Cinco estrellas en Goodreads son el anzuelo
Lo que parece otra mañana más en Goodreads —la plataforma social en línea dedicada a los libros y la lectura— se enrarece cuando encuentro que el usuario Juan Gómez-Jurado ha dejado un puntaje de cinco estrellas a mi última novela. Su nombre me suena. Lo busco. Claro, es Juan Gómez-Jurado, el superventas español, autor de Reina roja(2018) y Todo arde (2022). No he leído nada suyo, pero desde que me mudé a Madrid hace poco más de un mes veo sus libros en muchos escaparates. El día se vuelve más lindo mientras pienso en que a uno de los escritores que más vende en España le ha gustado tanto lo que yo escribí.
Una pregunta interrumpe esa primera emoción: ¿cómo pudo Gómez-Jurado leer mi novela si ésta solo se consigue en Perú? ¿Alguien se la prestó? ¿Compró el e-book? Y, sobre todo: ¿cómo supo de mí Gómez-Jurado? ¿Mi mudanza a Madrid tuvo algo que ver?
Trato de llegar a una respuesta lógica al tiempo que reviso cuántas estrellas le ha puesto al resto de libros que puntuó en Goodreads.
Aquí se acaba la buena noticia.
Juan Gómez-Jurado ha calificado con cinco estrellas todos los libros que ha leído. Abrió su cuenta un par de días atrás y desde entonces se ha dedicado a darle ese puntaje máximo a alrededor de doscientas obras, que en su mayoría me son absolutamente desconocidas.
Imagino que Gómez-Jurado está pasando por una fase maniaca, o que quizás no comprende bien cómo funciona Goodreads, o que a lo mejor, simplemente, es un tipo muy buena gente.
Al rato, en Instagram, mi amigo D celebra que Gómez-Jurado le ha puesto cinco estrellas en Goodreads a su primer libro de cuentos (ojo: publicado hace quince años y por completo agotado). Además, le agradece el mensaje tan extenso que el autor español le escribió a través de la plataforma, felicitándolo por el libro y por su valentía para escribirlo.
Pienso: ¿será posible?
Regreso a mi cuenta de Goodreads y allí me espera un mensaje prácticamente idéntico de Gómez-Jurado: «Me sorprendió la valentía con la que abordas un tema tan incómodo y actual».
Se lo cuento a D y D me explica que él también entendió que se trataba de una estafa. Es más: llegó a chatear con el humano del otro lado (o con la inteligencia artificial programada en plan humano). Lo que le dijo: «yo también fui por mucho tiempo un escritor que casi no vendía, hasta que encontré a esta asesora y gracias a ella pude multiplicar las ventas de mis libros». En el mensaje, incluía un correo al cual escribir para pedir su ayuda.
Después, el usuario Juan Gómez-Jurado desapareció de Goodreads (creemos que el verdadero Gómez-Jurado le denunció la cuenta), llevándose consigo no solo los mensajes que le había enviado a D, sino además la calificación de cinco estrellas que horas antes me había dejado, disminuyendo con ello el rating promedio de mi novela. Qué mala onda.
Días más tarde, vuelve a suceder lo mismo, esta vez a través de un usuario que se hace pasar por la escritora española superventas Elísabet Benavent. Preguntándole a Google, encuentro que otra bestseller española, Eva García Sáenz de Urturi, denuncia que le han suplantado la identidad para ejecutar esta misma estafa.
Me parece fascinante el asunto, pero también reconozco que me siento víctima de cierta humillación. Pienso en el entusiasmo que sentí la mañana en que encontré las cinco estrellas de Gómez-Jurado, la película que armé en mi cabeza, las posibilidades y sueños que se abrieron, las noticias que leí acerca de otros libros que Gómez-Jurado verdaderamente había recomendado y cuánto aquello había ayudado a posicionarlos en el mercado literario.
Quiero saber si la estafa se está desarrollando en distintos rubros, o si acaso ha sido diseñada específicamente para autores de mitad de tabla para abajo como yo. Si quizás somos nosotros el sujeto susceptible perfecto.
En otras palabras: ¿cómo así supieron que yo era un escritor desesperado?
Intento, también, felicitarme. Después de todo, no caí. Con la ayuda de D, supe reconocer a tiempo las señales del fiasco. No me encuentro enceguecido a tal punto. Mi desesperación no es todavía tan aguda.
De inmediato, me pregunto cuánto me durará aquella lucidez. En qué momento de mi trayectoria las ansias de reconocimiento me enloquecerán al extremo de no dudar y, sin pensarlo, brindar los datos de mi tarjeta de crédito a quien sea que esté del otro lado.
¿Lograré tener algún golpe de suerte antes de eso?
No quiero esperar a descubrirlo. Le escribo de vuelta a mi amigo D. Me urge saber si guardó el correo que los estafadores le dieron.
Segundos después, coloco como asunto: Ayuda.
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