Vivir en una casa verde


Cosas de mis hijas que deberían inspirar a nuestros líderes


Hace unos años, el procedimiento en mi casa tras ordenar una pizza y consumirla era bastante sencillo: se abría el basurero y la gravedad se encargaba de los desperdicios.

            Esto cambió cuando mis hijas se mudaron conmigo.

            Anoche pedimos una vegetariana –las carnes rojas entran muy poco a mi casa a causa del colesterol y el efecto invernadero– y, mientras nos deshacíamos de los residuos, se me ocurrió detallar el nuevo proceso. Ya no es cuestión de abrir y tapar el basurero. Hoy se trata de tomar la caja de la pizza y raspar bajo el caño el queso que se le haya pegado. Luego, abrir con una cuchilla el sobrecito de ají hasta que sea una lámina extendida, y lavarlo. Repetir este mismo paso con el sobrecito de orégano. Si la pizza vino con algún potecito de salsa, le destapamos la lámina de aluminio y también la lavamos. Con el potecito, obviamente, hacemos lo mismo. Y si la pizza vino con una bebida, se lavan la botella y su tapa. Luego, ponemos a secar todos estos elementos para su siguiente fase: los desperdicios de cartón serán apretujados con los que han sido procesados durante la semana, y los de plástico, metal y vidrio también se almacenarán con sus similares. Sin embargo, con las botellas de plástico existe una disyuntiva dependiendo del tamaño: si son pequeñas, quizá haya que estrujarlas hasta el límite una vez que estén secas; pero si son grandes, pueden servir de ecoladrillo. Es decir, un recipiente en el que a través del cuello estrecho se embutirá todo tipo de desperdicios que no sean reciclables: esos omnipresentes films plásticos que hoy cubren casi todos los alimentos –lavarlos es trabajoso–, las bolsas de ciertos snacks –que hay que introducir en la botella con mucha maña–, los odiosos envases de tecnopor –que antes hay que cortar en tiras, obviamente–, y algunos materiales con los que uno siempre duda, como los elásticos rotos, las cañitas plásticas, los clips de oficina o las soguillas de embalar. Estas botellas grandes, una vez rellenadas a presión hasta casi reventar –la prueba consiste en pararse sobre ellas y sentir que se pisa una piedra–, sirven como relleno de concreto en algunas construcciones: en mi casa, por ejemplo, muchas sirvieron para rellenar una jardinera profunda y así ahorrarme un buen cargamento de tierra.

            Este proceso con la pizza se complicará un poco si, por ejemplo, una de mis hijas tuviera un antojo y quisiera añadirle berenjenas para una recalentada. Los restos de cualquier ingrediente orgánico que sea cortado, pelado o rallado serán picados antes de asistir a una nueva etapa: todas estas cáscaras, pepas y pulpas crudas serán llevadas a unas tinajas en nuestro patio, donde –gracias a una capa de aserrín o de papelitos cortados que absorberán su humedad– terminarán convirtiéndose en un fertilizante orgánico.  
Si a usted le dio pereza leer este proceso por un antojo de pizza, imagínese lo que es realizarlo. Sí, es algo tedioso. Sí, quita algo de tiempo. Pero cuando uno ve lo poquísimo que queda para el camión compactador que pasa por la calle y la inmensa cantidad acumulada de plástico empaquetado que mis hijas y yo hemos evitado que se vierta en el planeta, la satisfacción paga el esfuerzo. No somos idiotas. Sabemos que así como la caridad de los afortunados jamás será suficiente para revertir una desigualdad que le compete cambiar a los estados, el esfuerzo en nuestras casas es un átomo comparado con lo que le compete a los gobiernos y a las grandes industrias planetarias. ¿Pero no es cínico decir que te preocupa el planeta y no hacer nada desde el rinconcito que está a nuestro alcance?

            Hace unas semanas, mientras los incendios forestales se desplegaban en todo el mundo, la amazonía empezaba a emitir dióxido de carbono, varios pueblos se veían arrasados por inundaciones insólitas y el permafrost siberiano mostraba su derretimiento, mi hija Maira lanzó un suspiro mientras enjuagaba una lámina de plástico.

            –No sé por qué sigo haciendo esta huevada.

            Y yo le recordé ese verso de Verástegui que alguna vez he citado también por aquí.

            –Luchar es, de hecho, el triunfo más hermoso.

            La dejé colgando la lámina para su secado. Y pensé. Si nuestros líderes empezaran a utilizar para salvar lo que resta del planeta tan solo una fracción, tan solo unos gramos de la energía y el compromiso que usan mis hijas con ese fin, nuestro futuro se vería con más optimismo.

11 comentarios

  1. Paul Naiza

    Excelente artículo, aplicar las 3R…vi hace tiempo una película, titulada en español «cadena de favores». Creo que cada pequeño esfuerzo en suma es la mejora del todo.

      • Piero Perriggo

        Completamente identificado….nosotros en casa lo hacemos para que nuestro hijo de 8 años tenga un planeta donde vivir de aquí aquí 10 años …ybde granito en granito vale el esfuerzo.

  2. Ana María Saavedra

    Me identifico totalmente con lo que manifiestas, todo suma por pequeño que creamos que sea , te invito y hago extensiva la invitación a tus hijas a ser parte de mi página de Facebook VIVAMOS EN UNA CIUDAD LIMPIA.

  3. Me encanta. Un abrazo para tus hijas y a todas esas jóvenes que serán pronto las verdaderas lideresas. A perseverar.

  4. Gloria Dunkelberg

    Qué buen ejemplo , el planeta agradece…
    «Luchar es, de hecho, el triunfo más hermoso» Ciertísimo…me sucede…

    • Gustavo Rodríguez

      ¡Muchísimas gracias, Gloria!

  5. Valeria Vela

    Buen artículo, lamentablemente no se difunde tanto la cultura del reciclaje, ni la de ceder el paso, ni la respetar el semáforo, ni la respetar al peatón. Nos falta mucho como sociedad pero por algo se debe empezar….

    • Gustavo Rodríguez

      La cultura de pensar en el otro, Valeria. Un abrazo.

  6. Edilberto

    Es cierto, es solo un átomo en reciclaje, pero si tiene eco (y debería de tenerlo) se lograría una hermosa cadena de reciclaje que el mundo, y nosotros, agradeceríamos al infinito. Que buen ejemplo para tus hijas y para quienes te seguimos… Gracias hermano.

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