¿Tendremos este año nuevos intentos de construcción partidaria?
Eduardo Dargent es politólogo, abogado y profesor del departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Máster en filosofía política de la Universidad de York, Reino Unido. Doctor en Ciencia Política (Universidad de Texas en Austin). Sus temas de investigación son las políticas públicas, economía política, el Estado en América Latina y los partidos políticos. Ha publicado en diversas revistas especializadas como Comparative Politics, Journal of Democracy y Journal of Latin American Studies. Ha publicado Demócratas Precarios, Technocracy and Democracy: The Experts Running Government y El Páramo Reformista.
Un talentoso colega, Juan Pablo Luna, viene diciendo desde hace más de una década que si queremos ver el futuro de la política en América Latina miremos al Perú. Uruguayo radicado en Chile, Luna lanzaba esta idea apuntando a los signos de descomposición del hasta entonces aparentemente sólido sistema de partidos chileno. En estos días que hablamos de la peruanización de las elecciones chilenas y colombianas, parece que el colega Luna acertó en el oficio de futurólogo.
Obviamente, Juan Pablo sabe que existen diferencias considerables entre nuestros países; condiciones y trayectorias que nos distinguen y que hacen exagerado decir que toda la región se parecerá a nuestra política. A lo que se refería con su apunte es que hay ciertas características del sistema político peruano, visto como una excepción en los tempranos 2000, que se generalizaban en la región: partidos débiles, liderazgos electorales que no construyen organización, volatilidad de proceso a proceso, desarticulación política entre niveles de gobierno. Existían, entonces, ciertas condiciones en las sociedades de América Latina que llevarían a más democracias con partidos débiles.
Esta debilidad partidaria da lugar a limitaciones de representatividad y produce un círculo vicioso en donde el entusiasmo electoral por un candidato no se traduce en una mayor legitimidad de la política, ni en una mejor articulación de demandas en el territorio. Sin partidos ni organizaciones preocupadas por responder al electorado en el mediano plazo, ganan peso los intereses particulares y no se construyen —ni sostienen— políticas públicas que ataquen problemas profundos.
Por supuesto, sería un error asumir que partidos políticos fuertes mejoran siempre la democracia. Fuerte no es igual que “bueno”. Hay partidos que pueden ganar elecciones y construir organización con base en formas corruptas y clientelistas de hacer política. Los partidos no se desprestigiaron de la nada en América Latina, más bien varios cavaron su propia tumba con ineficiencia y corrupción. También hay partidos abiertamente autoritarios, cuyo fortalecimiento no sería bueno para el pluralismo político. Pero, con todo, pareciera que de este equilibrio de bajo nivel no se saldrá sin opciones partidarias democráticas más sólidas y con horizontes de mediano plazo, donde pesen más las ideas y programas que un liderazgo coyuntural.
Y allí está el quid del asunto: es más fácil decir que necesitamos partidos (me encanta ese chiste de “cotorra aprende a decir ‘necesitamos partidos’ y se gradúa de politólogo”) que construirlos. En las condiciones actuales existen muchas barreras contra la posibilidad de construir organización. ¿Cómo se hace eso? No solo se trata de tener mejores leyes, aunque es importante comenzar por allí. Las reformas recientes que han permitido retirar a muchos partidos vientres de alquiler son sin duda positivas y restan poder a mercenarios de la política. Pero hay razones más de fondo para esta dificultad.
Para comenzar, es muy difícil construir partidos en un contexto de alta desconfianza. Los fracasos en la solución de problemas cotidianos y los escándalos de corrupción hacen envejecer rápidamente los intentos de construcción de nuevas organizaciones. Los partidos de gobierno y sus aliados cargan con desprestigio, fracasos y no con resultados positivos. También hay un círculo vicioso en la debilidad. Los liderazgos personalistas, los dueños de un partido débil, con frecuencia cavan su propia tumba al no aceptar que su tiempo ya pasó y no acoger nuevos liderazgos más eficientes y atractivos para los votantes. Y en parte se les entiende: ellos hacen el trabajo duro de formar e inscribir partidos, o mantener vivos a los tradicionales, y no quieren que otros cosechen sus esfuerzos. Y más de fondo, es todo un reto construir discursos atractivos y comunes en sociedades desiguales y fragmentadas territorialmente. En donde todavía quedan partidos fuertes es más fácil pelear por mantener estas uniones territoriales y sociales no siempre intuitivas, sin ellos se trata de un rompecabezas difícil de armar.
Este año electoral se inicia con algunos intentos nuevos de construcción partidaria que cuentan con registro y buscan construir sobre lo avanzado. Perú Libre o Renovación Popular, por los cuales no tengo ninguna simpatía, pueden cosechar en un ambiente polarizado que los coloca como los duros del barrio y donde la alta fragmentación permitirá ganar con porcentajes bajos. Otros, como el Partido Morado y Juntos por el Perú, tienen el enorme reto de construir una agenda atractiva a nivel nacional, quizás aprovechando las plataformas que dan sus bancadas (aunque el segundo debe tomar distancia de Perú Libre si quiere tener vida propia). Se suman a otros partidos vivos, pero siempre muy cerca de la muerte debido al desprestigio de sus liderazgos y a su desempeño reciente. Pueden sobrevivir a nivel subnacional, pero eso no significa que la guillotina no caiga en la próxima elección general.
El 2022 puede traernos otra elección local y regional que muestre más continuidad que cambio, nuevos personalismos y poco fortalecimiento de marcas partidarias. Si uno tuviera que apostar, será lo más probable. Pero también veo posible que el atractivo de los extremos ideológicos pueda llevar a conductas más estratégicas de derechas, izquierdas y centros democráticos que los haga más atractivos. Sin arrojar nada radicalmente distinto, podría ser el inicio de algunas marcas —unas más democráticas que otras— que vayan ordenando un poco más el sistema.
A fin de año lo confirmaremos.
Buenos días, desperuanizar nuestros partidos, se refiere a lo negativo que son , que evolucionaron en el tiempo en forma negativa. Peruanizar los partidos sería lo positivo que nos es difícil construir; es el dilema actual de no entender ese positivo.