¿Ha vuelto el Perú a su pobreza partidaria de hace 150 años?
Una de las cosas que más me desconciertan y preocupan —como a muchos, estoy seguro— es la ausencia de liderazgos visibles en el corto plazo. Quiero decir: se llevan a cabo las modificaciones indispensables al sistema político y adelantamos las elecciones, bacán. Pero… ¿para que se presenten quiénes en los próximos comicios? El engorro va desde las cabezas hasta los hipotéticos diputados y senadores que se presentarían para integrar el futuro gobierno.
Desde el 7 de diciembre, tras el fugaz autogolpe de Pedro Castillo y su inmediata vacancia, se acabaron las especulaciones para la tribuna y con cero autoridad moral sobre cómo y por qué echarlo abajo desde el Congreso. Acto seguido, como sabemos, parte del país salió a las calles para exigirle a los parlamentarios lo que resultaba una obviedad para todos menos ellos: si se va el presidente, con mayor razón ustedes. ¡Anden pa’llá. bobos! Muchos tampoco quieren que se quede Boluarte, quien, menos mal, ha comprendido pronto que su gobierno, además de transitorio, debe ser lo más breve posible. El adelanto es indispensable, y parece que por fin lo han captado.
Ahora bien: ¿quién o quiénes pretenderán gobernarnos y representarnos? A usted, lector imaginario, ¿se le viene a la mente algún nombre? No puedo afirmarlo a plena conciencia, pero creo que desde el fin del primer militarismo (es decir, desde que aparecieron los primeros partidos hace 150 años) el Perú no ha vivido una pobreza partidaria más lamentable y palmaria. No solo ponemos en entredicho las organizaciones, sino las mismas y más básicas tendencias políticas: la izquierda desde el Ejecutivo y con sus mediocres adláteres legislativos se ha desprestigiado solita, haciéndose un daño del que difícilmente se recuperará en mucho tiempo. Mucho. Por su parte la derecha, que ya venía pareciendo una mala broma al menos desde el 2016, con su conservadurismo y su inclinación fascistoide, ha llegado a exhibir tal estulticia y sinvergüencería que parece entregada a la combustión espontánea mientras le quede tiempo en la avenida Abancay.
Hasta hace poco cundían dos leyendas respecto a la elección de gobiernos en Latinoamérica: que la región tiende a bascular entre las dos corrientes; y que se está viviendo una ola izquierdista que va desde México hasta Chile. Sin embargo, análisis recientes y finos han venido a demostrar, empíricamente, que lo que hacemos es votar contra los oficialismos. Es decir, castigamos a los gobiernos salientes escogiendo lo opuesto a sus proclamas e intenciones.
Hay quienes dicen que el gobierno de Pedro Castillo no fue, pese al empaque, realmente de izquierda, sino apenas un pan con mango populista, caótico y corrupto. En cualquier caso, ha desprestigiado al progresismo socialista, lo que alcanza al gobierno de Boluarte. Sabiendo esto, y lo mencionado en el párrafo anterior, uno esperaría que lo que viniese a continuación serían cinco años de derecha, pero, ante la simplonería exhibida y la falta de cuadros para conformar un capitalismo moderno y liberal, veo muy improbable que aparezca de la nada un adalid en esa cancha. Entonces bien, fuera de los políticos en activo ¿de quiénes podríamos esperar alguna participación?
Dejando de lado a Keiko Fujimori y a Rafael López Aliaga (que no me cabe duda arruinará solito su carrera durante la alcaldía limeña), por la derecha; y al desquiciado de Antauro Humala, quien hizo una mala jugada apoyando al gobierno actual por lo que ya fue declarado indeseable entre el mismo etnocacerismo, a menos que Indira Huilca o Marisa Glave logren desmarcarse de los errores de sus excompañeros (RIP Verónika Mendoza), se me ocurre que la opción sería más bien hacia el centro, caviarona. Es cierto, por supuesto, que hay un tercio del país, especialmente rural y sureño, que siente una bronca legítima por la histórica relegación que ha sufrido, que busca una Constituyente y que incluso sigue creyendo en Castillo; pero los otros dos tercios quieren confiar en una salida pronta pero calmada de la crisis. Esta gente ¿por quién votaría?
Sin ser necesariamente mis opciones más felices, no puedo dejar de pensar en Francisco Sagasti y en Martín Vizcarra. Pero no parecen querer o poder estar a la altura de las circunstancias actuales.
El primero, si bien había propuesto hace meses alternativas plausibles para acortar la calamidad que venimos sufriendo, no ha dicho, que yo sepa, ni una palabra desde el 7 de diciembre, cuando condenó el golpe, se puso al servicio del país si la presidenta decidía llamarlo y generalidades de ese tipo. Es decir, en dos semanas cruciales no ha dicho ni pío, lo que no puedo interpretar de otra manera que como cálculo político, lo que, al menos para mí, le resta puntos en dos sentidos: por pusilánime cuando la historia reclama voces fuertes y claras; y por torpe, ya que si lo que teme es quemarse con ese tercio del país, debería saber que igual nunca votaría por él, y que más bien le tiene que hablar a los dos tercios restantes. Justamente, acabó su interinato con 58% de aprobación.
Respecto a Vizcarra, es verdad que mucha gente lo repudia y no le perdona una serie de triquiñuelas operadas durante su gobierno; pero también es cierto que sigue siendo muy —muy— popular en casi todo el país, que muchos extrañan su paternalismo durante la pandemia, y que política y técnicamente era Jacinda Ardern al lado de Castillo. Sin embargo, sus escasas y simplistas alocuciones se dan apenas en Twitter, donde repite lo mismo que todo el mundo, que el autogolpe fue censurable, que se adelanten las elecciones, que el Congreso es negligente. Nada decidido, concreto ni mucho menos valiente. Es verdad, también, que desde mayo tiene un impedimento para participar de la función pública, pero eso no debería ser una limitación. Además, depende cómo se den los próximos meses, podría hallar la manera de revertir ese dictamen.
Así están las cosas, amigos. Los problemas no se acabarán con la convocatoria de nuevas elecciones, qué va. Más bien, desde ahora mismo, deberíamos ir buscando bajo las piedras a los mejores, los más comprometidos y limpios; lo más valientes: aquellos que se atrevan, de verdad, a jugársela por este país que casi no puede más de maltratos.
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Uffff… Mi comentario, señor Dante Trujillo, iba a empezar con un That is the question y pensaba compartirlo en mi página… Iba, pensaba… hasta que leí mencionarlo a Vizcarra… ¡a Vizcarra!… y en los términos que lo hace!… ¿Lo ha hecho en serio, usted?
¿Un señor que se vacuna, ilegal e ilegítimamente, y no solo él, sino que también vacuna a su pareja y a su hermano le parece digno para lo que propone?
¿Se ha dado cuenta, usted, que ha propuesto al capitán de barco que se salva primero al naufragar su barco, como presidente?
Luego habla de su paternalismo… ¿Demagogia es sinónimo de paternalismo?
Hemos sido el país con más muertos en la pandemia y con cero vacunas contratadas… ¿Es que no dejado de decirle nada eso?
Ya no sé si escribir uffffff o fuuuuu…