El Gordo
Dejé de ver al Gordo cuando inició la cuarentena. En los primeros días pensé en traérmelo conmigo, pero me pareció injusto: lo hubiese separado de los otros dos gatos con los que vive, con los que juega, con los que duerme, con los que pelea. Lo hubiese separado de su mancha solo para contentarme a mí mismo, para mirar sus ojotes durante el encierro. El Gordo no puede elegir, pero si lo hiciese no me hubiese escogido a mí, su dueño en teoría.
Después de meses he podido verlo con detenimiento. Me fascina la simpleza de su vida, la calma de su sueño. Lo envidio. Se echa en la parte más alta del sillón y duerme como una piedra. Ronca. Anoche lo observé y me maravillé de un detalle: en el primer día de la segunda cuarentena, en medio de una segunda ola que solo asciende, en un país que colapsa por la cantidad de muertos, el Gordo duerme con una paz alucinante. Como si dijese “ese es tu problema, no el mío”. Como diciéndome “conmigo no es”.
Miro sus ojitos cerrados, sus orejitas en punta y sus guantecitos blancos y pienso que al menos el Gordo la pasa bien. Que al menos alguien de la familia no tiene que preocuparse de estas cosas.
El último día
El sábado 30 de enero tuve una múltiple sensación de deja vú. Era como estar viviendo el 31 de diciembre y el 15 de marzo a la vez: víspera de año nuevo, y también víspera de la cuarentena anterior. Por momentos parecía que la gente no estaba preparándose para afrontar una pandemia sino para atravesar un feriado.
Una imagen chocante que tuvo esta cuarentena fue la de la gente vaciando sus tiendas y llevándose la mercadería de sus tiendas. Lo he visto en restaurantes (gente a las ocho de la noche llevándose el balde con refresco) y también en tiendas de aparatos electrónicas (escogen los aparatos más caros y se los llevan porque en el Perú no puedes confiar en nadie). Debí esperarlo. Debí suponerlo, pero no lo hice.
Y verlo -tantas veces- fue más impactante de lo que pensé.
Productividad cero
Este es el enero más improductivo del que tengo recuerdo: no he leído, no he escrito, no nada. A la par, se ha ido también con una velocidad increíble. Desde que empezó a subir la curva de contagios en la primera semana, volví a ese círculo vicioso que tuve en la primera quincena de marzo del 2020: ver noticias, mirar cifras, tener episodios de ansiedad, volver a mirar cifras, nunca trabajar, sentir culpa, decirme que no debo ser así, volver a ver noticias.
Me estaba latigueando por esto. Puse chapitas de gaseosa en una esquina y me arrodillé sobre ellas. Hasta que recordé, al fin, que no tengo por qué ser productivo en una época de mierda. Que tengo derecho a perder el tiempo, y quizá hasta sea más sano.
Esto lo tenía muy en claro en marzo. Había leído con atención los testimonios de las personas en cuarentena en otros países y todos decían “olvídate de ser productivo: va a ser muy difícil serlo y está bien, son épocas extraordinarias”. Por eso, cuando entramos al encierro, me dije que no tenía por qué trabajar y me pasé un mes echado en el sillón leyendo El Diario de Ana Frank y jugando Command and Conquer.
Pero esta vez lo olvidé. Quise ser productivo, fracasé, me culpé. Y al final recordé que era imposible.
Quizá una parte de mi cerebro -una parte emotiva- había asumido que cierta normalidad había vuelto, que diciembre y sus cuidados se extenderían largamente. Yo sabía -racionalmente- que no, que esto tenía para dos años, que podía haber mutaciones. Pero miro en retrospectiva y encuentro que mi sensación era distinta. En diciembre hasta parecía haber encontrado cierta tranquilidad. Hasta hice planes. ¡Planes!
Encuesté a mi propio círculo y a todos les ha pasado algo similar. Ya estábamos acostumbrándonos mucho a la nueva época, como mi madre en los ochentas enseñándome a prender una vela antes de enseñarme a sumar.
Enero se tumbó todo esto. Ya es febrero y tengo al Gordo a mi lado, sus uñitas depredadoras, su bolsa primordial. Mira la calle un buen rato y voltea a verme sin emoción. Entiendo su mirada: me está diciendo “conmigo no es”.
Luego se va a dormir como si nada pasase.
Extraño dormir así.
Deben ser sensaciones compartidas por muchos. Creo que muchos más están en una situación tal que tienen que ser productivos si o si. La incertidumbre sí es general y, si todos leyeran su relato,seguramente la envidia a su gato. Quien como el Gordo.
Qué envidia de tu gato, también extraño dormir así, la culpa no conduce a nada, sólo nos queda esperar que pasé está pesadilla, hay muchos peruanos pasándola muy mal.
La mayoría de nosotros nos habíamos acostumbrado a esa nueva normalidad pero ahora es peor y se nos va a hacer más difícil acatar la nueva cuarentena aunque debemos hacerlo porque de nosotros depende salir de esto más rápido
Empezar a tener menos para tenernos más, aceptar los sucesos de la vida que no podemos controlar sin culpa, pero accionar para ser parte de lo que queremos cambiar.
Hace un buen de años dejé atrás eso de la productividad y contribuir a este mundo consumista y pese a que aún tengo mucho por recorrer mi paz mental se a visto beneficiada eso y mi ser un tanto ermitaño me ha hecho llevar bien la primera cuarentena y ahora está segunda a pesar de estar en aislamiento por riesgo de contagio.
Con la cuarentena he podido hacer muchas cosas como tomar clases en línea, aprender a cocinar, llevar talleres también en línea, además de trabajar. Pero la ansiedad sigue siendo la misma.