¿Qué podemos aprender del caso de éxito de este compatriota?
En 1982, una familia peruana decidió venderlo todo en Lima para migrar de manera irregular a Estados Unidos. La crisis económica, el incremento de la violencia y el sueño de un futuro mejor los llevó a empezar de cero en un país lejano, en una lengua ajena, sin papeles, ni redes de protección, ni una idea clara de cómo resultarían las cosas. Era la esperanza ganándole la mano a la incertidumbre.
Es una historia que es común en miles y miles de peruanos a lo largo de las décadas: de acuerdo con el censo norteamericano, son 668.507 los peruanos que se fueron a vivir a Estados Unidos, lo cual significa el 50 % del total de compatriotas migrantes.
Pero esta historia en particular tiene un elemento que la hace distinta a las demás: el hijo de esa familia migrante acaba de convertirse en congresista en su país adoptivo. Robert García llegará a la Cámara de Representantes el próximo enero gracias al respaldo del 68.4 % de electores del distrito 42 de California.
Robert está acostumbrado a tener varios récords en su vida política. Fue el alcalde más joven de Long Beach, así como el primer alcalde latino y el primer alcalde abiertamente gay de esa ciudad. A eso se suma hoy un nuevo récord: el primer migrante peruano en convertirse en representante en el Congreso de los Estados Unidos.
Tuve la suerte de conocerlo en un evento del Victory Institute la semana pasada en Washington D.C. Es un buen orador, carismático, con mensajes claros que construye con base en su historia personal, la cual, en muchos aspectos, sintetiza el paradigma del sueño americano. Cuando lanzó su reciente campaña electoral dijo: «Mi madre me trajo a este país cuando tenía 5 años. Lo arriesgó todo para que yo pudiera salir adelante. Todos los niños merecen la misma oportunidad que me ha dado este país». Robert tiene un gran futuro político, lo que lo hace una estrella en ascenso en el Partido Demócrata.
¿Pero cómo ocurrió esta historia improbable?
Primero que nada, está el empuje de las mujeres de su familia. Su abuela lo cuidaba, mientras su madre y su tía tenían varios trabajos, entre ellos la limpieza de casas. Si bien la situación económica era difícil, Robert pudo estudiar con un techo sobre su cabeza, un plato de comida en la mesa y una familia afectuosa que lo alentaba y celebraba sus triunfos. Su madre no pudo verlo llegar al Congreso porque lamentablemente falleció el 2020 de COVID, pero eso no significa que no estuviese presente en la mente de Robert el día de su triunfo: el primer tuit que publicó luego de conocerse los resultados es una foto suya de pequeño con su mamá, y un mensaje en inglés que se traduce en “lo logramos, mamá”.
Pero, en segundo lugar, está también una sociedad que supo acogerlo. No fue fácil: pasó toda su infancia y adolescencia como una persona inmigrante con estatus de ilegal. Recién a los 21 años pudo volverse ciudadano estadounidense gracias a una amnistía aprobada años atrás por el gobierno republicano de Ronald Reagan. Este hecho político cambió su vida y su perspectiva para siempre. Resulta paradójico que esto haya sido posible gracias al mismo partido que hoy apoya ciegamente a Trump, que hizo de la xenofobia una estrategia de campaña, y cuya principal propuesta sobre migración fue la de construir un muro del tamaño de su ego en la frontera con México (una propuesta que, por cierto, no pudo cumplir).
Decidir quién se considera un nacional y cómo un extranjero puede cambiar su estatus a residente o ciudadano son asuntos políticos, plasmados en leyes, y dependen de cada estado. Por ejemplo, uno puede nacer en Alemania y si es de padres extranjeros no adquirirá automáticamente la nacionalidad de ese país. En Estados Unidos o en Perú, sí.
En los procesos de nacionalización, algunos países solo requieren que se viva determinado número de años para ya poder postular a la nacionalidad. Otros solo te permiten ser residente y si es que tienes un empleo ya asegurado. Hay algunos que consideran cuál fue la nacionalidad de tus padres y te permiten automáticamente cambiar el estatus.
Lo mismo ocurre con la decisión de si un ciudadano nacionalizado puede acceder a cargos de elección popular. Hay países, como el Perú, que se reservan determinados cargos públicos para peruanos de nacimiento: si un inmigrante nacionalizado quiere postular a un cargo de elección popular, puede ser regidor, alcalde o gobernador regional, pero nunca podrá postular para ser congresista o presidente de la República, sin importar cuántos años viva en el país. En el caso de Estados Unidos, el único cargo de elección popular que se reserva para estadounidenses de nacimiento es el de presidente; por ello Robert sí pudo postular en las elecciones y convertirse en congresista.
Es interesante detenernos en estos asuntos de nacionalidad porque, como vemos, las decisiones políticas que se tomen al respecto pueden marcar el futuro de las personas y la posibilidad de los países de beneficiarse del talento que cobijó y ayudó a desarrollar por años. ¿Cuántos futuros Robert García están al margen del “Estados Unidos oficial” debido a las políticas antimigratorias de los últimos veinte años? Y las preguntas también se pueden hacer en casa: ¿cuánto talento venezolano estamos desperdiciando al no permitir su ingreso al mercado formal por asuntos vinculados a su nacionalidad? Recordemos lo complejo que resulta hoy regularizar el estatus migratorio en nuestro país y los límites que establece la ley para la contratación de personas extranjeras, independientemente del tiempo que lleven en suelo patrio.
«Hay muchos inmigrantes que solo quieren la misma oportunidad que yo tuve», señaló Robert en una entrevista. «Los inmigrantes están aquí porque solo quieren una oportunidad para el sueño americano». Ojalá muchos lo vean y escuchen, y no solo en Estados Unidos.
Nuestras políticas migratorias enmascaradas en el cinico discurso de «primero lo nuestro, después el resto» no hacen más que ratificar que somos peor que perro de hortelano pues donde este come nadie más come; ese alarde de proteger a los peruanos no hace más que proteger los intereses de los que alardean; por lo que proteger velar por los derechos de los migrantes es lo que menos les importa . Obscecados en ese cínico discurso, exponen a los migrantes incrementando nuestros problemas como lo son el desempleo, la pobreza etc. O es tanta nuestra inseguridad ante nuestras capacidades que es más fácil negarles la posibilidad de competir y compartir sus aprendizajes a ofrecerles oportunidades. Esa limitación de pensamiento es parte de nuestro autosabotaje para crecer. Saludos cordiales y gracias Alberto por darnos a conocer las experiencias políticas de un conciudadano en tierras gringas.