El mito inalcanzable de la madre perfecta
Margarita González Cursó Antropología en la Universidad Católica, es madre de un mayor de edad, de dos adolescentes y de cuatro gatas.
Es la creadora del blog «Mala Madre».
También es profesora de yoga y aspirante a pole dancer. Tenía un cactus, pero ahora está en un lugar mejor.
Cries in señora.
La buena madre no existe. Porque no importa lo que hagamos, siempre vamos a ser para alguien, cercano o no, una mala, malísima, pésima madre. Ya sea que la crítica venga directamente o en velados bisbiseos, complacer a través de nuestro ejercer maternal es imposible. Si vas a trabajar, no tienes entraña. Si te quedas en casa, no tienes ambición. Si eres suave y dulce, te van a pasar por encima; si tu autoridad es indiscutible, eres una bruja. No hay forma de ganar, ni siquiera de empatar. Siempre tu maternidad va a estar en debe en relación con el imaginario colectivo —y las ideas individuales— de lo que debe ser la buena madre: abnegación, postergación, renuncia, entrega, suficiencia doméstica.
Cuando uno va a parir, muchos salen con el “duerme, que ya no vas a dormir nunca más”, o “recién viene lo difícil” (claro, seguramente porque las innegables transformaciones del cuerpo gestante, algunas que incluso dejan secuelas, son fáciles). Nadie viene directamente a decirte: “Jamás en tu vida vas a ser más juzgada”. O: “Todo lo que hagas va a ser escrutado al milímetro”. Y: “Jamás vas a encontrar sororidad en la maternidad”.
Y ni pensar en si te sientes consumida, sobregirada o, incluso, arrepentida.
Cuando la periodista Orna Donath publicó su libro Madres arrepentidas, el escándalo fue mayúsculo. Una madre que se arrepiente de serlo es un paso más allá que nadie se había atrevido a sacar del oscuro clóset de los esqueletos maternales. Los criterios para participar de la investigación de Donath eran simples, pero duros: Responder que “no” a la pregunta: “¿Volverías a tener hijos sabiendo lo que sabes hora?”, y lo mismo a la pregunta: “¿Tiene ventajas la maternidad?”. Los testimonios son desgarradores. Y lo son, sobre todo, porque estas madres han tenido que aceptarse a sí mismas que maternar no era para ellas, por las circunstancias que fueran. Ninguna de estas mujeres salió del anonimato, ni participa de los foros públicos de madres arrepentidas de su país por miedo a que sus hijos sepan lo que sienten. Y las entiendo. Yo no me arrepiento de elegir ser madre porque, como persona, el arrepentimiento en general me parece un ejercicio inútil. Pero eso no me va a callar. Mis hijes tienen que saber que no todas las experiencias son maravillosas. Que no todos nacen para maternar, que es duro, sucio, agotador, que va a exigir de ti no solo de muchas y tremendas formas, sino que el periodo en que esa exigencia se mantiene incólumne, es larguísimo.
Mi hijo mayor tiene casi 21 años, mis gemelas tienen 17, y se me ha criticado por absolutamente todo. Por ejemplo, la laicidad en mi maternidad consternó a mi familia extensa. “¿Cómo les vas a enseñar valores?”. Como si la escala ética estuviera ligada indefectiblemente a la religión. Aquello me trajo los mismos problemas —y esto me sorprendió— que la inexistencia del Conejo de Pascua, el Ratón de los Dientes y Papá Noel. ¿Dónde queda la magia, entonces? Pues en la ciencia, en la ciencia está la magia. Y así con todo: mis posturas políticas, mi “liberalidad” social. La primera persona que me dijo “mala madre” fue mi abuela (kezorpreza).
“¿Cómo puedes decirte abiertamente ‘mala madre’?”, me dijo un día, refiriéndose a mi blog. Ya me decías mala madre antes, le respondí, ¿por qué te jode tanto que lleve el título con orgullo? ¿Por qué estás tan afectada con que me sacuda el estigma?
He perdido la cuenta de cuántas veces he llorado de agotamiento, de no sentirme capaz, de dudar de mí misma y de las decisiones que he tomado. En el baño, mientras esas manitos golpeaban la puerta preguntando si me faltaba mucho. En el auto, regresando de trabajar. Con mensajitos al teléfono de a qué hora llegaba.
¿Para qué tienen hijos si después se van a estar quejando?, pensarán algunos. Mira, así de imbécil te ves: ¿Por qué fumas, entonces, si después te da cáncer y epoc y quieres empatía en la agonía que te echaste encima por mano propia? ¿Por qué no cuidaste de tu cuerpo y ahora que necesitas un reemplazo de cadera quieres ayuda y atención?
“Pobres tus hijos”, me han dicho. No te preocupes, mis hijos y yo tenemos una relación amorosa y cercana y jamás les he ocultado mis miedos y carencias.
Soy la madre que soy, no la que se supone que debo ser. Y mis hijos están a punto de tomar sus propios caminos con lo aprendido. Quiero creer que mi sinceridad los ha ayudado a humanizar a su madre, como persona, pero sobre todo, a humanizar el rol.
Y sí, hay un tubo de pole en mi sala, y me ven bailar.
No recuerdo desde cuándo sigo a Margarita ni como llegue a ella , pero si me hizo sentir menos culpable con esto de la maternidad, los sentimientos encontrados, ver qué otras madres también se sentían igual y que pedían vacaciones de sus hijes , tampoco me arrepiento de tener hijes ya estoy en ese camino y si en mi otra vida no tengo hijes xd.
Gracias! Me parece bien importante que desmitifiquemos la maternidad.
Abrazo
Es lo que se necesita ahora, sinceridad absoluta. Me encantó lo de «humanizar a su madre…a el rol». Ya casi estás de salida de una etapa, éxitos!
Gracias!!! Creo que es importante salir de imaginario de la maternidad color de rosa.
¿»hijes»?
¿Por qué?
Saludos