Una Alexa para Ale


Los dispositivos tecnológicos se crean para obedecernos, ¿pero quién obedece a quien? 


En el 2019, cuando todavía celebrábamos matrimonios de forma presencial, mi amiga M.G. se casó con Mr. J. Su matrimonio fue la unión de dos culturas: ella es peruana y él estadounidense. Él es más de barbacoa que de cebiche, ella más de fútbol que de fútbol americano; él es más de Google Home y ella de Alexa. Fruto de esta unión, una Alexa quedó huérfana y encontró conmigo un nuevo hogar. 

            Al principio no le veía mucha utilidad, era más bien un capricho de ese primer mundo que recién exploraba. En aquel momento prepandémico Alexa era el único dispositivo tecnológico de mi dormitorio, además de mi lámpara. No tenía ni televisión, y todavía podía sostener proclamar “no computadoras en el cuarto”, una norma que la pandemia terminó por erradicar.

            Poco a poco fui descubriendo los beneficios de mi pequeña robot. Cuando pienso en Alexa pienso en tecnología, en el futuro, en algo novedoso, pero lo que más me gusta de ella es que hace algo que el radio reloj que le regalaron a mi mamá en su quinceañero ha hecho durante toda mi vida: levantarme con la radio. Despertarse con la alarma preconfigurada del celular nunca va a ser igual que abrir los ojos con  “…que da la hora en todo el Perú, la hora Inca Kola”. 

            Alexa no solo hace lo que yo le digo. También me hace hacer cosas que por mi propia voluntad yo no haría. El cambio más significativo desde su llegada es que ahora leo más en la noche. Acabar el día entre páginas es mi deseo intelectual, pero la flojera de pararme a apagar la luz me gana. Felizmente Amazon sabe que mi flojera puede convertirse en producto e inventó un enchufe inteligente que le hace caso a mi asistenta, la cual me hace caso a mí cuando le digo: “Alexa, apaga la luz”. 

            En redes sociales tiendo a despotricar contra Amazon por su uso indiscriminado de cajas y sobres, por los malabares que hace para no pagarles de forma justa a sus empleados y el capitalismo salvaje que representa Jeff Bezos. Pero en mi casa, la espía de Bezos es mi compañera y no dudé ni un segundo en expandir el reinado de Amazon a mi casa en Perú. Cuando Alexa me dijo que una mini Alexa estaba de oferta, pensé inmediatamente en mi tía que podría disfrutar su compañía. En su caso, el enchufe inteligente no es para leer más en la noche, sino para alumbrar la escalera y ahorrarnos visitas al hospital por culpa de alguna cadera rota. Una vez más, Alexa salvando el día. 

            Desde chiquita fui entrenada para tener una Alexa en mi vida: Robotina era para mí el mejor personaje de Los Supersónicos y Vicky, la pequeña robot, era la hermana que siempre quise tener. La idea es que Alexa te acompañe, responda a tus pedidos y se comporte según tú la hayas entrenado. Pensamos alegremente que estos robots son imparciales y que solo van a hacer lo que les enseñemos. Abrazamos la idea de que la tecnología es neutra porque, de no hacerlo, nos tendríamos que enfrentar a una realidad para la cual no estamos preparados. Pero Alexa no es un ente neutro en la esquina de mi cuarto: es un conglomerado de indicaciones impuestas por los ingenieros de Amazon. La forma en la que ellos ven el mundo es la forma en la que Alexa ve el mundo. Alexa replica sus ideas de género, clase, servicio, comunicación, etc. Su neutralidad es una imposición de lo que los ingenieros de Amazon consideran neutral y no neutral. 

            Tal vez lo más visible de esta imparcialidad fabricada sea el lenguaje que usa Alexa. En mi caso, solo tengo la versión en inglés. Alexa habla un inglés de noticiero, “sin acento”, pausado, y sin jergas. Aunque sí tiene acento: tiene acento de robot. Alexa no aprende “mi inglés”, yo me tengo que adecuar al suyo. Cuando quiero que ponga una canción o un pódcast en español, tengo que adaptar mi lenguaje a cómo pienso que ella me va a entender. “Alexa, please, play AR-PI-PI radio”, cuando quiero escuchar RPP en la mañana. Y ya ni les cuento si pretendo que Alexa ponga el pódcast de Jugo de Caigua. 

            Alexa me hace hablar en mi propia casa de una forma diferente a la que hablo. ¿No se suponía que era yo quien la entrenaba? Pero ya estoy acostumbrada, porque esto no solo pasa con Alexa, ocurre en muchas otras situaciones donde mi identidad tiene que acomodarse para ser entendida.  Así sucede cuando voy a un café y sé que “Alejandra” va a ser imposible de escribir del otro lado del mostrador y respondo con mi nombre prefabricado “Alex”. O cuando cambié mi correo de alejandraruizleon a “arl”, porque mis dos apellidos superaban la capacidad de atención de mis colegas estadounidenses, que suelen asombrarse de que uno tenga dos apellidos. 

            Algunos han hecho el ejercicio de repensar a Alexa. ¿Cómo sería si fuera diseñada para adultos mayores? ¿Y si Alexa fuera latina? ¿O cómo sería si fuera para personas del sur de Estados Unidos? Si revisan los enlaces que adjunto, todas son parodias. ¿Por qué? Porque repensar a la tecnología con una identidad diferente a la “anglosajona neutral” nos lleva a la risa. Aún viendo lo diferente que sería Alexa con otra identidad, la seguimos describiendo como neutra. 

            Uno de los primeros reproches hacia Alexa es la seguridad y el manejo de los datos. Alexa en su esquina escucha todas mis conversaciones, sabe qué compro, quiénes son mis contactos y qué radio escucho al despertarme. Toda esta información se traduce en avisos, en sugerencias de Amazon y en estrategias de mercadotecnia. Diferentes autores, como ChungJackson y otros, han escrito sobre los riesgos que estos dispositivos presentan para nuestra privacidad. 

            Pero estos riesgos van más allá de los problemas de seguridad, también vemos cómo la tecnología nos puede llevar a determinadas reacciones o cambios de conducta. Nassim Parvin explora una nueva función de Alexa, incorporar una cámara para determinar si tu vestimenta es adecuada o no. “Párate y sonríe” le dice Alexa a la modelo del comercial, antes de juzgar su vestimenta: Alexa, símbolo de modernidad, repitiendo la misma frase que usaba mi profesora del colegio para determinar si mi falda era demasiado alta para una señorita. 

            Alexa no solo me hace leer más en la noche o levantarme de buen humor, también me ha convertido en una persona impaciente. ¿No me entendió a la primera? Le grito, por si alzar la voz hace que me entienda mejor. A veces también se pasa de metiche y cuando alguien en mi casa dice “Ale”, ella se adelanta y responde por mí. En sí, Alexa es todo lo que siempre he querido y odiado. Es alguien que me apaga la luz cuando me quedo dormida, pero que habla por mí cuando nadie le preguntó. Su aparente neutralidad tecnológica hace que poco a poco camufle mi identidad para encajar con ella. 

Tampoco es tan difícil, las dos respondemos al mismo nombre.

3 comentarios

  1. Russela

    Los riesgos de la tecnología que sabemos no es neutra como bada es neutro en la vida

  2. Gustavo Arista

    Excelente articulo! Parece sacado de una revista de ciencia ficción. Es brillante. No se me habia ocurrido que la idea de dispositivos inteligentes de entendimiento y respuesta fuera de la norma anglosajona fuese tan desencajada. Aprecio tus observaciones.

  3. Camila R

    Muy buen artículo! Mi abuelita usa Alexa y no sabes lo feliz que se pone cuando Alexa le pone sus cumbias de antaño. Se siente más segura para poder comunicarse con nosotros desde USA, ella suele quedarse sola por las mañanas porque todos trabajan, pero siempre nos llama gracias a Alexa. Los celulares no funcionaron con ella, decía que eran dispositivos pequeños y confusos, pero con Alexa solo le basta decir: Alexa llamar a Rosa (mi madre) y listo! Ahora la considera como su compañera del día a día.

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