Alerta spoiler: el amor no soluciona todo
Bridgerton es una serie de época basada en un ciclo de novelas de Julia Quinn, ambientada en la Inglaterra del siglo XIX. Sus personajes integran la élite, usan pelucas victorianas, tienen como principal ocupación los grandes bailes; y como mayor preocupación, casarse. Cuando alcanzan la edad adecuada, las jóvenes son presentadas en sociedad para ser cortejadas. A partir de ahí, lo más importante es encontrar un esposo. La competencia es, sin embargo, desigual. La más linda de todas las jóvenes de la ciudad, la incomparable, es seleccionada por la reina y, por tanto, más codiciada por los hombres aún solteros.
Este es el caso de Daphne Bridgerton. Su familia es adinerada y conocida por sus bellas y bellos integrantes. Son ocho episodios de chismes, intrigas y amor romántico (y tóxico). Sería difícil arruinar la trama a quien no la haya visto: no sucede nada importante en la historia.
En diciembre, Bridgerton estaba en el ranking de series de Netflix más vistas en el Perú. La sugerencia de verla aparecía en mi pantalla una y otra vez. Vi brevemente el tráiler y noté algo diferente: el casting incluía personas afrodescendientes en bailes de élite ¡como asistentes! Era raro, pero no suficiente para cambiar mi parecer sobre las novelas de época. Eurocéntricas por naturaleza, este tipo de series suele invisibilizar el resto del mundo en ese momento histórico, y la selección de personajes se alinea con esa misma narrativa. Las relaciones entre continentes eran más fluidas de lo que parece. En efecto, el personaje más aclamado de esta serie —la reina Charlotte— es ejemplo de esa cercanía.
Charlotte existió de verdad y, según el historiador Mario de Valdes y Cocom, fue afrodescendiente. Reina de Gran Bretaña por estar casada con Jorge III, su árbol familiar provenía de una rama africana de la realeza portuguesa. Algunas referencias a su apariencia la describían como mulata. Esta es solo una teoría, que para mí tiene sentido. África no está tan lejos de Europa y la interacción —más allá del tráfico esclavista— resultaba inevitable. Entretanto, las personas eventualmente quebraban las divisiones raciales y se reproducían entre ellas. ¿Podemos esperar que los cuadros del siglo XVIII muestren a reinas y reyes con rasgos afrodescendientes, considerados indeseables? Si así fuera, el discurso detrás de la colonización, esclavización y explotación se vendría abajo.
Por eso es atrevida y transgresora la decisión de hacer una serie de época con personajes étnica y racialmente diversos. Con sus límites, claro. Algunas escenas parecen un comercial de Benetton: un personaje con rasgos de cada continente en roles de relleno. No es creíble y romantiza la diversidad. La representación es importante, en tanto coherente y consistente. Salpicar personas con rasgos diversos solo porque sí resta fuerza a la aparente transgresión de una serie de época tradicional. Al mismo tiempo podemos inferir un discurso social y político en Bridgerton.
Esta serie es producida por Shonda Rhimes, la creadora de Grey’s Anatomy, y también productora de How to Get Away with Murder. Su trayectoria ha sido innegablemente exitosa (¿a quién no le gusta la Anatomía de Grey?). Rhimes es también afroamericana. Un detalle sobre ella, por lo general irrelevante, en esta ocasión toma protagonismo. ¡Uno de los temas principales en la serie es la (de)construcción de la raza y las relaciones raciales!
Sexo, sexo, sexo. Porque “el amor es la solución a todo”, Daphne y Simon, protagonistas de la trama, tienen múltiples escenas explícitas de sexo que acaparan parte de la temporada. Pero hay algo más. Ambos son racializados de forma distinta: Daphne es una mujer blanca y Simon un hombre negro. Su amor, matrimonio y reproducción están marcados por el mito de las relaciones interraciales en un mundo ficticio donde, aparentemente, sus diferencias no importan. Quien ve la serie puede categorizar racialmente, o no, a los personajes. En nuestro contexto es imposible no categorizar. En el de la serie, no hay un trato diferenciado basado en el color de tez. Si antes lo hubo, las relaciones interraciales fueron la solución. Esta es otra idea que no compro para nada de la producción. ¿Tenemos que esperar a que seamos mestizos para que el racismo desaparezca? No.
Tan solo en diciembre, hace tres meses, Bridgerton, con su discurso transgresor sobre lo ‘racial’, rankeaba en el top 10 peruano de Netflix. Era una burbuja. Fuera de ella se gestaba algo radicalmente opuesto. El 28 de febrero de este año, a las 8 p.m., Jorge Benavides emitió una adaptación del Negro Mama, con distinto nombre, para su programa en ATV. En una carta abierta, Lundu nos recuerda que este tipo de representaciones ya han sido sancionadas y rechazadas institucionalmente.
Ambas narrativas coexisten, aunque sean incompatibles. Ni el mestizaje ni el amor han solucionado el drama de época que es nuestro racismo enraizado.
Me gusto xq no eres concesiva ni tampoco arremetes a lo bruto!
Gracias por leer Pilarr! Valoro mucho tu comentario 🙂
Genial análisis, Sharún!