Prevención y esperanza mientras llegan novedosas immunoterapias
“Colangiocarcinoma”, sentenció el doctor, y la voz trémula de mi hermana Lucia lo repitió a través del teléfono desde el otro lado del mundo. “No consulten al doctor Google”, ordenó a toda la familia. Inmediatamente, desobedecimos. Y el panorama resultó aterrador. El cáncer de las vías biliares —esos pequeños ductos que llevan la bilis desde el hígado hacia la vesícula biliar y al intestino delgado— es extremadamente raro y no tiene buenas perspectivas de curación: debido a su proximidad a importantes vasos sanguíneos y a su extensión difusa dentro del hígado, extirparlo completamente puede ser muy difícil.
A pesar del océano que nos separaba, se activó una especie de cordón umbilical etéreo que me conectaba con mi hermana y con toda la familia. En las noches sentía la sangre hervirme en las venas, como si el cáncer lo tuviera yo. El miedo, con su hiperdosis de adrenalina y cortisol, me había invadido.
Después de dos operaciones quirúrgicas en las que le abrieron la panza como un libro, meses y años de odiosas quimioterapias, amargos remedios de la medicina integrativa y una sucesión de talleres de meditación y sanación con gurús de diversas partes del mundo, Lucia sanó y los galenos anunciaron, asombrados ante sus propias palabras:“remisión completa”.
Todos nos quedamos pasmados. Y no es para menos. Pues la velocidad a la que crecen las curas contra muchos tipos de cáncer es tan asombrosa como la rapidez del crecimiento de las curvas de morbi y mortalidad. Según la base de datos global GLOBOCAN de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer, el cáncer fue responsable de unas 10 millones de muertes en 2020, convirtiéndose en la primera amenaza para la salud mundial, en competencia con las enfermedades cardiovasculares. Para el año 2040 se proyecta un aumento del 47 % de casos en el mundo. En el Perú, hacia el año 2030, el número de casos nuevos de cáncer se incrementará en 30 %.
Pero la ciencia avanza a pasos acelerados, tanto mejorando las terapias convencionales como en el desarrollo de nuevas curas. Lo demuestran las tasas de supervivencia al cáncer, que han aumentado significativamente en los últimos años, pasando del 49 % en 1975-1977 al 68 % en 2005-2011 para todos los tipos de cáncer combinados a nivel mundial. Para algunos cánceres, como el de próstata o melanoma, las tasas de supervivencia relativa a cinco años han mejorado hasta el 99 % y 92 %.
En la medicina occidental convencional, los esfuerzos de la investigación médica en los últimos 20 año se concentran en terapias immuno-oncológicas, que se basan en movilizar la capacidad de defensa de nuestro organismo para combatir las células cancerosas. Las más prometedoras tienen nombres fantacientíficos como fármacos inmunoconjugados (ADC por sus siglas en inglés), terapia de linfocitos T (células CAR-T), además de las vacunas contra el cáncer. En comparación con la tradicional quimio o radioterapia, se dirigen más selectivamente hacia las células cancerosas, donde “descargan” los agentes citotóxicos específicamente al tumor, reduciendo el daño a las células sanas y, con ello, los impactos colaterales.
Los conjugados anticuerpo-fármaco (ADC) son una clase de medicamentos especialmente ingeniosa: están diseñados como un Lego que combina un anticuerpo —una proteína del sistema inmunológico que se dirige únicamente a las células cancerosas— atado a un fármaco que mata esas células. El ensamblaje como juego de Lego permite un enfoque flexible y personalizable: el anticuerpo se puede combinar con varios fármacos para el tratamiento del cáncer específico del paciente.
Los tratamientos, sin embargo, son caros y prohibitivos para países como el Perú.
Hace ya 15 años, el fallecido oncólogo peruano Andrés Solidoro Santisteban, profesor emérito de la Universidad Cayetano Heredia, nos recordaba que el gran desafío del control del cáncer en la época contemporánea es reducir la morbilidad y la mortalidad en los países en desarrollo como el Perú, donde la incidencia aumenta especialmente entre la población más pobre, que no tiene acceso a los programas de detección temprana. Aquí nuestro precario sistema de salud invierte demasiado en el tratamiento de cánceres avanzados —con magros resultados— y poco en el Programa de Cáncer Curable y de Detección Temprana, como recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Muchos tipos de cáncer se podrían prevenir evitando la exposición a factores de riesgo comunes como el humo de tabaco, la mala alimentación y la falta de actividad física.
“En el Perú, si tienes cáncer y no tienes plata, te mueres”, sentenciaba hace poco un amigo peruano expatriado. En la última década, hemos avanzado: el Plan Nacional para la Atención Integral del Cáncer y Mejoramiento del Acceso a los Servicios Oncológicos en el Perú o Plan Esperanza, lanzado en 2012, fue una iniciativa valiosa del Ministerio de Salud para difundir una cultura de prevención y mejorar el acceso y la calidad de la atención oncológica en el país, especialmente para las personas en situación de pobreza. En el año 2021 dimos un paso hacia adelante con la Ley Nacional del Cáncer, pero un informe reciente de la Defensoría del Pueblo nos recuerda que estamos atrasados en su implementación.
Detección temprana, cirugía, quimioterapia, tratamientos complementarios de la medicina integrativa, además de la energía luchadora de mi hermana, fueron los ingredientes de una terapia exitosa en su caso, soportada por un sistema público de salud eficaz y gratuito.
Todos los peruanos se merecen lo mismo.
PD. A mis queridos amigos Julia y Baltazar, quienes están –ahora– en la lucha. Al querido Eduardo, que acaba de perder la batalla.
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Estimada Ana, que alegría por tu hermana Lucía! Cómo dices son muchos casos de pacientes sin acceso a salud adecuada y oportuna. Cómo dicen las asociaciones de pacientes.
En países como el nuestro con un sistema de salud débil, los pacientes mueren antes de indiferencia que de la enfermedad en sí.
Mucho por avanzar como país para que puedan acceder a una cobertura efectiva! Nos toca a todos poner el hombro.
Un abrazo