Tres ingenieras


La prueba definitiva de que un desayuno con pioneras siempre será nutritivo


Hace unas semanas publiqué un homenaje a esas personas salidas del molde que le otorgan una narrativa a nuestras familias, y para ello me valí de la tía Pati, un referente de la familia de mi novia que murió trágicamente hace más de una década. Por fortuna, el artículo llegó a ser leído en Lima por dos amigas muy cercanas de Pati, quienes, emocionadas por los recuerdos, se animaron a invitar a mi novia, a sus hermanas y a quien escribe a compartir un desayuno dominguero en memoria de la amiga ida.

Así, entre frutas y huevos revueltos, me enteré de que la tía Pati y las dos amables señoras que nos agasajaban fueron parte de un minúsculo grupo de mujeres que habían ingresado a estudiar Ingeniería en la intimidante Universidad Nacional de Ingeniería de Lima. Era la década de 1960 y la gran mayoría de mujeres de clase media y acomodada que terminaban la secundaria eran incentivadas por su entorno a casarse o a seguir una carrera corta emparentada con el secretariado o el decorado de interiores: que ese puñado de chicas brillantes —la tía Pati solo tenía quince años— irrumpiera en ese entorno de varones llamados a engrosar las ramas de la ingeniería debió haber sido un espectáculo. A mitad de mi café con leche ya tenía claro que, si bien sus compañeros varones eran muy amables, cada vez que alguna de ellas demostraba su inteligencia en sus altas calificaciones, no tardaba en flotar entre algunos la sospecha de alguna trampa por parte de ellas; y también me fui dando cuenta de que la interacción social —que en toda carrera es un requisito para los ascensos— se les ponía a ellas cuesta arriba cuando, por ser mujeres, se les sancionaba moralmente por comportamientos que no le eran vedados a ellos. Una de ellas, por ejemplo, nos contó qué su padre le prohibió que un compañero la regresara de la universidad en su auto porque una señorita no podía compartir a solas un espacio cerrado con un varón.    

Pero fue una anécdota específica la que cautivó mi atención y me animó a escribir estas líneas.

En 1969, la filial peruana de IBM abrió un proceso de selección en sus oficinas, que por entonces estaban en el centro de Lima. La tía Pati, recién egresada de la especialidad de Ingeniería Industrial, se presentó al examen y una de las dos amigas con quien desayunamos la acompañó. En un momento determinado, su amiga observó a través del vidrio que Pati se había puesto de pie y que discutía con el supervisor de la prueba. Al rato, la postulante salió muy preocupada.

—¿Qué tal todo?— le preguntó su amiga.

—Creo que bien… pero no sé si la fregué. De repente ya me descalificaron por chinche.

—¿Por qué?

—He notado que una pregunta del examen está equivocada… y le he dicho al supervisor que deberían replantearla. 

—¿Y qué te dijo?

—Que es muy improbable. Pero que si yo tengo razón, que me considere automáticamente contratada.

Como ya lo habrán intuido, la jovencita tía Pati estaba en lo correcto: la pregunta estaba errada, fue contratada, y tuvo una ejemplar carrera en esa transnacional. Sus dos amigas también tuvieron rutilantes vidas profesionales, salpicadas de logros y anécdotas que me recuerdan a esas escenas de películas hollywoodenses que muestran a pioneras sobresalientes, como la madre del famoso comediante Jack Black, la ingeniera Judith Love Cohen, a quien se le debió el exitoso regreso de la tripulación del Apolo 13 tras su accidente espacial, y que alguna vez manifestara que fue la única estudiante mujer de su facultad. 
Pero el desayuno también me dejó otro tipo de regusto. 
Tras los abrazos de despedida, luego de presenciar varias veces sus miradas emocionadas, caí en cuenta de que mientras la mayoría de sus colegas varones se casaron y formaron familias extensas sin que ello perjudicara a sus carreras profesionales, las tres amigas no siguieron ese camino marcadamente procreador y, quién sabe, si ese no fue un requisito que tuvieron que cumplir para ser las mandamases en que se convirtieron.

Pareciera que un peaje oculto y adicional le fue cobrado a ellas, y me temo que ese camino desigual no se ha terminado de desdibujar hoy en día.


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1 comentario

  1. Rosa Elvira Chigne

    Leyendo y escuchando este día, recordé cuando postulé a una Empresa en Lima allá por los años 70…me hicieron firmar una carta redactada por ellos que no debería tener hijos mientras estuviera trabajando alli !! La firmé dada mi juventud e inexperiencia..no soy ingeniera..
    Gracias por este artículo!!

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