Caballos lentos en el pantano


Algunas ideas sobre la verdadera resistencia civil


River Cartwright es un burócrata de la inteligencia británica, un slow horse en la Slough House —‘caballos lentos’ es el término despectivo que le dan a quienes trabajan en la ‘casa del pantano’, el lugar más despreciado del servicio secreto de Inglaterra—. Para Cartwright, terminar allí es un castigo por haber cometido un error (que cree no fue suyo) y un demérito mayúsculo pues es nieto de una de las leyendas del MI5, el servicio de inteligencia interno de Gran Bretaña, de gran prestigio aunque no tanto glamour como el MI6, el servicio exterior de inteligencia, de fama literaria y cinematográfica gracias a John le Carré e Ian Fleming, entre otros.

La Slough House es dirigida por Jack Lamb, un espía de pasado brillante y presente decadente, pedorriento y grosero, el jefe perfecto de los perdedores que tiene a su cargo: una exalcohólica, un geek casi autista, entre otros hombres y mujeres que se dedican a armar dossiers intrascendentes, rebuscar en la basura de periodistas de baja estofa y pasar papeles que nadie terminará leyendo. Sin embargo, en medio de esa ciénaga habrá una operación que terminará vinculada al secuestro de un joven pakistaní emparentado con el poder de su país a manos de un grupo radical de ultraderecha. Esa, que parece terminar siendo la posibilidad de redención para los ‘caballos lentos’, esconderá una trama de celos y vendettas entre Lamb y ‘Lady Di’, Diana Taverner, la jefa de operaciones y número dos del servicio secreto.

Slow Horses es una novela de Mick Herron ahora convertida también en serie vía AppleTv+, con Gary Oldman y Kristin Scott Thomas, entre otros grandes actores. Está llena de subtramas e intrigas, y no es solo una historia de espías: hay también alta política y de la otra, periodismo de investigación, todo manteniendo el suspenso durante sus más de 300 páginas, para luego enfrentarnos a un final que nos desencaja y que, sin embargo, encaja perfectamente en el escenario sombrío en que nos hemos adentrado. Pero además nos recuerda que incluso en el trabajo aparentemente más insulso hay posibilidad de dejar una huella, de resistir, de no dejarse ganar por el desasosiego, aunque todo parezca estar cayéndose a pedazos y haya personajes especialmente interesados en ello.

En estos días en el que el Perú parece debatirse entre el caos y el desinterés, hay también un espacio de resistencia valioso entre quienes han escogido el servicio público como opción de vida. Más aun, en las últimas semanas he podido conversar con jóvenes de distintas procedencias que quieren ingresar al servicio diplomático, trabajar por el país desde el Estado; o que salen al extranjero estudiar, pero con el deseo de aprender y mejorar para volver para desarrollar aquí su futuro y el del resto de peruanos (para, de nacer nuevamente, elegirlo para construir allí sus/nuestros sueños, parafraseando el poema de Marco Martos). Esto que cuento no es una ficción, es una verdad esperanzadora —al menos para mí, sufriente pensador de nuestro destino como nación—.

Es claro que aquellos no son esos espacios del todo visibles ni mediáticos. Por supuesto que las redes sociales no les dan siquiera un pedacito de importancia a estos jóvenes ni a sus referentes, o a los servidores que se levantan muy temprano para ir a trabajar con una idea distinta de la patria. Y es que el servicio público se construye en el día a día con pequeñas acciones, con mejoras que pueden ayudarnos a tener una mayor calidad de vida. Desde los diseños de políticas públicas o la dirección de servicios fundamentales, hasta el mantenimiento de las vías nacionales o de las redes informáticas, pasando por la atención en ventanillas y la entrega de beneficios, todos vivimos recibiendo algo del Estado, que es algo que a veces olvidamos o solo recordamos cuando las cosas —como lamentablemente sucede con frecuencia— no funcionan o lo hacen mal. 

Por eso todos los niveles del Estado son fundamentales, absolutamente todos los servidores públicos son necesarios. Por eso es grave que gente poco preparada acepte ocupar cargos, aunque lo es más que haya quienes solo busquen una ganancia o una cuota de poder con ellos, y no tengan el cariño, el compromiso y el deseo de servir, de ayudar mejor al paisano, al amigo desconocido que es como nosotros y con el que somos capaces de vestir la misma camiseta blanquirroja y cantar ‘Contigo Perú’, sea cual sea su procedencia.

Pensar un poco en todos aquellos que, desde el servicio público, sostienen la verdadera resistencia y piensan en el colectivo incluso antes que en el bienestar individual, sería dar un paso adelante. Entender que el Estado es complejo y necesario, y que por eso hay que administrarlo eficientemente y sin corrupción, es algo que debemos recordar siempre y sobre todo enrostrárselo a quienes están en el poder (o creen tenerlo). En este deber ciudadano empieza también nuestra propia forma de resistir, la fortaleza de un país milenario cuya cultura nos enorgullece y por el que, seguramente, todos quienes leen esto, están dispuestos a sacrificarse siempre un poquito más. Aunque a veces creamos sentir el freno en las riendas, como hacen los caballos lentos.

8 comentarios

  1. Juan Ramón Zolla

    Formidable texto. ¿Quién es el autor/ra?

  2. Enrique Prochazka

    Nunca hay que olvidar que lo que sostiene a una dependencia pública cuando el jefe que se le asigna padece (y hace padecer) de incompetencia, es el equipo de funcionarios correctos y capaces que -generalmente con una sonrisa amarga en los labios- sigue haciendo su tarea, sirviendo al público y construyendo país. Los malos, como dijo Gandhi, siempre terminan por caer. Gracias por recordarnos nuestra misión.

    • Alejandro Neyra

      Gracias a ti, Enrique, totalmente cierto. ¡Y nunca mejor dicho lo de Gandhi! Nos toca seguir sumando. Un abrazo, A

  3. jorge paredes

    El problema del Perú, es que la resistencia es chica, demasiado minúscula, para una ciudadanía desbordante e inconexa, con diversas identidades que sólo enmudece cuando una pelota rueda en una pantalla igual de chica…más que resistir creo que el Estado debe crear espacios donde esta ciudadanía se sienta menos postergada y más acogida luego de un día a día duro e imprevisible…

    • Alejandro Neyra

      Es cierto, pero a veces grandes cambios han surgido de la mente y el esfuerzo de unos pocos (al menos al inicio). ¡A seguir trabajando!

  4. Isabel Daniella Morocho Palacios

    Muy buen artículo Alejandro, tan necesario hoy en día! Me recargué de buena vibra para seguir dando lo mejor de mí en mi trabajo, día a día. Saludos.

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