Palabras de un evangélico a quienes dudan de las vacunas
Guillermo Flores Borda es abogado por la PUCP, máster en derecho por The University of Chicago. Investigador en temas de religión y política.
Como cristianos, debemos estar siempre atentos a la evolución de nuestras propias lealtades, porque habrá momentos en que nos sentiremos tentados a colocar nuestras posturas políticas por encima de nuestras convicciones religiosas, en que nuestra carne buscará someter nuestro espíritu.
En palabras del filósofo cristiano Cornel West, no somos más que “pecadores redimidos con inclinaciones gansteriles”. Buscar seguir valores morales absolutos en una sociedad relativista es vivir bajo la tentación de hacer una carnicería de nuestras propias conciencias.
Como consecuencia del ataque al Capitolio por parte de sus seguidores que buscaban evitar la confirmación de la victoria del presidente Joe Biden, Trump –quien ganó en 2016 con 80% del voto evangélico y obtuvo entre 76% y 81% del mismo el 2020– afrontaría un segundo proceso de impeachment por “incitación a la insurrección.”
Luego de que 10 congresistas republicanos se sumaran a dicho proceso, Franklin Graham, uno de los evangélicos más cercanos a Trump, los compararía con Judas Iscariote al preguntarse “cuáles fueron las 30 piezas de plata que la Speaker Pelosi (demócrata) les prometió por su traición”.
Los seres humanos son un cúmulo de matices. Hay momentos en que algunos líderes evangélicos parecieran estar posicionados definitivamente en un espectro ideológico, pero, súbitamente, parecieran salir de él motivados por la preocupación por otros. Mientras la congresista republicana Marjorie Taylor Greene esparcía información errónea sobre la necesidad de vacunarse y comparaba los mandatos de usar mascarillas con el Holocausto, Graham optó por un camino distinto.
Cuando un entrevistador de Axios le preguntó si consideraba que la vacunación era un tema provida, Graham aseveró “por supuesto, yo soy provida; la medicina es provida.” Al mes siguiente, Graham realizó una entrevista al director del National Institutes of Health de Estados Unidos (y ferviente cristiano) Francis Collins sobre las vacunas contra el COVID-19. Al final de la entrevista, Graham mencionó a las muchas vacunas que ha recibido de manera favorable y Collins citó Salmos 46:1 (“Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”) para enfatizar que las vacunas son ese “pronto auxilio de Dios.”
“Yo creo en el cristianismo como creo que el sol ha salido, no solo porque lo veo sino porque gracias a él veo todo lo demás”, señaló C.S. Lewis. Nuestra fe cristiana –y no nuestra convicción política–debe ser el filtro mediante el cual examinamos nuestra experiencia vital. Este es un llamado a mis hermanos evangélicos a redefinir nuestra forma de ser provida.
Quisiera empezar por establecer un punto en común respecto de ustedes y yo, que quizás sorprenda a muchas personas que me han leído en los últimos años. Aunque entiendo a quienes piensan lo contrario, sí estoy abierto a aceptar que existe vida desde la concepción. Bajo ese entendimiento, yo también quisiera vivir en una realidad en que no hubiera abortos.
No obstante, en palabras del teólogo Reinhold Niebuhr, soy un “realista cristiano” y entiendo que eso hoy es una utopía. En este mundo debo aceptar que la única posibilidad real es la reducción parcial del número de abortos, a través de la lucha contra las condiciones económicas, sociales y estructurales que llevan a muchas mujeres a abortar y de la promoción de la educación sexual integral. Opto por la legalización del aborto porque no creo que sea equiparable a un asesinato en términos éticos: quien aborta no busca obtener un provecho o colocarse en una situación de ventaja, sino más bien (en la mayoría de los casos) evitar una situación de desventaja y estigma social. Quizás no coincidimos en la política pública a aplicar, pero espero que podamos reconocer un punto de encuentro en la necesidad de defender la vida humana.
Quiero que sepan que comparto su preocupación respecto de que, en algún futuro aún lejano, nuestra sociedad llegue a un punto en que el único análisis posible respecto del concepto de vida sea el realizado desde una perspectiva absolutamente cultural o secular, dejando de lado lo moral o espiritual.
Habiendo dicho esto, quisiera llamarlos a expandir el concepto de vida y las formas en que podemos ser provida, tanto en lo personal como en lo público. En los últimos ocho años he venido abogando por la necesidad de albergues públicos incondicionales para las personas que viven en situación de calle entre los 18 y los 60 años y por el apoyo del estado a las casas hogares que son sostenidas por entidades no gubernamentales (entre ellas, muchas organizaciones cristianas), tanto dentro como fuera de nuestra comunidad evangélica. Lo hago no solo porque estoy convencido de que es un tema cercano al corazón de Dios (Mateo 25:31-46), sino porque comparto una parte de mi vida con ellos. Aunque muchos políticos y activistas dicen preocuparse por “los pobres” (como un concepto impersonal), la realidad es que quienes no tienen un techo bajo el cual dormir, a diferencia de los ricos y poderosos, prácticamente no tienen amigos, así que es nuestro deber cristiano hacernos uno para ellos (Proverbios 14:20-21). Muchos amigos que viven en situación de calle fueron huérfanos, pero rara es la vez en que escuchamos una prédica motivando a los hermanos a adoptar, a pesar de que la Palabra nos demanda abogar por ellos (Salmos 82:3), nuestro Dios se hace llamar “padre de huérfanos” (Salmos 68:4-5), y nuestra salvación sería imposible sin el concepto de adopción (Romanos 8:15).
Quisiera llamarlos a pensar si haber reducido nuestra perspectiva provida a la oposición a la legalización del aborto nos ha privado de la posibilidad de vivir la plenitud de un testimonio provida. En particular, hoy quisiera invitarlos a ser provida en un mundo provacunas.
Como expliqué en una columna anterior, la doctrina cristiana no contiene objeciones explícitas contra la medicina. De hecho, Jesús menciona al vino y el aceite como las medicinas utilizadas por el buen samaritano para curar al hombre malherido en el camino de Jerusalén a Jericó (Lucas 10:34). En cada tiempo y lugar, debemos utilizar las medicinas a nuestra disposición para curar los males propios y ajenos.
Es cierto que algunos hermanos interpretan algunos pasajes bíblicos (Juan 17:16, 1 Juan 2:15-17) como llamados divinos a evadir el “mundo” y su cultura. Una interpretación errada sería aquella que lleve a un creyente a rechazar todo aquello que no logre identificar como parte de una supuesta “cultura bíblica”, porque lo llevaría a renegar de la vida en la sociedad actual. La forma en que vivimos nuestra fe hoy depende de diversos avances culturales, como la música con que adoramos o los medios tecnológicos que usamos para celebrar cultos virtuales.
Otra interpretación es aquella que nos lleva a relacionarnos con las diferentes entidades seculares –como los medios de comunicación, la academia o las entidades gubernamentales– con cierta cautela. Ser cautelosos y “astutos como serpientes” es, incluso, deseable. No obstante, debemos mostrar la misma capacidad de reflexión con un sector de la prensa conservadora que implanta un halo de sospecha sin fundamento sobre las vacunas, con ciertos políticos conservadores que fomentan una injustificada sospecha en busca de réditos políticos y con las teorías de conspiración instrumentalizadas por el movimiento antivacunas.
Entre nuestros hermanos también hay quienes se oponen a la vacunación como un “acto de libertad”, al rebelarse ante el conocimiento científico mayoritariamente aceptado. Difícilmente podremos ser libres sin vacunarnos. Aunque mantenemos cultos virtuales todos los domingos, algo que realmente extraño es cantar alabanzas en compañía de mis hermanos de la Iglesia, así como encontrarme con ellos y sus familias al final del servicio para conversar sobre cómo nuestra fe nos ayudó a procesar las alegrías y tristezas de cada semana. La vacuna es también una forma de garantizar que podamos volver a congregarnos unos con otros, para volver a vivir la fe en compañía de otros.
Antes del inicio de la pandemia, muchas iglesias evangélicas realizaban viajes misioneros llevando tanto la Palabra como ayuda material a diferentes partes del país, mientras otros colectivos también evangélicos realizaban labores con personas en situación de calle y de la tercera edad. El amor es lo que hacemos por otros. Aunque nuestra naturaleza humana nos lleva a pensar la vacunación en términos personales, nuestra espiritualidad debe convencernos de que es una decisión social. Quizás muchos han decidido no vacunarse pensando que no lo requieren porque son jóvenes, porque su sistema inmune no está comprometido o porque desean ejercer su libertad, pero nuestra decisión debería estar principalmente informada por nuestro deber de servir a otros. Necesitamos estar vacunados para poder servir.
Finalmente, un tercer grupo de hermanos ha optado por no vacunarse con base en una supuesta “confianza en Dios”, basada en interpretaciones literales de pasajes como Mateo 8:17. Es claro que Dios no espera que mostremos nuestra confianza en Su cuidado a través de actos negligentes en que nosotros mismos nos colocamos en situaciones que lo fuercen a intervenir milagrosamente. Si bien creemos que Dios cuida de nosotros, recordemos que no es correcto tentar a nuestro Señor (Mateo 4:7). “Si Jesús estuviera aquí, ¿se pondría la vacuna?” es una pregunta errada, dado que Él es Dios y fuente de sanidad, mientras que nosotros somos seres humanos expuestos a la enfermedad.
Nuestra fe debe llevarnos a reflexionar sobre nuestro rol en la lucha contra la pandemia, que ha sido un vendaval de dolor sobre “los más pequeños entre nosotros”, haciendo aún más pobres a quienes ya eran pobres. Un estudio de PRRI y el Interfaith Youth Core (marzo 2021) señala que un número importante de evangélicos que dudan sobre ponerse la vacuna en Estados Unidos señalaron que campañas de vacunación con base en la fe –en contraposición con llamados por parte de funcionarios seculares del sistema de salud– los motivaría a ponérsela. Entre esas campañas, incluyen que sus líderes religiosos los motiven a ponerse la vacuna, que un líder religioso en quien confíen se haya puesto la vacuna, que su comunidad religiosa realice un foro para discutir la seguridad de ponérsela, y que puedan colocársela en su iglesia. Vacunarnos, promover la vacunación e, incluso, apoyar activamente la vacunación de los más vulnerables es la oportunidad de mostrar que nuestra fe está viva (Santiago 2:14-17).
Templos que hoy lucen vacíos podrían convertirse temporalmente en vacunatorios llenos de esperanza.
Finalmente, quisiera dirigirme a los periodistas, académicos, científicos, políticos y funcionarios públicos que lean esta columna. La decisión sobre vacunarse es una sobre la confianza en instituciones. Ante la pregunta “hablando en general, ¿diría usted que puede confiarse en la mayoría de las personas o que usted necesita ser muy cuidadoso al lidiar con gente?” (World Values Survey), sólo 4.2% piensa que puede confiarse en la mayoría. Es paradójico que, en un país de mayorías cristianas, prime la desconfianza.
Tenemos que reflexionar sobre cuál es nuestro rol en generar una revolución de confianza. Los prejuicios se desarman con base en el conocimiento entre unos y otros, pero, durante la pandemia, hemos estado aislados de maneras que van más allá de la separación espacial.
La comunidad evangélica no es un monolito, y está compuesta por diversas congregaciones y organizaciones, con diferentes prácticas y creencias. Si bien hay hermanos que se oponen a la vacunación, la mayoría de sus objeciones no son religiosas, sino que están relacionadas con dudas respecto de la seguridad de las vacunas, cuestionamientos a sus componentes (o el uso de células fetales) y sospechas acerca de su necesidad dado que son producidas por compañías con fines de lucro. Cuando ustedes expresan generalizaciones que no representan la realidad de nuestra comunidad, muchos hermanos pueden interpretar su desconocimiento acerca de la esfera religiosa como prejuicios contra los religiosos, llevándolos a convencerse de que no es posible confiar en ustedes.
Asimismo, el énfasis en un lenguaje academicista al explicar las razones para vacunarse es casi un muro de separación cultural. Aunque es fácil caer en la presunción errada de que los más religiosos sobreponen la fe a la razón, muchas veces son los más seculares quienes presentan una visión academicista como una forma de superioridad intelectual y moral ante la fe de quienes tienen dudas sinceras. Se debe evitar referirse a aquellos que prefieren comunicarse en la esfera pública con base en sus creencias religiosas como si fueran ignorantes, sino más bien hacer un esfuerzo por traducir el lenguaje religioso expresado por los creyentes y reconocer que la religión provee conceptos morales que son aún útiles en la construcción de la vida comunitaria. La esperanza de un mundo mejor –y a salvo– depende de nuestra capacidad de amarnos unos a otros, sacrificando nuestras propias convicciones tanto religiosas como culturales, por amor.
Como creyentes, esta es una oportunidad para mostrar una verdadera fe provida, en un mundo provacunas.
Hoy, vacunarse es una forma de amar.
Complicada explicación para aceptar que las vacunas son útiles (lo cual es positivo). El hermano debiera abordar el estudio del tema del fundamentalismo religioso que permea entre grupos evangélicos y católicos por igual. Este problema es la base de las desavenencias y fanatismo ciego en algunos creyentes ¿por que creen que un islamista es capaz de colocarse un chaleco de explosivos para reventar a la humanidad?
La teología y el ritual deben ser empleados para difundir el espíritu de Cristo (amor y tolerancia) y no asuntos que son de la esfera del Estado. Por ello preferimos la
separación entre Estado e Iglesia.
Vacunacion visto desde enfoque, trae a colación temas, como el no aceptar transfusiones sanguíneas, medicinas y apoyos científicos.
Hay hermanos mucho que hacer y, es parte de nuestro compromiso poner cada día en tu entorno familiar, amical, laboral, social, el amor que en buena cuenta es la empatia con el prójimo, ponerse en su «zapatos» diarios.
Excelente articulo. Felicitaciones.
Lo comparto en mis redes .