Tras los pasos de una paria


Un homenaje a una mujer excepcional 


He venido a Burdeos a una conferencia sobre mapas históricos y su uso en la enseñanza y he aprovechado para seguir los pasos de Flora Tristán, quien en 1833 se embarcó desde aquí al Perú. La relación de la escritora y feminista franco-peruana con el puerto que se conoce desde la Edad Media como “el de la luna” —por el meandro en el río en el que está localizado— es aun más importante porque fue aquí donde murió de tifus en 1844 y fue enterrada a los cuarenta y un años.

¿Quién fue Flora Tristán y por qué me interesa seguir sus pasos? Puede ser que a algunos les suene su nombre porque así se llama una organización feminista peruana, y quizás otros hayan leído El paraíso en la otra esquina, la novela de Mario Vargas Llosa sobre su vida y la de su nieto, Paul Gauguin. Para mí, ella siempre estará relacionada a las memorias que escribió sobre su viaje al Perú, que tituló Peregrinaciones de una paria.

Flora era hija de una francesa y de un arequipeño de mucha fortuna que vivía en Bilbao y que la dejó huérfana a los cinco años, sin reconocerla legalmente. Vivió con su madre en un barrio marginal de París, a los 16 años comenzó a trabajar en un taller de litografía y un año después se casó con el propietario, con quien tuvo tres hijos. Los celos y maltratos del marido la forzaron a escapar a los 22 años con sus pequeños hijos. La muerte de uno de ellos y un arreglo judicial con su esposo la dejaron con solo su hija Aline, sobreviviendo con una pensión que le enviaba un tío desde Arequipa.

En 1833, a los 30 años, decide viajar hasta el Perú con la ilusión de recuperar su herencia. Se embarcó en Burdeos y cinco meses más tarde puso pie en el puerto de Islay. Su diario de viaje es particularmente vivaz y nos permite una ventana privilegiada desde donde mirar el mundo de esos primeros años de la república peruana. Su pluma es aguda y retrata a su tío, Pío Tristán y Moscoso, sin particular simpatía. También nos presenta una visión crítica sobre la esclavitud, la situación de la mujer, los conventos, lo absurdo de la guerra civil de 1833 a 1834 y cómo esta se vivió en Arequipa.

Una de sus viñetas que más me ha impactado es la que narra su encuentro con Francisca Zubiaga de Gamarra, conocida entonces como “la Mariscala”, a bordo de la nave que estaba por llevarla a su último exilio, tras la derrota de su marido, Agustín Gamarra, en 1834. Con su mirada de viajera, Flora nos cuenta sus impresiones de esta mujer majestuosa que, aun enferma y en la absoluta derrota, logró transmitirle la energía con la que vivió y participó en la política peruana.

Flora no consiguió su herencia y volvió a Europa por Inglaterra. Escribió sobre la situación de los trabajadores y sobre la necesidad de la emancipación de la mujer. En 1838 publicó su diario de viajes y recibió un balazo de su exmarido, quien aún la celaba. Sobrevivió al plomo y se convirtió en una de las voces más importantes del naciente movimiento socialista,  llegando a acuñar el lema “Proletarios del mundo, uníos”. Karl Marx la reconoció como una “precursora de la causa” y Frederick Engels incluyó una defensa de los derechos de las mujeres y de Flora en el capítulo que escribió sobre la familia en El Capital.

Sus obras no son muchas, pero fueron influyentes. Incluyen su libro de viajes sobre el Perú y otro que escribió tras su viaje a Londres, donde quedó realmente impactada con la situación a la que se enfrentaban los obreros en el centro del capitalismo mundial, llegando a observar que aún habiendo sido testigo en América de la esclavitud, la vida a la que estaban sometidos los obreros le resultaba más chocante. Plasmó su ideario en La Unión Obrera, publicado en 1843, y fue justamente cuando estaba promoviéndolo en una gira por Francia cuando enfermó y murió en Burdeos.

Por ello, su trabajo feminista más importante, La emancipación de la mujer, es póstumo. Fue publicado en 1845 y en él desarrolla sus principales ideas sobre la situación de subordinación a la que se ven reducidas las mujeres, dependiendo de sus padres y maridos, sin posibilidad ni recursos para vivir de manera independiente. Sus experiencias personales, sus dificultades al ser una hija no reconocida, verse forzada a casarse por necesidad y su viaje al Perú, donde conoció una gran desigualdad, dejaron una marca profunda en su forma de ver el mundo.

Hoy, mientras doy vueltas por esta ciudad portuaria, construida con esta piedra caliza tan distintiva de la arquitectura francesa, me abstraigo pensando en ella y decido que buscaré su último refugio en el cementerio de La Cartuja. Agradeceré que, en parte, a causa de pensadoras como ella, alguien como yo puede vivir de lo que hace y tiene la independencia de pensar en mapas, enseñar en aulas, escribir libros.

En suma, seguir sus pasos.

1 comentario

  1. Patricia Gómez Sánchez

    Felicitaciones Natalia! Me ha parecido fascinante tu artículo. Me ha animado a buscar libros de Flora Tristán y leer sus testimonios sobre la situación de la mujer en el Peru del siglo XIX. Gracias

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