¿Será que a este paso las mujeres perderemos el derecho a votar?
A las mujeres, las cosas nunca se nos han dado fáciles. Cada conquista por nuestros derechos ha implicado movilizaciones, largas batallas y extenuantes campañas para convencer primero al Estado, y a la Iglesia después, de que tenemos derechos que deben ser reconocidos y respetados. El derecho al voto, por ejemplo, lo obtuvimos después de casi un siglo de lucha: los movimientos sufragistas se iniciaron en Estados Unidos en 1848, y no fue hasta 1956 que las mujeres pudimos votar por primera vez en el Perú. Desde la década del 60 se distribuyen píldoras anticonceptivas y la Iglesia todavía considera que su uso es pecado. Ni qué decir de la píldora del día siguiente, cuya aprobación y distribución gratuita por parte del Estado siguen siempre en riesgo.
Lo mismo ocurre hoy con avances como la tipificación del delito de feminicidio, el uso del lenguaje inclusivo o la necesidad de contar con ministerios dedicados a velar por los derechos de las mujeres. El argumento que suele emplearse para dar marcha atrás es que, gracias al feminismo, las mujeres gozamos ahora de un “trato preferente”. Se nos acusa de exigir puestos laborales “solo por ser mujeres”, se nos enrostra que los ministerios de la mujer discriminan a los hombres, se nos machaca con que “la violencia es una” y que “da igual” que maten a un hombre o a una mujer. Y así se pretende invisibilizar la inmensa cantidad de situaciones de peligro, abuso e injusticia que seguimos soportando en el Perú y en el mundo.
Tal vez lo más monstruoso de esta nueva realidad es que, mientras se retrocede escandalosamente en conquistas ya adquiridas, se avanza a pasos agigantados en nuevas formas de violencia y discriminación. ¿Cómo pueden presidentes como Milei o Trump afirmar que las mujeres no necesitan protecciones adicionales cuando hemos sido testigos, en Francia, del juicio en el que Michelle Pellicott enfrentó a más de cincuenta hombres que la violaron repetidamente, facilitados por su propio marido, quien la drogaba para prostituirla? ¿Cómo se puede seguir argumentando que gozamos de privilegios que no nos corresponden cuando en Italia se acaba de abrir una investigación contra más de 32 mil miembros de un grupo de Facebook donde hombres compartían fotos de sus esposas, hermanas, primas o exparejas desnudas, duchándose o vistiéndose? Fotos tomadas sin su permiso, acompañadas de títulos como “Esta es mi esposa, ¿qué le harían?”, “¿Qué les parece mi mujer? Quiero verla con otro hombre” o “A mi mujer le gusta andar así cuando llegan mis amigos, miren qué buena está”. Y lo mismo ha ocurrido con grupos de Telegram cerrados recientemente en China, Portugal y Argentina.
Con las redes sociales y la hiperconectividad, el espacio de socialización se agranda y con él aumentan las oportunidades para que la mujer sea vulnerable. Pero, en lugar de legislar para sancionar estas nuevas formas de violencia, los congresos de muchos países —capturados por posiciones conservadoras— avanzan en dirección contraria. Actualmente, en Estados Unidos existe un grupo bastante activo cuyo lema es “Repeal the 19th” —aludiendo a la enmienda 19 a su Constitución—, que propone quitarles a las mujeres el derecho al voto. El argumento: que somos “demasiado emocionales” y que nos dejamos seducir por “retóricas melosas” como la de Zohran Mamdani, recientemente elegido alcalde de Nueva York con amplio apoyo del electorado femenino.
Y, para completar este breve cuadro de los peligros que enfrentamos, Internet se está llenando de influencers que habitan Instagram y TikTok y se autodenominan tradwives. ¿Qué significa esto? Son chicas, mujeres jóvenes y hasta adolescentes que ensalzan los valores de la esposa tradicional; valores que no son malos en sí, pero que son enclaustrantes si se les toma como única aspiración. Para ellas no es importante estudiar, tener una carrera ni trabajar fuera de casa. Lo suyo son los delantales, las recetas caseras y los consejos maternales y conyugales. En España, la influencer Roro —con 2.5 millones de seguidores— se encarga de todas las necesidades culinarias y domésticas de su novio: desde prepararle espaguetis caseros con pesto a la genovesa, hasta encuadernarle un libro hecho por ella misma. En Estados Unidos e Inglaterra, referentes del movimiento como Ayla Stewart o Estee Williams difunden mensajes idénticos para millones de seguidoras.
Resulta increíble lo poco que cuesta desandar lo avanzado. Hace menos de ocho años, las mujeres nos organizábamos para salir masivamente a reclamar nuestros derechos, como ocurrió con las marchas mundiales del Me Too; hoy, en cambio, corremos el riesgo de convertirnos en personajes de novelas distópicas como El cuento de la criada.
¡No desenchufes la licuadora! Suscríbete y ayúdanos a seguir haciendo Jugo.pe