La catástrofe de que la administración pública, cada vez más, esté administrando intereses particulares
Enrique Prochazka es narrador, experto en políticas públicas, inventor y montañista. Estudió Filosofía y Antropología en la PUCP y Arquitectura en la URP. Ha sido Secretario de Planificación Estratégica del Ministerio de Educación, Secretario General de MININTER y miembro del Consejo Superior del Deporte. En Hispanoamérica es considerado un escritor de culto. Vive en Estocolmo.
El pasado 25, dos textos en La República —una entrevista a Alberto Vergara y un artículo de Juan De la Puente— evidenciaron que, aunque las alarmas de los politólogos peruanos están ululando hace tiempo, la ciudadanía no reacciona, no hace oír sus demandas, no recibe rendiciones de cuentas: no hay res publica.
Esto se refleja en la administración del Estado. Anteayer llegó a mis oídos la reflexión de una destacada funcionaria acerca de cómo se han vivido los pasados meses. El caso sucede en el Ministerio de Vivienda y Construcción, pero podría ocurrir en Transportes, en Educación, en la PCM…
“¿Por qué (se pregunta mi informante), aunque la carga de trabajo en los sectores casi se ha duplicado (no es una frase exagerada, trabajamos de 12 a 14 horas diarias y también sábados y domingos), se percibe un nivel de incompetencia en las tareas, que ya roza la inutilidad? Más que una percepción, lo prueban los resultados: la gestión de la cosa pública en el Perú es un creciente desastre”. Mi informante, con dos maestrías legítimas, lleva décadas de experiencia en cuatro sectores y ocho gobiernos. Tiendo a creerle. Continúa: “Es obvio que algo está mal, pero la causa no es evidente. Hay gente preparada y dedicada, y los jefes inmediatos (en los niveles por debajo de los vaivenes político-mafiosos) no son torpes y ejercen una gestión pasable. Es más grave: es que estas gestiones ya no se encargan de lo público. Dedicamos esas horas apresuradas al cuidado de intereses particulares que han secuestrado el bien común como norte. Así, cada día hay que correr para cubrir un asunto privado diferente. Chambeamos como locas porque ya no hay una tarea única, sino cientos de tareas pequeñas, enemigas entre sí. Cada una obliga a mover toda la maquinaria pública —se entiende ya que en conflicto consigo misma— contra lo que hizo ayer o lo que hará en media hora”.
Yo mismo, escuchando a otros funcionarios y leyendo entre líneas, percibo esta balcanización del propósito de los actos de la administración. Es cierto que ese roer de intereses particulares ha existido antes, pero no afectaba el curso principal de la acción del Estado: como un conjunto de rémoras pegadas al vientre de una ballena, o como un perro que, pulgas o no, sigue al trote por la pampa. Lo que dice mi amiga es que ya no hay ballena ni perro; que ya se los comieron.
Desde luego, nadie afirma que no se emprendan acciones razonables, por ejemplo en el tema de la epidemia de dengue, o con el fenomenal Niño venidero. Limpiar cauces es la tarea más evidente de las que debe liderar el Estado, en todos sus niveles, pero la imaginación se detiene allí, limitada por ese pirañismo privado que quiere lucrar con la compra de maquinaria, con el cambio de zonificación de la quebrada, con el puestecito. El Gobierno Central y sus sectores han decidido lavarse las manos, sin duda para con ellas ser capaces luego de señalar culpables: los 1,400 millones de soles que acaba de anunciar Dina Boluarte van a ser transferidos a los huecos negros regionales. La protección real contra El Niño no crecerá gran cosa. La ciudadanía, que es una institución que genera necesidades en común y pide cuentas de las acciones para satisfacerlas, ha dado paso a una postciudadanía, para la que “bien común” ha pasado a ser el adjetivo que la describe.
Dice De la Puente: “Por primera vez en 30 años, la tecnocracia no puede acudir en ayuda de la política porque sus filas están diezmadas y sus generales están en retiro”. (La última vez que miré, todavía había ‘tenientes’ arrinconados en el MEF, pero se están quedando sin cartuchos). Vergara es casi brutal: “En el Perú, gobernar es postergar la llegada a la cárcel. Hay una coalición dispuesta a todo para beneficios personales (…) el propósito de esta coalición no es gobernar, sino impedir el funcionamiento del Estado de derecho”.
Por si hiciera falta más ejemplos: para conseguir unos pocos votos del bloque magisterial, desde la supuesta derecha (aquellos para quienes la ‘edad media del alumno’ no es más una columna en las tablas de estadística educativa, sino el nombre de su proyecto ideológico) se les ofrece y regala el sueño del FENATE, la abolición del examen para el nombramiento de maestros contratados. La búsqueda de calidad queda abolida: el postciudadano mira para otro lado.
Preguntarse qué hay que reconstruir primero tendrá que esperar a ver el estado final de lo que está siendo demolido. Hace un par de años se estimaba en 1/4 (a lo bajo) el monto del dinero ilegal respecto del PBI. Hoy debe rondar 1/3. Unos pocos empresarios de las grandes empresas mineras temen que la mineria ilegal (no la “pequeña minería ilegal”: la ilegal grande, bruta y achoradísima, que ellos mismos han fomentado) los vaya a desplazar. A los demás grandes empresarios no parece preocuparles el presente estado desnortado, salvo por el crecimiento económico cero; se limitan a patear sus expectativas para 2024.
Dada la inacción en la Política (en el viejo, buen sentido de Aristóteles), ¿qué posible futuro tiene este estado de cosas? Como señalé en El legado de la marabunta, en este mismo portal, deshacer en un escenario normal el desmadre normativo y paliar sus efectos nos tomaría décadas, y otra vez estaríamos empezando de nuevo… solo que esta próxima vez viene con un tremendo Niño, con un Estado desactivado y sin cuadros, con jugadores ilegales capaces de dar uso a la inteligencia artificial, y sin ballena ni perro.
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Es devastador este artículo. Pero me resisto a creer que nos gane nuestras miserias. Soy periodista de un medio del Estado y se me parte el corazón imaginar que los servidores públicos, mujeres y hombres que son honestos, porque los hay y aún son la mayoría, sean arrastrados por marabuntas sangronas.
Y a mí, Susanna, me parte el alma saber que hay gente como tú, con el alma partida por las mismas largas debacles. Pero la tarea no es tratar de volver a la normalidad anterior, sino inventar una nueva, apta para el futuro.