Un fallo histórico en Quito reconoció derechos al río Machángara, ¿hará Lima lo mismo?
Me he retirado de casi todos los grupos de WhatsApp. Higiene mental, lo llamo. Y, de paso, un beneficio colateral: más tiempo libre para esas actividades hoy casi arqueológicas, como leer un buen libro o caminar, mirando la vida en las calles.
Pero, por cariño o por complicidad, no he podido zafarme del chat “Ambientalistas Frustradas”: un grupo de cincuentonas latinoamericanas — peruanas, ecuatorianas, colombianas, chilenas— que hace décadas decidimos dedicar alma, vida y profesión a la defensa del ambiente; unas desde las ecofinanzas, otras desde la gestión del agua, algunas desde la conservación de la biodiversidad. Cuando mi hija de diez años me preguntó por qué vine al Perú en mi juventud, le respondí: “para cambiar el mundo”. No tuve que confesarle nada más: ella misma exclamó “¡Mamá, no lo lograste!”.
Eso soy, esas somos: ambientalistas frustradas. Con la misma sensación compartida: avanzamos en leyes y discursos, pero seguimos destruyendo más de lo que protegemos. Los límites planetarios lo gritan muy claro y los seguimos infringiendo.
Aún así, permanecemos en la trinchera. Una de las iniciativas más recientes es la de las Guardianas del Machángara, el principal río que cruza Quito, donde la ambientalista Marta Echevarría libra su enésima batalla.
En mayo de 2024, el pueblo Kitu Kara, junto a movimientos sociales y científicos, interpusieron una demanda al Estado ecuatoriano para exigir la limpieza del río y sus 54 quebradas. Pedían que se reconociera al Machángara como sujeto de derechos y que se implementara un plan de restitución “integral” del curso fluvial: más que descontaminarlo, devolverlo a la ciudad y a los ciudadanos, con su participación.
El Machángara es uno de los ríos más contaminados de Ecuador: cada gota de agua contiene metales, grasas, aceites, materia orgánica, nanoplásticos… y hasta 29 virus distintos. Como en nuestros maltrechos ríos urbanos. ¿Cuántos virus navegarán por el Rímac, el Chili, el Mantaro, el Piura, el Huatanay, que hoy funcionan como desagües a cielo abierto?
Sin tantos rodeos, dos meses después de la demanda un tribunal dio un paso histórico: declaró al río sujeto de derechos y ordenó al municipio implementar un plan de descontaminación. El municipio, reticente y resistente al inicio, tuvo que sentarse a dialogar y en setiembre de 2024, contra todo pronóstico, acordó con los colectivos ciudadanos un plan de recuperación con catorce medidas concretas.
El colectivo de las Guardianas del Machángara se formó poco después, para vigilar el proceso. De hecho, fue una idea de la jueza, al constatar que la mayoría de intervenciones y opiniones expertas sobre la recuperación del río provenía de mujeres. Y las Guardianas no bajan la guardia.
Marta Echevarría ahora expurga sus frustraciones promoviendo caminatas por la ciudad, reconociendo el río con los vecinos. Paseando por sus riberas se ha dado cuenta de que muchos ni siquiera conocen el nombre de su fuente de agua, y menos las poesías y canciones que el Machángara ha inspirado y que son parte de la historia de Quito.
En el Perú, la historia no es distinta. En nuestras ciudades, los ríos dejaron de ser arterias de vida para convertirse en cloacas. Los hemos canalizado, cubierto con carreteras, cargado de desechos y despojados de sus bosques ribereños. Hoy casi no queda vida en ellos: ni insectos ni peces, solo una sopa de contaminantes donde prosperan virus y bacterias.
Hace poco más de un mes, el gobierno peruano aprobó oficialmente el Plan Maestro de Recuperación del río Rímac, un megaproyecto diseñado en 2015 junto con Corea. Mil millones de dólares y diez años de ejecución para devolverle la vida a la cuenca que abastece de agua a Lima y que, desde tiempos coloniales, nos recuerda nuestra fragilidad.
Me gusta imaginar que no será solo un proyecto técnico, sino un pacto ciudadano con nuestro río.
La lucha por el Machángara comenzó con un pequeño grupo de WhatsApp. Quizás ha llegado el momento de organizarnos también aquí, de crear nuestras propias Guardianas del Rímac, para hacer de ese plan costoso y monumental algo verdaderamente nuestro.
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