Travesuras del héroe indiscreto


Una modesta lectura del Vargas Llosa de las últimas elecciones


Qué difícil comprender lo que viene pasando por la cabeza de Vargas Llosa. Porque sí, es verdad que desde hace ya buen tiempo, demasiado tal vez, sus columnas y su activismo están mudando del liberalismo socioeconómico al conservadurismo más rancio, respaldando gobiernos, personalidades e iniciativas cuanto menos polémicas, al punto de que ya casi nadie se escandaliza no solo tras sus afirmaciones sobre política internacional (donde resulta clarísimo en qué equipo juega), sino también en relación a temas tan variados como la tauromaquia, el feminismo, el independentismo, las culturas ancestrales, el arte contemporáneo o las lenguas originarias. De vez en cuando suelta incluso francas barrabasadas: en marzo del 2018 dijo en México, uno de los lugares más peligrosos para ejercer el oficio, que “hay más libertad de prensa hoy en día que hace 20 años, sin ninguna duda. Y el que haya 100 periodistas asesinados yo creo que es en gran parte por culpa de la libertad de prensa, que permite a los periodistas decir cosas que antes no se podían permitir”. Pero todo eso es moco de pavo comparado con su respaldo, primero a la candidatura, y luego a las pretensiones antidemocráticas del fujimorismo, su otrora bestia negra.

            Una pregunta recurrente de esta temporada es por qué don Mario se apresuró en apoyar a Keiko Fujimori tras conocerse los resultados de la primera vuelta: apenas siete días después publicó una de sus ‘Piedra de toque’ animando a los electores a escoger a quien él consideraba el mal menor. Y digo consideraba porque aún entonces parecía pesarle la mano para escribir dicho llamamiento. Sin embargo, con el transcurrir de las semanas su afinidad trocó en defensa y propaganda, con toda la pasión y el aparato que suelen acompañar sus campañas (incluido su hijo Álvaro, un hombre —por decir lo menos— desconcertante). Vargas Llosa no esperó escuchar lo que ambos candidatos tenían que decir, las propuestas que debían mostrar, los puentes que pensaban tender: si ninguno de los dos era santo de su devoción —como le ocurría a ocho de cada diez votantes hasta entonces— lo sensato habría sido esperar. Ponderar. Analizar. No entregarse a la primera, como los ansiosos y los obcecados. Pero parte de la leyenda vargasllosiana pasa por esa vehemencia que parece encenderle la sangre cada mañana.

            Más allá de haber fungido ya en el pasado de ‘garante’ de candidatos presidenciales frente a la amenaza fujimorista —con resultados poco afortunados, por cierto, al punto de que los naranjas más supersticiosos, hoy en la vereda del frente, preferirían mantenerlo amordazado en el mismo armario que Lourdes Flores, otra salada de aquellas—, no es la primera vez que MVLl toma una decisión radical de forma repentina: en el capítulo segundo de El pez en el agua cuenta cómo lo sublevó el discurso presidencial del 28 de julio de 1987, cuando Alan García anunció su plan de nacionalización de la banca. Tan solo una semana después el novelista se había convertido en la encarnación misma de la oposición. El movimiento que dirigió consiguió que el gobierno reculara en sus intenciones, pero todos recordamos cómo terminó dicha aventura política en 1990. De hecho, se volvió el más reconocible enemigo del fujimorismo a nivel mundial. Y lo fue por 31 años. Hasta mediados del pasado abril.

            Por otro lado, es fascinante que en ese mismo libro de memorias hallemos también revelada la que podría ser la clave del misterio: cuando a los 10 años el autor supo que su padre no solo vivía, sino que se trataba de un tipo horrible, prepotente y castrante. Con los años, la existencia y la narrativa de Vargas Llosa estuvo infundida del rechazo a Ernesto J. Vargas y, por extensión, a toda forma de opresión y dictadura. Siguiendo esta línea de abuso de autoridad y rebelión a la misma —aunque el héroe se deje la piel en la batalla— podríamos colocar, tres cuartos de siglo más tarde, el miedo del novelista ante la posibilidad de un absolutismo imprevisto y, para peor, ‘comunista’. Se trataría de un sentimiento tan poderoso que le nubla el pensamiento, al punto de hacerle creer y decir cosas como que “la señora Fujimori va a cumplir con respetar la democracia […] hizo un examen de conciencia públicamente en Arequipa, ha confesado muchos errores que cometió, ha prometido corregir esos errores, actuar de una manera perfectamente legal, respetando la libertad de prensa, por ejemplo, respetando al Poder Judicial […] ha actuado de una manera muy decente”. 

            Hoy, a casi tres semanas de la derrota de una candidata que prefiere arrasarlo todo antes de reconocerlo y volver a la cárcel, y cuando el 69% de los peruanos desaprueba su comportamiento, el hombre se mantiene trejo en lo suyo. Mientras esto sucede, los fujimoristas —enemigos de toda forma de intelectualidad y pensamiento crítico, la mayoría de los cuales estoy seguro de que nunca ha abierto siquiera una de sus novelas— lo llaman, con aire de familia, “nuestro Nobel”. 

            Demás está decirlo, pero nada, ni la más absurda declaración que pueda llegar a decir Vargas Llosa, empañará una obra de las dimensiones de la suya. Nada. Como señala Javier Cercas en El punto ciego, no hay ningún autor en nuestra lengua que haya logrado el portento de escribir seis piezas maestras. Ahí no hay controversia. La literatura es, y seguirá siendo, fuego. Parafraseando a Maradona, la novela no se mancha. También anotaré que me parece idiota esa especie de comparación/competición entre él y Arguedas. El tema da para largo, pero no tiene sentido tratar de imponer a un gigante sobre otro, cuando lo mejor es leerlos, disfrutarlos y pensarlos en su grandeza.

            Sé que Mario Vargas Llosa no es un cínico, y menos alguien que avale patrañas y delitos. Al menos de manera consciente. Quizá el fervor por sus ideas libertarias lo haya rebalsado, al punto de hacerle ver fantasmas y fraudes donde no los hay, y demócratas limpios donde tampoco. O quizá solo esté viejo.

6 comentarios

  1. Cesar Garro

    «O quizá solo este viejo». Respetuoso y lindo final a la memoria de este gran novelista.

  2. Lucho Amaya

    … ¿barrabasadas?…
    No sé, no sé… a veces parece que Castillo ya hubiera gobernado y todo o lo principal, la democracia y sus instituciones representativas, seguirían allí, a salvo, sin menoscabo alguno.
    Las opiniones que viene dando MVLL, sobre Chile, sobre Colombia, sobre Perú, están por confirmarse todavía sobre cuánto de su yerro o cuánto de su certeza; sin embargo para algunos, bienintencionados, cómo no, lo creo, usted entre ellos seguro, pienso, lo critican como si ya se hubiera confirmado o determinado su CRASO error… ¿Somos pitonisos?
    En todo caso creo que una clave, una luz, para comprender a don Mario puede dárnoslo su expresión «La superioridad de éste (el sistema democrático) no proviene de que sea impoluto, sino, como le gustaba recordar a Churchill, de que todos los otros son mucho peores»… MVLL ve en riesgo a la Democracia, que es un bien que, como ya se ha dicho también, solo se empieza a apreciar, y en su supremo valor aunque tarde, cuando se la pierde.
    Saludos

  3. Samuel Adrianzen Merino

    Comparto sus opiniones, pero creo que Mario Vargas Llosa ya es un problema neurológico. Aquí tenemos un ejemplo: : “la señora Fujimori va a cumplir con respetar la democracia […] hizo un examen de conciencia públicamente en Arequipa, ha confesado muchos errores que cometió, ha prometido corregir esos errores, actuar de una manera perfectamente legal, respetando la libertad de prensa, por ejemplo, respetando al Poder Judicial […] ha actuado de una manera muy decente”. Avalar estas afirmaciones, es de verdad, un problema de salud mental, que debería estar siendo estudiado por su familia nuclear, ya que revela una falta total de coherencia en su pensamiento….

  4. Nicolas De Mendiburu Pinillos

    Las seis obras maestras de MVLL . . . nómbrelas por favor . . .

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