Los ganadores del Nobel de Física y la belleza de la conmoción
Cansado de la política local y su chatura, y pese al riesgo de resultar repetitivo; y pese, también, a que dos de mis compañeros caigüeros han tratado ya esta semana la noticia de los premios Nobel, voy a escribir unas líneas sobre uno de mis temas favoritos: el asombro.
El premio Nobel de Física de este año ha sido concedido a Syukuro Manabe, Klaus Hasselmann y Giorgio Parisi por sus estudios de los sistemas complejos. Reconociendo ante todo mi ignorancia científica, voy a tratar de explicar de qué va el asunto.
Se llama sistemas complejos a aquellos compuestos por un gran número de factores o individuos que, por separado, dejan una determinada huella en su entorno; pero sumados o reunidos se interrelacionan y potencian configurando un gran todo —un sistema— que redunda en fenómenos de nueva relevancia: desde el viaje neurológico que nos anima a levantar un dedo hasta la conformación de una galaxia. Son difíciles de comprender. Lo que muchas veces parece fortuito, caótico o espontáneo suele ser, en realidad, producto de una serie de intrincadas correspondencias. Los científicos reconocidos este año han trabajado mucho por hallar y describir la naturaleza de esos circuitos misteriosos y, en el mejor de los casos, predecir la escala de su presencia.
El clima es un buen ejemplo. Desde los sesenta del siglo pasado, el japonés Manabe viene estudiando el cambio climático como un gran sistema complejo. Fue el primero en analizar la relación entre radiación y transporte vertical de masas de aire. Si hoy hasta un niño comprende que el aumento de los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera repercute en la subida de la temperatura en la superficie del planeta se lo debemos a este señor de 90 años. Inspirado en sus investigaciones, Hasselmann lleva cuatro décadas estudiando las relaciones entre clima y tiempo atmosférico, entendido lo primero como un modelo a largo plazo, y lo segundo como lo coyuntural. El estudio de la complejidad del sistema, sus variables, permiten pronosticar, por ejemplo, que el clima en el octubre limeño seguirá siendo gris y húmedo, pese a que el tiempo de hoy nos ofrezca una resolanita. Los estudios de ambos nos permiten ver con claridad el impacto con el que millones de circunstancias naturales y humanas pueden modificar el clima global, normalmente para mal.
El tercer rostro del palmarés es el del italiano Parisi, quien se abre un poco de los trabajos meteorológicos de sus pares para entrar a un terreno en el que la física parece fusionarse con la filosofía. También desde hace varias décadas este señor investiga los patrones ocultos en los materiales desordenados, que es un poco el quid de los sistemas complejos. Es decir, su obsesión ha sido comprender el todo por la naturaleza y sinergia de las partes, en terrenos como la química y la dinámica de fractales, pero también la sociología y el comportamiento gregario de distintas especies. Y aquí un asunto específico que ha llamado la atención de los legos, porque, como los poetas, Parisi se adentró en lo misterioso para mostrarnos verdad y belleza.
Los estorninos son unos pájaros que vuelan principalmente por los cielos de Eurasia. Son conocidos por dos motivos: su extraordinaria capacidad para imitar los sonidos de su entorno a través de un canto intrincado y poderoso y, sobre todo, sus desplazamientos comunitarios. Si solemos sorprendernos cuando asistimos al espectáculo de una bandada de gaviotas formando alineaciones curiosas en la playa, lo de los estorninos es de una preciosidad que cuesta creer, que si no fuera porque se da en la realidad se supondría metafísica.
Estas inmensas coreografías aéreas, que en inglés se llaman murmurations, deslumbran al hombre desde que levantó los ojos a lo infinito. Se sabía ya que se trataba de un comportamiento reactivo frente a las amenazas, sobre todo de depredadores como el halcón, pero se sabe también que no solo se da bajo presión: los motivos que activan las florituras surrealistas que pintan en el paisaje pueden deberse simplemente al impulso lúdico. ¿Cómo opera esta sincronía en medio del caos? Una voltereta puede iniciarse con un ave de la periferia del grupo y marcar la pauta de 400 en medio segundo, lo que multiplicado en simultáneo puede conectar a grupos de hasta un millón de individuos en un instante, conformando así ese espectáculo inefable. Un solo pájaro no llamaría la atención; la magia se da por las conexiones abigarradas e hiperreactivas del conjunto. Se sospecha que obedecen instintivamente a llamados de supervivencia: juntarse para protegerse, no alejarse. Las microconexiones terminan tejiendo una red, es decir, un sistema complejo. Asociaciones similares pueden verse en cardúmenes, rebaños y, claro, grupos humanos.
Los estudios de estos tres genios combinan lo conmovedor con lo utilitario, y gracias a ellos los científicos que les sucedan podrán comprender mejor las infinitas piezas y mecanismos que operan conectados a gran escala en la genética o la astrofísica. Al resto nos deja un recordatorio más simple, pero no menos poderoso: ningún hombre es una isla, y nuestros vínculos sumados pueden llevarnos a la maravilla como a la destrucción de la naturaleza.
Platón decía que “es característico del filósofo este estado de ánimo: el de la maravilla, pues el principio de la filosofía no es otro”. No soy quién para darle consejos a nadie, pero si me lo permiten, ahí les va uno: la vida es más bella si uno se deja atravesar por la luz, por lo que lo mejor es entregarse al asombro como al amor.
EXCELENTE
Muy buena reseña, un forma clara de explicar lo complejo.
Me gusta todo lo que tiene que ver con las matemáticas y ciencias. Hasta tengo un método para calcular si cualquier número es múltiplo de once, al extremo que no soporto ver un número sin aplicarlo.