Un libro nos recuerda la importancia del teatro en las luchas de la diversidad
En diciembre de 1978, tres travestis protagonizaron la primera acción visible de naturaleza política por parte de personas LGBT+ en el Perú. Francis Day, Damonett y Gisselle se presentaron en la Asamblea Constituyente para exigir que en la constitución que se estaba elaborando se incluyese la no discriminación contra las personas de la diversidad sexual. Fueron recibidas por el constituyente Lauro Muñoz, del Partido Popular Cristiano, quien presidía la Comisión Especial de Derechos Humanos.
El semanario Oiga le dio portada al tema —El tercer sexo en el primer poder, tituló— y realizó una síntesis del documento que fue entregado ese día: “Toda persona tiene derecho a la vida, a la integridad física y al libre desenvolvimiento de su personalidad. Nadie, en ningún caso, por su comportamiento sexual, puede ser sometido a torturas o tratos inhumanos, humillantes o discriminatorios, pues merece todo el respeto y consideración al que tiene derecho cualquier persona”. Lamentablente el texto no fue recogido en el proyecto constitucional.
El acto político de reivindicación de derechos ocurrido hace poco más de 44 años tenía también una motivación desde el teatro: servía como publicidad a una obra en la que las tres participaban, llamada con irreverencia Las travestis de la Prostituyente, la cual se presentaba en el café teatro Palais Concert de Miraflores (en la calle Manuel Bonilla, donde ahora se encuentra el entrañable bar Habana).
Empiezo recordando ese hecho histórico para enfatizar algo que queda claro al revisar la publicación Incendiar el clóset. Teatro disidente peruano en el siglo XXI: que el teatro es parte esencial de la historia de los colectivos LGBT+, sus aspiraciones, imaginarios y luchas. En este libro, publicado por Crónicas de la Diversidad, encontramos cerca de treinta obras de teatro peruanas reunidas, además de textos críticos. Todos los trabajos presentes en esta valiosa compilación deben entenderse como capítulos recientes dentro de una larga y terca historia de lucha por poder pensar, sentir, expresar, y existir en libertad.
Pero volvamos a 1978. Ese mismo año se creó en el Perú El Teatro del Sol, compañía formada por Beto Montalva y Luis Felipe Ormeño, dos actores homosexuales que decidieron impulsar un proyecto artístico colectivo que permitiese explorar la diversidad sexual y sus problemáticas a través del teatro. Una de sus primeras representaciones, en 1979, fue su adaptación de la conocida novela El Beso de la Mujer Araña, del argentino Manuel Puig, que narra la convivencia en la cárcel de un preso político y un disidente sexual.
Como recuerda el historiador Joaquín Marreros, en 1984 vuelven a estrenar El Beso de la Mujer Araña, pero con un significado aún mayor. Para entonces, Beto Montalva ya era uno de los primeros militantes del Movimiento Homosexual de Lima (MHOL), y montaron la obra como celebración del Día del Orgullo Gay el 28 de junio de ese año. Es el primer evento de celebración del orgullo del cual se tiene registro. Cuando terminó la obra, una voz en offleyó una declaración por el día que se conmemoraba. Debido al éxito alcanzado, el MHOL y El Teatro del Sol hicieron un ciclo de obras de teatro, las cuales permitieron abrir un espacio de socialización para personas homosexuales y de captación de nuevos militantes y simpatizantes para el colectivo.
En una crónica testimonial, el militante histórico del MHOL Kique Bossio recuerda lo importante que fue este ciclo de teatro para iniciar su activismo:
“(…) creo que fui yo quien eligió “Baal” de Bertolt Brecht, puesta en escena por Teatro del Sol, como programa para esta tarde de noviembre de 1984 con un par de amigos de la Católica. (…) Al terminar la obra, sentí una enorme ansiedad por la inminente caminata al Wony —desaparecido huarique de la calle Belén— y los consabidos comentarios sobre nuestra reciente experiencia teatral, llena de alusiones a relaciones homosexuales entre los personajes. De cualquier manera, mis amigos se las arreglaron para despedirse inopinadamente de quienes nos habíamos quedado después de la función a saludar tras bambalinas. A la distancia, pienso ahora que Sandro y Joce sabían que estaba tratando de encontrarme conmigo mismo y me dejaron a mi aire. Aunque tal encuentro no tendría lugar esa noche, sí ocurrió otro que lo presagió: conocí al actor Alberto (Beto) Montalva. Entre un grupo de gente que conocía de vista, fui invitado a tomar un trago a casa de alguien, cosa que acepté encantado. Fue la primera vez que tuve la oportunidad de compartir con un grupo de personas que eran abiertamente homosexuales, y que llevaban existencias alegres, creativas, generosas. Ese encuentro me dio la respuesta que había buscado infructuosamente hasta ese momento: sí podía permitirme ser quien era, y a la vez llevar una vida positiva”.
Volviendo al reestreno de El Beso de la Mujer Araña, es curioso imaginar hoy que el principal evento de celebración del Orgullo se realice a puertas cerradas, pero era lo que permitían esos tiempos. A veces no parece, pero algo hemos avanzado.
Y si bien hay que hacer referencia siempre al valiente plantón realizado en el Parque Kenedy por un grupo de activistas para celebrar el Orgullo en 1995, no fue sino hasta el 2002 que se realizó en el Perú la primera marcha del Orgullo. Es pertinente recordarlo, también, ya que uno de sus principales organizadores y promotores fue el gran Juan Carlos Ferrando, uno de los más queridos y recordados drag queens y performers que ha tenido nuestro país, y de quien podemos leer dos irreverentes obras en Incendiar el clóset. Esa primera marcha recorrió las ocho cuadras de la avenida Wilson, y contó con aproximadamente 1.500 personas, el 10 % de la cantidad de asistentes a la marcha del Orgullo 2022, según cifras oficiales de la Policía Nacional.
Estos son solo algunos de los antecedentes que dan mayor contexto histórico a la diversa y valiosa compilación que acaba de publicarse. De querer abarcarlo todo, habría que sumar cientos de espectáculos, obras de teatro, performances y musicales realizados en teatros, discotecas, auditorios, café teatros, casas, bares, calles, plazas, y garajes, de noche o madrugada, en largas temporadas o por única vez, enfrentándose a la falta de presupuesto o a la fiscalización municipal. No es materialmente posible, pero ello no es óbice para reconocer que cada uno de ellos sumaron para que la diversidad y la disidencia sexual encontraran espacios de identidad y expresión, ayudaron a generar comunidades, a iniciar conversaciones difíciles, a cuestionar y a cuestionarnos, y a contagiar de empatía a propios y ajenos.
En tiempos donde los fundamentalismos y los prejuicios se encuentran envalentonados en su feroz ignorancia, alimentados por la polarización y la incertidumbre, el teatro desde lo disidente parece hoy más necesario que nunca.
La buena noticia es que el talento y la diversidad presentes en Incendiar el clóset nos muestran que lo que ahí encontramos no es solo documentación de lo escrito y lo actuado, sino una vigorosa promesa de lo que vendrá. El fuego generado en cada obra está reduciendo el clóset a cenizas, y con esa fuerza no hay manera de ser vencidos. La libertad en todos sus colores terminará triunfando.
Entonces, a disfrutar de este recuento, y todo lo que está por llegar, con la alegría que nos otorga la firme convicción de que nunca bajaremos el telón.
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Gracias por el recordatorio, Alberto! Otros titanes de esas artes cuestionadoras que debemos recordar en estas fechas incluyen al director y actor José Carlos Arteaga, la bailarina Sandra Campos y el dulce Juan Pedro Laurie, cuya única actuación en «Los chicos de la banda» bastó para consagrarlo y eternizarlo. Felizmente permanecen aún con nosotros los brillantes actores Carlos Victoria y Edgar Guillén, y el director Diego La Hoz, quienes siguen regalándonos su talento y su valentía.
Una acotación, estimado Kique: era José Carlos Urteaga. Tuve el honor de participar en una pequeña obra dirigida por él en 2010 como parte de un taller en Inmensa: «Entono Gay». Se le echa de menos al maestro. Saludos.
Emocionada!! por muchas hermosas razones. Uno de los impulsores de esta audacia es Diego Sebastián, mi amado sobrino, amigo, cómplice intergeneracional. Mi amistad entrañable con Beto Montalba, de muchos años; mi cercanía con el MOHL, en el proceso de su creación (recuerdo tanto mis conversas con Oscar Ugarteche en el Henry´s de la av. Arequipa, cerca de uno de los primeros locales de Flora Tristán., mi cariño por tantos y tantas del MOHL a lo largo de tantos años, entre ellos Kike Bossio, que acaba de escribir acá…. Y claro, mi admiración de siempre a Alberto de Belaunde, por su audacia y vida comprometida con estos y otros muchos cambios (además, su padre fue mi compañero y amigo muy querido de universidad). Gracias por romper los closets y abrir las anchas avenidas .