La inclusión digital es inútil sin las lenguas originarias

Émely Condor es economista y consultora del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington D.C. Fundadora y CEO de SAPHI, una empresa social que revaloriza las lenguas indígenas mediante tecnología y educación. Lideró el Programa de Cierre de Brecha Digital del Ministerio de Educación del Perú. En 2025, fue reconocida por Forbes en la lista 30 Under 30 LATAM.
En el Perú, seis de cada diez escuelas públicas aún no tienen acceso a Internet. En las zonas rurales, la brecha es más profunda: el 70 % de colegios no está conectado y más del 90 % de los hogares carece de acceso. Según el Censo Nacional 2023, cinco de cada diez instituciones educativas presentan pizarras en mal estado y dos de cada diez tienen mobiliario deteriorado. Desde los escritorios del gobierno, estas cifras se leen como datos técnicos: conectividad, cobertura, infraestructura. Pero detrás de cada número hay una maestra que enseña con lo que tiene, un niño que camina dos horas para llegar a clase y un país que todavía busca herramientas para reducir desigualdades históricas.
Durante la pandemia, mientras trabajaba en el Ministerio de Educación, contribuí a diseñar políticas para llevar conectividad a miles de escuelas en nuestro país. Aprendí, sin embargo, que conectar no basta. La transformación digital ocurre cuando docentes y estudiantes saben usar la tecnología; por ello, la capacitación es tan importante como la infraestructura. Descubrí también que muchos profesores que hablan lenguas indígenas enfrentan desventajas, pues la mayoría de los materiales de formación siguen disponibles únicamente en español.
Con SAPHI, la organización que cofundé en Perú para revalorizar lenguas indígenas mediante educación y tecnología, comprendimos que la inclusión digital solo se logra cuando las personas pueden usar la tecnología en su lengua, con su voz, desde su identidad. Después de trabajar con distintas entidades financieras, desarrollamos QIMIY, un chatbot con inteligencia artificial que responde consultas sobre información financiera en quechua, oral y escrito. Al analizar las preguntas reales, vimos que términos como “presupuesto” no son funcionales si no dialogan con la vida cotidiana. Un comerciante quechuahablante no pregunta por “gestión financiera”, sino: “¿cómo puedo organizar mis ingresos para fin de mes?” La tecnología debe adaptarse a la realidad, no al revés.
Para lograr un cambio sostenible, las políticas públicas deben complementarse con la innovación del sector privado. En el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), donde trabajo actualmente, hablamos de “gasto inteligente en educación”: maximizar el impacto de cada sol invertido. Aumentar el presupuesto no garantiza cambios si no se prioriza para quién y cómo se implementan las políticas. En este sentido, las startupsEdTech tienen un rol clave: pueden desarrollar herramientas compatibles con smartphones y adaptadas a contextos rurales. El Ministerio de Educación podría establecer alianzas estratégicas para escalar soluciones de bajo costo, como mensajes de apoyo pedagógico a docentes o plataformas educativas diseñadas en lenguas originarias.
He visto maestras que enseñan sin conexión ni electricidad, pero con una vocación capaz de mantener viva la curiosidad de sus estudiantes. Y he visto empresas privadas perder oportunidades porque no saben escuchar ni hablar el idioma —literal y figuradamente— de quienes buscan servir. La exclusión digital no es solo técnica: es también cultural y lingüística.
La experiencia en diferentes sectores me enseñó que la transformación digital no depende únicamente de infraestructura o de presupuesto, sino de personas comprometidas con generar cambios que reconozcan la diversidad del país. Cuando SAPHI adaptó tecnología a la cultura local, comprobamos que la relación entre tecnología y lengua no es un obstáculo, sino una oportunidad de innovación. Y en el BID he visto cómo la colaboración regional permite aprender de experiencias compartidas para construir una educación más equitativa.
Las reformas digitales deben avanzar de la mano de la inclusión cultural y lingüística. Cuando una niña comprende que su idioma y su cultura tienen valor, la tecnología deja de ser ajena y se convierte en un puente hacia la equidad. Conectar no basta: hay que escuchar, adaptar y reconocer la diversidad para que la educación digital llegue realmente a todos.