Un análisis sobre la cultura de la violación en el Perú
Hace unos años se popularizó en espacios feministas y aliados el uso del hashtag #PerúPaísdeVioladores. Pese a las múltiples explicaciones que se dieron en diferentes plataformas sobre lo que se quería lograr y el fenómeno concreto a que respondía la frase, nuestra cada vez más generalizada tendencia a quedarnos con el titular nos previno de tener un dialogo ciudadano informado, alturado, y –lo más importante– urgente sobre el tema que se intentaba poner sobre la mesa: la cultura de la violación sexual en el Perú.
Cuando se habla de una cultura de la violación no se dice que todos los hombres en el país sean violadores, ni se insulta a la población masculina o a las madres de hijos varones. No se insulta a nadie, en realidad, sino que se llama la atención sobre toda una estructura social e institucional -formal e informal- que permite que las violaciones sexuales sucedan con regularidad y que no hace lo suficiente por prevenirlas o sancionarlas. Desagreguemos esto para evitar confusiones y que el asunto vuelva a ser tomado como el ataque a un grupo, y para que además se entienda que en esta labor no solo el Estado tiene la responsabilidad, sino todos y todas.
Pensemos en nuestro ideario colectivo sobre la violación sexual. ¿Qué sabemos o aprendimos? Dependiendo de nuestra generación, quizá hayamos aprendido a través de los medios de comunicación, consejos familiares o colegiales, comentarios de nuestros amigos o, incluso, la enseñanza formal, que el agresor es alguien extraño –es decir, que no conocemos–; que nuestra pareja no nos puede violar –porque si es nuestra pareja se presupone el consentimiento–; que la insistencia hasta el quiebre de la voluntad no es un problema, o que puede ser un problema, pero no uno que implique una violación. Y, finalmente, que toda violación sexual implica violencia agresiva, moretones y golpes.
Eso es lo que nos contaron padres, profesores, curas, la radio, la televisión y la publicidad. Ámbitos que dejaron por fuera conversaciones sobre la diferencia entre violencia sexual y violación sexual, la importancia del consentimiento libre e informado y lo valioso de corregir a nuestros pares cuando observamos cosas que no son correctas, si es que sabemos reconocerlas. Vamos ahora a los hechos: entre enero y junio de 2022, solo los Centros de Emergencia Mujer en el país atendieron 13.181 casos de violencia sexual. De estos casos, 9.306 corresponden a niñas entre 0 y 17 años de edad. 348 casos fueron reincidentes; esto es, no sería la primera denuncia sobre la persona. La mayoría de víctimas conocía a su agresor, ya que solo el 15,9 % de ellas fue agredida por un desconocido.
La violencia sexual no está concentrada en “ciertos espacios”, está en todos lados y todos como sociedad sumamos a ella. Hace poco nos enteramos de dos episodios de violencia sexual en el Congreso de la República. Uno de sus vicepresidentes intentó explicarnos torpemente uno de los casos y reflejó mucho de lo que pensamos como sociedad. Y me atrevo a decir que lo pensamos, porque sus argumentos se condicen con los múltiples mandatos de género que colocamos sobre las mujeres y niñas en nuestro país: “Si hay alcohol, cuídate más”, “¿Solo vas a salir (o trabajar) con chicos?”, “¿Eso que te vas a poner no es muy pequeño?”, “Es que si está rodeada de hombres, ¿qué esperaba?”. En estas ideas sobresalen dos características: 1. Son frases que los varones y las mujeres utilizamos de manera regular. (Sí, nosotras también alimentamos esta cultura); y 2. Coloca la responsabilidad de evitar un posible ataque exclusivamente en ellas.
Vivimos en un país que ha preferido enseñar a sus niñas a prevenir una violación, en vez de enseñar a sus niños a no violar. Y no estoy diciendo que todos los niños en el Perú son violadores. Como ocurre con todo problema social, no existen culpas o culpables, sino que todos estamos cumpliendo un rol. Alimentamos a esta cultura de la violación en la forma en que abordamos el problema –enseñando o no a los niños y a las niñas sobre la importancia del consentimiento–, en la forma en que utilizamos o representamos los cuerpos –ojo a los carteles de la carretera, los calendarios en las mecánicas y las portadas y contraportadas de los periódicos de distribución nacional que utilizan los cuerpos de las mujeres como objeto sexual “jalador”–, en la forma en que reportamos o comentamos sobre el problema: poniendo a la víctima siempre en el titular e invisibilizando al agresor, como cuando decimos que A fue violada en vez de que B violó, con lo que la primera no solo es constantemente victimizada, sino que nos aseguramos de que B pueda reincidir si no es sancionado, dado que protegimos su identidad con la narrativa de la historia. También, cuando dejamos pasar chistes y comentarios sexistas de nuestros amigos y nos hacemos de la vista gorda cuando vemos la violencia o sus rastros frente a nosotros. Cuando culpamos a la víctima por cómo vestía, por dónde caminaba, por haber tomado o no; y si esto no es posible, cuando responsabilizamos a su madre. Cuando damos por sentado que eso es lo que le puede pasar a las mujeres en ciertos espacios, pero no cuestionamos que esa “tenga que ser” la conducta tomada por los agresores, como si fueran animales solo guiados por impulso. Finalmente, cuando escuchamos estas historias día a día y estamos ya tan desensibilizados, que no nos sorprenden más, o no hacemos nada.
Hoy escribí esto. Usted lo leyó. ¿Mañana qué vamos a hacer?
Excelente análisis.
También para cambiar estos paradigmas estructurales es importante la educación sexual integral, que el Congreso se tumbó con su ley, sin el mínimo intento del Ejecutivo para detenerlo…
Totalmente cierto, todo lo que haz dicho empieza desde casa y haciendo la diferencia en nuestro mismo circulo. Es dificil romper machismos estructurados pero no imposible. Depende de nosotros tomar la decisión de no normalizar conductas que se orientan a violencia y violación.
Análisis como este hay que replicarlo, hablar este tema en los diversos espacios y profundizar en ello de cómo son nuestras crianzas en nuestras familias como institución encargada de formar ciudadanos respetuosos de los derechos del otro. Asimismo, estos espacios se promueva la toma de consciencia y autoanálisis como ciudadanos qué estamos haciendo, cómo reaccionamos ante situaciones que evidencian o dan indicios de violencia sexual y cómo está este compromiso de actuar frente a las acciones de las autoridades, ineficiente aún y sobretodo indiferente al negar la educación integral que incluye la identidad de género, aprendizajes que contribuyen a fortalecer los recursos de nuestros niños niñas y adolescentes para poner limites y hacer prevalecer sus derechos. Así también al profundizar en este tema es reflexionar sobre cómo nos encontramos en nuestra salud psicológica y mental como sociedad.
Saludos cordiales.
Excelente análisis. En efecto, la tolerancia frente a las violaciones sexuales es parte de nuestra cultura como sociedad, que se reproduce de generación a generación.
Siempre hay voces que tratan de justificar esta vulneración de derechos, y en esa línea se estigmatiza a las mujeres de la selva, porque se asume que tienen un despertar sexual temprano y todas esas barbaridades que se dicen de las mujeres amazónicas!
Mayor educación sexual, y sí es triste que se resalte más a la violada o al violado y NO tanto sobre el violador, creo que nos falta hablar más sobre este punto en este tema.
Gracias por hablar de este tema y la manera como lo planteas, yo aún tengo temor.