo, desaprobados una y otra vez, pues no poseían conocimientos previos que los cursos exigían y no se realizó un esfuerzo institucional de adaptación.
Excelente artículo Hugo Ñopo!
Me ha gustado mucho.
Sin ninguna duda, el azar es uno de los peldaños del éxito y yo añadiría el orden como un aliado eficaz.
Mucha caigua.
Muy clarificador. Al respecto, Sam Harris, en su podcast Making Sense, episodio #221 del 22 de octubre, entrevista a Michael Sandel sobre los problemas con la meritocracia (https://samharris.org/podcasts/221-success-failure-common-good/). Vale la pena escucharlo.
Transcribo el resumen: In this episode of the podcast, Sam Harris speaks with Michael Sandel about the problem with meritocracy. They discuss the dark side of the concept of merit, the pernicious myth of the self-made man, the moral significance of luck, the backlash against “elites” and expertise, how we value human excellence, the connection between wealth and value creation, the ethics of the tax code, higher education as a sorting mechanism for a caste system, alternatives to 4-year colleges, and other topics,
Muy de acuerdo, siempre hay fórmulas cuando dejamos los extremos. En el polémico tema de las cuotas, ello pasa primero por ver el problema o incluso querer entender el problema. Y sucede que cuando uno no es víctima de discriminación, cualquiera sea su origen, muchas veces no se comprende cómo afecta la vida de otras personas, ni se entiende el propio privilegio. Los datos, tanto cualitativos como cuantitativos, son indispensables tanto para educar a los incrédulos como para diseñar políticas efectivas.
Feliz cumple, gracias por liberar los artículos. El azar, ese gran jugador no reconocido de nuestro destino, asi como los eventos inesperados que introduce Taleb en los cisnes negros