Un libro ilumina el abismo cotidiano de nuestras economías ilegales
No soy especialista en el tema y mi acercamiento a la bibliografía sobre criminalidad y violencia siempre ha sido con fines de investigación periodística. A lo largo de estos años he leído informes, libros, artículos o entrevistas que, con mayor o menor claridad, han intentado explicar los orígenes, causas y consecuencias de actividades que nos son tan familiares en la región, como el narcotráfico, la trata de personas, la minería ilegal o la extorsión. Debo confesar, sin embargo, que hasta ahora no me había enfrentado a un texto como Anatomía del poder ilegal (Ariel, 2025), que nos ofrece Lucía Dammert. En sus casi trescientas páginas, Lucía logra algo que parece una tarea titánica e imposible: ofrecernos una mirada detallada y, a la vez, global de las múltiples actividades ilegales que se robustecen en América Latina, aportando datos concretos, análisis riguroso y testimonios de personas de carne y hueso que nos recuerdan que la criminalidad no existe solo en los diarios y noticieros, sino en la vida de millones de ciudadanos.
Aprovechando su experiencia de años de trabajo en temas de seguridad, Lucía empieza explicándonos que el poder ilegal surge con fuerza en territorio americano gracias a un combo letal que incluye la crisis de representación de los partidos políticos, la corrupción, la informalidad, la violencia y la debilidad estructural del Estado para combatir el crimen organizado. Además, somos el continente con mayor desigualdad, que cuenta con una enorme masa de jóvenes que no consigue trabajo formal y cuyas posibilidades de movilidad social son escasas, si no nulas.
No es arriesgado decir, después de leer a Dammert, que en un continente cuyo crecimiento económico se vio impulsado por la economía liberal y las reglas del libre mercado, las actividades ilícitas se treparon al mismo coche. Me explico: en Latinoamérica, ahí donde se abre una nueva posibilidad de mercado ilegal, hay siempre un grupo “emprendedor” dispuesto a explotarlo. En algunos casos, esas actividades ilegales caen en manos del crimen organizado; en otras, no. Y eso es interesante entenderlo, porque dice mucho de la dinámica económica de este ya no tan joven continente. Comprar una paca de ropa usada proveniente de Corea en Tacna, y luego revender las prendas en un mercadillo informal en Lima es una actividad ilegal que viola múltiples reglas, pero, hasta donde sabemos, ese negocio, que cobra cada vez más impulso en la región, no está dominado por mafias criminales, sino por ciudadanos que no matan a nadie y que solo necesitan un ingreso. Extraer oro en áreas protegidas, vender cocaína en las calles o vivir parasitando el trabajo ajeno a punta de extorsiones, en cambio, son también actividades ilícitas, pero que se desarrollan gracias a grupos organizados que operan más allá de las fronteras de un país y que mueven cantidades ingentes de dinero. Es tanto dinero que sus ingresos dinamizan las economías y contribuyen a un crecimiento económico inmoral. ¿Datos? Lucía los aporta en abundancia: la trata de personas genera 150 mil millones de dólares al año a nivel mundial, de los cuales 12 mil millones se quedan en América Latina y el Caribe; el oro ilegal aporta otros 12 mil millones de dólares más a la región; 152 mil millones de dólares a nivel global provienen de la tala ilegal; el tráfico de fauna silvestre genera 12 mil millones, y la pesca ilegal, 9 mil quinientos millones de dólares. Sobre la extorsión no existen cifras oficiales, pero, para que se den una idea, se calcula que solo en Honduras se pagan alrededor de 700 millones de dólares al año por el derecho a trabajar o, simplemente, a vivir.
Cada una de las actividades analizadas en el libro tiene características peculiares, pero Dammert nos hace ver que hay entre ellas vasos comunicantes que las hacen más difíciles de erradicar. El narcotráfico, sin duda el poder ilegal más letal de la región, no solo mueve drogas que se van perfeccionando con los adelantos tecnológicos y las demandas del mercado, sino que usa para ello a personas, a las que muchas veces explota, para trasladarlas a través de las fronteras, y es el mayor comprador del tráfico de armas. La pandilla callejera, a la que le llega el producto que el cártel de Sinaloa produce, no solo distribuye la mercancía, sino que es la encargada de cobrar cupos y extorsiones a todos los que viven o trabajan en su zona. Ahí donde se desarrolla la minería ilegal en nuestra Amazonía, abunda la trata de personas, la tala ilegal y también el cultivo de coca. La misma pista de aterrizaje que saca droga de la selva boliviana puede llevar 760 colmillos de jaguar para ser vendidos a China.
Además, la data parece consistente en señalar tres aspectos fundamentales: en primer lugar, donde florecen las actividades ilegales, el Estado, que ya estaba ausente, se vuelve inexistente; en segundo, así como ocurre en la generación de riqueza formal, muchos lugares donde se forjan grandes fortunas producto del crimen están rodeados de la pobreza más extrema y asfixiante; y tercero, en casi todas las actividades criminales analizadas en el libro, las que llevan la peor parte de la violencia y la explotación son las mujeres.
Por último, el libro escrito por Lucía Dammert salda una deuda con las víctimas de este poder ilegal, porque, en lugar de llenarnos solo de números y diagnósticos, nos permite asomarnos a la vida de muchos latinoamericanos tocados por la violencia. Así nos enteramos de la historia de Julia, una mujer peruana que pasó una década en la cárcel cuando fue captada por una red de narcotraficantes que la usaron para pasar droga en el aeropuerto; o la de Carla, una mexicana que fue llevada con engaños por su novio a Cancún, donde terminó siendo esclavizada y ejerciendo la prostitución contra su voluntad; o la de Lorena, una venezolana que casi muere con toda su familia cuando intentaba cruzar el Tapón del Darién rumbo a Estados Unidos; o la de Carlos, un guatemalteco que tiene que pagar un promedio de 30 dólares diarios para que le permitan trabajar sin asesinarlo; o la de Yolanda, en Ecuador, que paga 32 dólares mensuales para que le permitan vivir en su casa y trabajar en su puesto de comida sin que le pase nada a ella o a los suyos.
El poder ilegal atraviesa el continente y, de una u otra manera, ha tocado la vida de todos nosotros. Soluciones hay, pero, como señala Lucía, no pasan por la mano dura ni la militarización, sino por el fortalecimiento de nuestras instituciones —sobre todo las encargadas de la seguridad y de la administración de justicia—, por el trabajo conjunto entre la sociedad civil y las autoridades, y por la implementación de políticas públicas que ofrezcan alternativas a los jóvenes para progresar y salir de la pobreza. No es una tarea fácil, pero ya es hora de empezar, porque de lo contrario los muertos se nos seguirán acumulando.
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