La ultraderecha local pierde pudor y gana agresividad
Confieso que a la lista cosas que nunca esperé ver —como las videollamadas, la reelección de García, la pasada clasificación de Perú al Mundial o la pandemia— se ha sumado el surgimiento de la nueva ultraderecha criolla. No la vi venir, al menos así, tan canchera.
Porque muy reciente tampoco es. En realidad, siempre estuvo ahí: tras la caída de Velasco, desde Morales Bermúdez —pasando por Belaunde, Fujimori, García 2— hasta Kuczynski, las fuerzas de una facción dura, fuerte, han convivido detrás de un discurso oficial de derecha más edulcorado. Lo novedoso es su aceptación y autorreconocimiento. Esto se debería, según un artículo firmado por Martín Tanaka en marzo, a que, con los “sectores de derecha anteriormente predominantes bastante desgastados, en medio de una gran fragmentación y precariedad política, y con un ánimo irritado por efectos de la recesión y de la epidemia, [emergió] una derecha extrema con una desfachatez antes inimaginable”. La tormenta perfecta derivó entonces en legitimación.
Las características de esta son por todos conocidas. Su conservadurismo reaccionario, paranoias y estilo matón se vieron de alguna manera auspiciados con el ascenso de figuras y gobiernos emblemáticos en Europa y América. Así, Solidaridad Nacional sumó fanatismo religioso con toques fascistas y se convirtió en Renovación Popular; mientras que el fujimorismo reunió un langoy de políticos decadentes con sangre en el ojo combinado con un sector de la población que se negaba a aceptar los resultados de la segunda vuelta. A todos ellos, líderes y seguidores, se les puede reconocer rápidamente por la instrumentalización antojadiza de términos como comunismo, terrorismo, patria, dictadura o libertad. Hasta ahí, todo bien: la democracia permite que incluso los delirantes tengan representación. El problema se da cuando las bravatas y los improperios se convierten en verdaderas amenazas para la seguridad ciudadana.
El martes por la noche el exfiscal supremo Avelino Guillén fue fustigado e insultado por un trío de atorrantes mientras hacía sus compras en el supermercado de su barrio. Lo tildaron de manera vulgarísima de terruco, de filosenderista, para finalmente amenazar su integridad. Estos tipos, que tuvieron el descaro de subir ellos mismos el video a las redes sociales, integran La Resistencia, hoy reconvertido en La Insurgencia y Los Combatientes del Pueblo, facciones que componen un gran colectivo conocido como La Pestilencia, el cual está vinculado muy estrechamente a los partidos mencionados en el párrafo anterior, así como a zafarranchos mediáticos como la Coordinadora Republicana, Willax, Expreso o La Abeja. Nadie lo reconoce abiertamente, pero es así.
Guillén no solo es un hombre íntegro, inteligente y de buenas maneras (lo que, de por sí, lo pone años luz por encima de sus hostigadores); sino que es el burócrata ideal, un fiscal que desde hace 40 años realiza una labor impecable y necesaria dentro el Ministerio Público. Desde los ochenta trabajó en importantes procesos a criminales de la guerra interna, y, ya en el nuevo milenio, dirigió las investigaciones contra la organización delictiva encabezada por Alberto Fujimori, a quien logró condenar a 25 años de prisión por las masacres de Barrios Altos y La Cantuta. Por todo ello, el 2008 fue designado por el diario El País como una de las cien personalidades del año. Sin embargo, más relevante que cualquier reconocimiento es, sin duda, la gratitud y el cariño que sentimos por él millones de peruanos poco acostumbrados al correcto ejercicio de la justicia.
Lamentablemente, el ataque a Guillén no es un caso aislado. Como se sabe, las fuerzas de choque físicas o virtuales de La Pestilencia vienen achorándose desde hace un rato: están presentes en cuanto plantón y marcha se dé “para defender al país de las garras del comunismo”, luciéndose prepotentes y huachafos. Los encuentras en la morgue de Lima exigiendo ver el cuerpo de Abimael Guzmán, en videos de “entrenamiento” para combatir, agrediendo reporteros y autoridades, tratando de amedrentar a periodistas que les plantan cara como Jaime Chincha (entre varios otros), o advirtiendo ataques contra el Lugar de la Memoria, la instalación El Ojo que Llora o el mismo Palacio de Gobierno. Dicen no reconocer al Ejecutivo, lo que de inmediato los pone al margen de la ley.
Tocaría investigar quién financia a estos papanatas con maneras de bullies de salón de clases. La agresión a Avelino Guillén —que recuerda la sufrida meses atrás por Piero Corvetto—, sin embargo, sería poca cosa comparada con las recientes declaraciones de José Muñico (aka Jota Maelo), una de las caras visibles de La Pestilencia, quien sugirió que su pandilla estaría evaluando la posibilidad de armarse para combatir a sus opositores; es decir, a quienes consideren comunistas; es decir, a todos los que no piensan como ellos. Lo último que necesitamos en tiempos tan crispados como los actuales es la aparición de grupos paramilitares. Es ilegal y sumamente peligroso, por lo cual el Ministerio Público —la misma institución que encabezó el valiente Guillén— debería actuar de inmediato, con inteligencia preventiva y el uso de la ley. No podemos sentarnos a esperar que los monos alcancen las metralletas.
El Ejecutivo, acaso por ese propio rabo de paja con la cara de Bellido, Maraví, Bermejo o Cerrón, no muestra hasta ahora firmeza al respecto. Mientras, a diario truenan las alarmas. Y ya se sabe que si no muere el perro, no se acaba la rabia.
Post Scriptum: tras el cierre de esta columna el ministro del Interior, Juan Carrasco, anunció a través de su cuenta de Twitter que ha “dispuesto que se realice una investigación a la presunta organización criminal autodenominada La Resistencia”. También dijo, haciendo alusión a los casos mencionados: “…desde mi despacho vamos a promover iniciativas legislativas que sancionen drásticamente este tipo de conductas”.
Ojalá. Tomaremos nota.
Indispensable actuar drásticamente y no esperar que esto se convierta en un nuevo sendero, solo que será de ultra derecha y ya sabemos lo que pasa si no se toman acciones, para ayer.
Comparto su opinión sobre el respetable Fiscal Supremo Avelino Guillén.
Renovación Popular mucho más “ toques Fascistas”
*mucho más que toques fascistas*