El poder cuenta con una aritmética distinta
Según el último censo, las mujeres en Perú somos la mayoría: 50.5%. La minoría –el 49.5% restante– son hombres que, paradójicamente, son la mayoría en diversos espacios. Por ejemplo, el 2.5% de mujeres son empleadoras o dirigen empresas pequeñas, principalmente de menor rentabilidad, mientras que los hombres en el mismo rol son el doble (5.1%). Hacia 2018, las mujeres representaban el 26.3% de nuestro gabinete ministerial y para el período 2019/2022, solo el 4.8% de gobiernos locales serán liderados por mujeres[1]. Queda claro que las mujeres son más númericamente, pero son menos en los espacios de poder.
En el ámbito político, hablamos de mayorías para referirnos a los grupos de mayor influencia en la toma de decisión. La mayoría parlamentaria es una mayoría dentro de una minoría de ciudadanas y ciudadanos electos para representar a la nación. Fue esa mayoría (105 legisladores) la que vacó al presidente de la República en noviembre pasado, aún cuando la mayoría de la ciudadanía se oponía.
Las protestas multitudinarias, con millones de ciudadanos en las calles, nos regresan a la pregunta: ¿quiénes son la mayoría en el Perú?
Por los datos y sucesos recientes, podemos notar que la cantidad de personas en un grupo no es lo que define su naturaleza mayoritaria o minoritaria en ámbitos sociales, políticos y económicos. Ya está visto que las mujeres son “minorizadas” en el espacio público y de representación.
Timothy Laurie y Rimie Khan[2] recurren a una analogía con la música clásica vienesa para explicar este fenómeno. El cambio a una escala menor tiende a anticipar el retorno a una escala mayor. Incluso en composiciones magníficas, tejidas con lirismos naturalmente menores, quien las escucha espera que esos estribillos menores terminen convirtiéndose en estribillos mayores y contundentes. Al usar estos contrastes entre la consonancia y la disonancia, quien compone puede usar la incertidumbre para aumentar la sensación de paz y placer en la escucha. Este paralelo simbólico en la música clásica ha sido documentado por musicólogas feministas. Según esta perspectiva, los modos menores y mayores están atravesados por las relaciones de género y poder social. En varias sinfonías clásicas, el mayor puede convertirse en la masculinidad cifrada, que solo se desvía hacia lo feminizado para acentuar el poder de la mayoría musical. La escala menor nunca se opone a la mayor realmente; la escala menor es aquello que deber ser dominado y la audiencia es educada para disfrutar esa dominación en la música.
Evidentemente, la musicología no es donde se originó el concepto de minorías, pero la analogía musical sirve para explicar que la relación minorías/mayorías no tiene que ver tanto con la presencia/ausencia, el silencio/sonido o el reconocimiento/desconocimiento. Como con las notas menores, algunas poblaciones son tratadas como menos contundentes en relación con otras para realzar a un grupo específico. Este proceso de “minorización” ayuda a explicar que poblaciones numéricamente grandes sean tratadas como minorías.
Oímos hablar con frecuencia de minorías étnicas, raciales, de género, religiosas, culturales, etc. Lo que todos estos grupos tienen en común no es su tamaño relativo, sino su condición de exclusión, estigmatización y discriminación. Es en la desigualdad donde podemos identificar a las minorías. Las poblaciones indígenas, afrodescendientes, inmigrantes, mujeres, queer, son minoritarias independientemente del número de personas que las conforman. Son minorías porque, como explicó el psicólogo social Serge Moscovici, son grupos a los cuales se les ha negado la autonomía y la responsabilidad, de modo que no tienen la confianza o el reconocimiento de otros grupos; no se reconocen a sí mismas ni representan los sistemas de poder y creencias existentes[3].
La semana pasada, cuando escribí sobre la caravana de ciudadanos haitianos en la frontera Perú-Brasil, resalté la racialización de este grupo como negros/as en el contexto peruano. Un lector respondió que ese dato era irrelevante en un país predominantemente “marrón”. La mayoría de los peruanos y peruanas nos autopercibimos, en efecto, “marrones”. El 60% se identifica como mestizo/a, frente a un 5.9% que se identifica como blanco/a[4]. Esa autopercepción dice poco o nada sobre aquello que valoramos y las jerarquías que arrastramos desde la colonia. En nuestro país, la mayoría numérica “marrón” privilegia rasgos eurocéntricos, trata mejor a quienes se ven así y ofrece peor trato a quienes se ven más oscuros. No se trata de quiénes somos los más, sino a quiénes queremos mejor.
[1] Perú Brechas de Género 2019. INEI.
[2] Laurie, T. y Khan, R. (2017) The Concept of Minority for the Study of Culture.
[3] Discutido en Belmira O. Bueno Flavia, M. Sarti & Eliana S. Arnoldi (University of São Paulo, Brasil). Primary teachers ascend the ladder of higher education. A contribution to the study of minorities/majorities in Brazil.
Me quedaron dudas sobre algunas de las cifras del primer párrafo, pero muy buena explicación sobre el tratamiento a las «minorías». Esas últimas líneas también muy contundentes. Gracias!
Presentar cifras en un artículo tan corto es un reto! (a menos que seas Hugo Ñopo jajaja) Ahora que lo dices seré más precisa la próxima vez para evitar ambigüedades. Gracias por leer, Ana Lucia, y además dejarme un comentario constructivo. Saludos caigueros 🙂