Un novedoso estudio nos revela cómo viven los peruanos menos entendidos
“¿Cuáles son las ocho regiones naturales del Perú?”. Tal fue una de las preguntas en mi examen final, el año pasado, para acceder a la nacionalidad peruana en la gris oficina de la Superintendencia Nacional de Migraciones. “Chala, yunga, quechua, suni, jalca, janca, rupa-rupa y omagua o selva baja”, me lucí, rememorando al sabio Javier Pulgar Vidal mientras hacía un imaginario sube y baja por las pendientes del territorio nacional.
Siendo un requisito para nacionalizarse, desde entonces asumo que conocer las ecorregiones del país es consustancial a la identidad peruana. Sin embargo, ¿cuánto conocemos de ellas? ¿Cuánto las comprendemos?
Quien arroja un poco de luz sobre las complejidades de nuestro territorio es la arquitecta y doctora en Urbanismo Marta Vilela, investigadora del Centro de Investigación de Arquitectura y la Ciudad de la Pontificia Universidad Católica del Perú (CIAC-PUCP). Escarbando entre antiguas cartografías y compilando montañas de estadísticas demográficas, Vilela está mapeando la evolución de los asentamientos y las ciudades en todos los distritos del Perú: en esencia, la historia de dónde elegimos vivir, cómo nos agrupamos, cómo habitamos y cómo nos relacionamos con los recursos territoriales y entre nosotros mismos, lo que en la jerga técnica se llama estructura territorial.
Territorios de ciudades intermedias y menores es el nombre de la investigación en curso que este año entregará como regalo a los peruanos[1]. Se trata de un análisis sobre cómo han ido cambiando las densidades de población en los distritos del Perú desde los años 40 y, especialmente, desde el año 1961, cuando se redefinieron los límites distritales. Su estudio reseña la fascinante transición —en los últimos ochenta años— de un país esencialmente rural a uno predominantemente urbano. Y revela que, espacialmente, el Perú de hoy es un país con dos situaciones extremas: la continua concentración poblacional en ciudades, especialmente en la región chala y quechua, y la persistencia de la dispersión poblacional, que caracteriza a las regiones quechua, suni, janca y amazónica.
Este Perú disperso —donde Vilela concentra su atención— ocupa el 74 % del territorio nacional y tiene una densidad muy baja, con menos de 10 habitantes por cada kilómetro cuadrado. Aquí viven más de 6 millones de peruanos, 2 de cada 10 de nosotros. Es el Perú de la dispersión y del abandono[2], ya que mientras las ciudades acaparan la atención de nuestras autoridades, la dispersión es poco estudiada y comprendida.
Uno de los arquetipos de ese territorio escasamente habitado es el valle del Sondondo, en Ayacucho, donde la urbanista analiza la relación entre la densidad demográfica y factores como las condiciones geográficas, la proximidad a recursos y la movilidad de la población. Aquí, un vasto territorio de 300 mil hectáreas (más de 3 veces la superficie urbana ocupada de Lima) sostiene a unos 10.000 habitantes que se distribuyen en 313 asentamientos, dispersos en un espacio vertical entre los 2.300 y 4500 metros sobre el nivel del mar. La estrategia espacial de estas poblaciones se funda en el aprovechamiento de los bofedales y las planicies de la puna para el pastoreo de camélidos, fuente de fibra y proteína, y en el cultivo de las laderas de la región quechua en un extenso sistema de andenería. Una compleja red hídrica y de caminos conecta y articula los asentamientos poblacionales en diferentes pisos ecológicos, que abarcan desde pequeñas agrupaciones de corrales dispersos en las alturas hasta los pequeños centros urbanos en la región quechua. Cabana, uno de ellos, se compone de una trama de viviendas, huertas y corrales familiares conectados por caminos peatonales y alimentados por una red de acequias que atraviesa sus manzanas.
Este vínculo entre pisos altitudinales, complementariedad productiva y articulación entre asentamientos poblacionales se sustenta en una estructura territorial condicionada también por la proximidad a los recursos naturales y unas estrategias específicas de movilidad, donde el camino a pie aún prevalece. Es fascinante recordar que la gestión del agua se planifica desde las fuentes en la región puna con prácticas de siembra y cosecha de agua, que se complementa con una red de cochas y canales en la región suni y una red de cochas, canales y drenajes en la región quechua. O descubrir que, en las diferentes estrategias de movilidad, la distancia se considera como un valor, dado que, a través de los recorridos a la chacra, los pobladores obtienen información, contemplan el paisaje y realizan encuentros con otros comuneros.
Asi, explica Vilela, “la sostenibilidad de la ocupación territorial se refleja en una dispersión poblacional coherente con la articulación vertical de los recursos y con una tipología de centros y asentamientos poblados a diferentes altitudes y tamaños…”.
A pesar de la riqueza territorial que sostiene, esta coherente organización social y espacial es poco comprendida y valorada, como demuestran muchas intervenciones del Estado que destrozan las redes de la estructura territorial y rompen el sustento de la dispersión poblacional. Lo vemos, por ejemplo, en las iniciativas de ministerios limeños que envían jóvenes extensionistas agrícolas a capacitar a los adultos mayores en agricultura urbana o crianza de cuyes, o inversiones sectoriales de gobiernos regionales que, en aras de un modelo de falsa modernidad, asfaltan las pistas enterrando los caminos tradicionales e instalan redes de agua y saneamiento sepultando las ancestrales acequias urbanas. Una demostración de un Estado que, desde una visión urbana, es decir, de concentración poblacional, desconoce el territorio y no sabe qué medidas tomar.
Con su investigación, Vilela nos señala la importancia de comprender más profundamente la dispersión y sus estructuras territoriales, y nos invita a reconocer y a cuidar aquel Perú disperso que sostiene un vasto y majestuoso territorio, una parte integral de nuestra identidad. Solo así, con más orgullo, podremos entonces entonar la icónica canción:
Unida la costa,
Unida la sierra,
Unida la selva, Contigo Perú.
[1] ¿Qué investigación regalaría a los peruanos por Año Nuevo? Esa fue mi pregunta a algunos líderes del mundo de la investigación científica en el Perú. Esta entrega sigue la secuencia de dones que empecé en Bajada de Reyes, cuando me propuse hacer una reseña de una serie de investigaciones hechas por peruanos en el año 2023, y que merecen ser conocidas más allá de los círculos académicos.
[2] Como nos recordó magistralmente Oscar Catacora en la primera película filmada completamente en aymara, Wiñaypacha, la historia de dos entrañables personajes Willka y Phaxsi, en un rincón de los Andes peruanos, donde viven resistiendo al frío y a la soledad del Altiplano.
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Buenísima nota Anna, muy interesante tu forma de abordarla así como de presentar la investigación de Martha de manera fresca; estableciendo un vínculo clave para su accesibilidad y difusión. Saludos y felicitaciones por los jugosos extractos y potentes narrativas!