Que tu edad te estalle en la cara antes de desayunar
Hace un par de domingos estaba en mi cocina preparándome el desayuno y se me ocurrió optar por la radio en vez de conectarme a Spotify. Sintonicé Doble 9, la emisora limeña que toda mi vida ha sido sinónimo de rebeldía y rock and roll –quienes se han vacunado hace tiempo deben recordar los anuncios escatológicos del Loco Busem– y, mientras pelaba una palta, una voz profunda, como el inminente objeto de su anuncio, se puso a ofertarle a los oyentes un examen de próstata.
Joder. El cuchillo se me cayó al piso. En las últimas décadas solo había asociado los achaques de la edad a las radios que pasan canciones de José Luis Perales y jamás hubiera pensado que una emisora que hoy difunde lo último de The War On Drugs podía recordarme que ya pasé la mayoría de peajes de la carretera. Es casi seguro que este artículo sea una manera de procesar el impacto y de encontrarle un sentido a la disparidad de sentirse joven mientras las estadísticas dicen lo contrario. Es verdad que encontrar el año de mi nacimiento en los formularios digitales cada vez conlleva un mayor riesgo de acalambrar mis pulgares, que mis amigos comparten hoy más historias de dolencias que de romances y que las resacas duran cinco veces lo que duró la fiesta; pero también es verdad que tengo coetáneos que acuden rodando al skatepark, completan triatlones titánicas y acuden a festivales de música indi.
Esta dualidad asociada al envejecimiento de mi generación tiene, obviamente, una base fisiológica: la esperanza de vida actual. El año que yo nací, al ser un varón peruano, se esperaba que viviera un promedio de 51 años, con lo cual hoy se debería estar leyendo mi epitafio en lugar de estas líneas. Actualmente se espera que viva 74 años en promedio, y si fuera mujer la cifra se elevaría a 79 años.
Luego de los últimos cien años de adelantos médicos –y de jubilaciones que se postergan– cuesta creer que muchas de las figuras de nuestros billetes murieron siendo muchachones en términos actuales, como Valdelomar a los 31 años o Miguel Grau a los 45.
Si la humanidad lleva miles de años asociando la cincuentena al final de la vida, es razonable que el hipo tecnológico de las últimas diez décadas nos encuentre descolocados al respecto, y mucho más si solamente nos reducimos a una mirada evolutiva, en la que los animales que ya han procreado y criado descendencia no tienen mayor utilidad. Pero allí está mi generación para gritar que el ser humano no solo es biología y que vamos a inaugurar una nueva cultura de la ancianidad: barrigoncitos que compran muñecos de Star Wars en camisetas de cómic, estiradores de la expresión de los adolescentes, ese grupo demográfico que nació culturalmente tras la Segunda Guerra Mundial y al que le debemos la rebeldía y el rock and roll.
Lo cual me devuelve a Doble 9.
Es de esperar que las mercancías y medios de comunicación que nos acompañaron en la niñez envejezcan con nosotros: las escuelas de negocios nos fragmentan el ciclo de vida de los productos en las etapas de introducción, crecimiento, madurez y declive. Son muy pocos los productos que pueden sobrevivir a décadas de cambio cultural y tecnológico. De hecho, varios medios tradicionales que hace solo veinte años imaginábamos como eternos, hoy miran con desesperación que la edad promedio de sus usuarios superan los 40 años. La disyuntiva es poco auspiciosa especialmente para los medios: o te refundas cultural y digitalmente para tratar de captar a esos jóvenes para los que ya no eres una institución, o te dejas envejecer con resignación: lanzas el aviso de un especialista en próstata los domingos por la mañana, a la hora en que los mayorcitos vuelven de comprar su tamal, y te vas convirtiendo en el refugio de la nostalgia hasta desaparecer.
La verdad, hay cierta dignidad en ello: envejecer y morir con elegancia es una de las mayores aspiraciones que nos debería ser inculcada.
Un par de horas después de mi conmoción dominical, salí a la bodega a comprar un ingrediente para el almuerzo. “Su vuelto, joven”, me dijo la señorita. Benditas sean las mascarillas, pensé, alejándome más erguido.
Es la generación en donde los viejos son más jóvenes.
La vida le permitirá a muchos cincuenton@s disfrutar a plenitud a sus niet@s.
Esa es una buena observación: abuelos con mayor calidad de vida.
La segunda Juventud, querido Gustavo. Y dinos que mascarilla usas…
Unas para asaltar bancos.
¡Gracias, Paul!
Me encantó eso del “acalambres de los dedos” al llenar formatos digitales. Me encantó lo de “su vuelto joven”. No me encantó que la edad me estalle en la cara antes de desayunar!
Gracias, Nancy, por recibir mis paltas con humor.
Me encantó tu post, lo bueno es que esta generación envejece más tarde, al menos me siento así. Me veo y siento más joven que mi madre a esa edad :). Un abrazo
Querido Gustavo, qué columna más removedora, interesante y aleccionadora. Hoy, los mayores, debemos aceptar la «vejentud» y vivirla un poco intimidados por los cambios profundos en los modos de vida. Creo que son producto de la ciencia y tecnología, la pandemia y el deterioro climático. ¿Cómo vive su subjetividad el viejo actual?, ¿Cómo impacta, eso actual en sus lazos sociales? ¿Cómo vive su sexualidad? Si no tiene pareja, está aislado por el virus, no es nativo digital, y la tecnología actual le es ajena, le será difícil usar las redes, lo que a los jóvenes le es intuitivo y natural.
Gracias por compartir!
Graciela, muchísimas gracias. ¡Vejentud!
What a concept!
Cariños.
Excelente columna
Gracias, Francisco.
Un abrazo.
¡Que sigan las mascarilla…. :)…!!!
¡Que sigan sin virus!
Excelente columna. Como dicen «la edad está en la mente» , pero ya vemos que esos avisos (me ha pasado con el rejuvenecimiento facial) se meten ahí mismo a disputar nuestra atención. Que eso no nos impida disfrutar de la buena música y la vida.
Eso, Vanessa, ¡un abrazo!
Me encantó, la verdad todo depende de la actitud, ahora me gusta cuando los taxistas o mozos me dicen señorita, quizás para que les de más propina, no lo sé.
No importa la razón detrás, sino que te sientas bien. ¡Cariños!
«Su vuelto, joven!» ya me la han dicho a mis casi 55… y a mi esposita (once años menor) le saca roncha cada vez que le cuento. «La próxima vez saldré a comprar con la cámara encendida… vas a ver» XD