Una crónica desde casi todos nuestros escalones
Esta semana vine a La Muy Noble y Leal Ciudad de los Caballeros de León de Huánuco, fundada por los españoles en 1539. Casi todas las personas a quienes les dije que pensaba cruzar la cordillera para conocer esta parte del Perú me preguntaron qué venía a hacer acá, incluso hubo una que me preguntó si se me había perdido algo aquí.
Esta vez mis motivos distaban de lo académico, como suele ocurrir: quería conocer el lugar donde mi padre fue niño y donde nació su querido hermano. Llevaba tiempo tratando de encontrar a alguien con quien venir, incluso pensé venir sola, así que cuando mi amigo Pablo, otro viajero empedernido, me propuso venir a la fiesta de Los Negritos el 6 de enero, literalmente me subí al coche.
Partimos el viernes temprano de Lima, saliendo por Carabayllo rumbo al desvío a Canta, y pasamos al lado de la hacienda Punchauca, donde en 1821 se entrevistaron San Martín y el virrey La Serna.
Esta alternativa a la carretera central está en proceso de mejora y, aparte de un par de paradas por los arreglos, funciona perfectamente y casi no tiene tráfico. Rápidamente pasamos de la costa —o chala— a la región yunga —o quebrada— y así comenzamos a recordar las ocho regiones del Perú establecidas por Javier Pulgar Vidal en la década de 1930 para entender el país basándose en la altura. Lo primero que le queda claro a quien viaja de oeste a este en el Perú es que el factor que más influencia nuestra realidad es la elevación, algo que viví de manera intensa en diciembre de 2021, cuando acompañé a un grupo de ciclistas profesionales a unir los campos de batalla de la Independencia. Aquella vez, en los 800 kilómetros recorridos los ciclistas subieron y bajaron el equivalente del Everest varias veces.
En esta ocasión fuimos sintiendo el ascenso cuando llegamos a Canta, ubicada en la región quechua: todo estaba cubierto de un manto verde. Seguimos ascendiendo por la cordillera de La Viuda hacia la región suni —o jalca—, donde el suave verde da paso a zonas mucho más agrestes, allá donde casi solo se ven llamas y vicuñas. Seguimos avanzando hasta la puna —o región altoandina—, con páramos y planicies en los que se ven lagos, bofedales y nevados. Es aquí, en estas alturas, donde se empieza a gestionar toda el agua que llegará a la desértica ciudad de Lima.
El abra de La Viuda, a 4.770 m.s.n.m., es el punto más alto del camino, y desde ahí se ven los nevados de la región más alta, la janca —o cordillera—. Avanzamos casi en paralelo al lago Junín, por los bosques de piedra de Huayay, y nos impresionó el estado de la carretera, que no tiene nada que envidiarle a las del primer mundo. Ello se explica, en parte, por la importancia de la minería y la participación de los consocios chinos en la construcción de infraestructura.
Pasamos por Cerro de Pasco y vimos el socavón que por cientos de años fue la base de la explotación de plata y que ahora subsiste del manejo de los relaves que la circundan llenos aún de mineral. Los carteles de la ciudad anuncian que se trata de la más alta del mundo y esto se constata con la dificultad para respirar. La falta de oxígeno tiene dos consecuencias conocidas, por un lado da un sueño que se puede volver peligroso en la ruta, pero que se compensa con los ataques de risa.
Continuamos a Huánuco, esta vez bajando por cada una de las regiones por las que habíamos subido, y viajamos al lado del río Huallaga que, paso a paso, se hacía más caudaloso. Vimos desde pueblos bucólicos hasta otros donde se explota el mineral y parecen salidos de una película distópica. Doce horas después de salir, llegamos al destino para ver cómo bailaban los “negritos”.
Hoy los vimos, acompañados de los “corrochanos”, que son unos personajes de pelo y barba blanca, y sombreros de copa, que representan a los hacendados. Las comparsas de las cofradías y de las asociaciones muestran, además, una pareja de alcurnia vestidos con trajes del siglo XVIII y en algunos casos se ve al personaje del “turco”. Los capataces blancos pasan con sus fuetes, látigos y matracas, seguidos de los ricamente ataviados “negritos” que bailan para celebrar al Niño Jesús.
En estos tiempos no deja de ser problemático que quienes no son afrodescendientes se pongan máscaras negras para representar a los esclavos que vivieron en esos valles interandinos durante el periodo colonial, y que desde sus cofradías celebraban los únicos días de descanso que tenían de Navidad a Reyes. (Esta misma semana también ha habido una controversia en España debido a un Baltazar pintado de negro en una actividad por los Reyes Magos. Y ya que estamos, recordemos que en los Países Bajos, Zwarte Piet —el “asistente” de Papá Noel— es peor visto cada 5 de diciembre cuando sale a dar regalos y frutas a los niños que se han portado bien).
Tras admirar el evento central en la plaza central de Huánuco, seguimos camino a Tingo María: era hora de visitar la región rupa rupa —o selva alta—. En los pueblos aledaños vimos escenificaciones más acotadas de los “negritos” y seguimos bajando por caminos cada vez más verdes, allá donde los Andes se van convirtiendo en selva. Esta vez no llegaremos hasta Pucallpa, así que quedará para una próxima oportunidad visitar la omagua —o selva baja—, la última de las ocho regiones según la altura.
No se me había perdido nada en Huánuco, por lo tanto, pero fue la excusa perfecta para recordar lo maravilloso y diverso que es el Perú, tanto en su geografía como en sus expresiones culturales que mantienen vivo el pasado mientras lo reinterpretan.
Visite el Perú, y maravíllese usted también.
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hola natalia, leo tu articulo y siento lo mismo cuando recorro el tramo lima-chiquian, paso por casi todas las regiones de altura q mencionas. Solo una acotacion, zwarte piet es el asistente de sinter klaas, el personaje q siglos despues da lugar al papa noel. Los ‘piets ‘ ahora se hechan menos pintura negra a la cara y no han desaparecido. En realidad Piet segun la leyenda, no es un hombre de raza negra, sino era un moro y sinter klaas nacio en Myra que ahora es turquia.