Perdona nuestras ofensas


Iglesias y líderes religiosos deben escuchar el llamado internacional para acabar con la narrativa anti LGBT


Cuando estaba en segundo de secundaria en un colegio católico, el profesor de religión nos entregó una separata con citas bíblicas sacadas de contexto, con las cuales pretendía justificar la siguiente afirmación: “Dios aborrece a los homosexuales”. Se imaginarán el impacto que algo así pudo tener en un chico como yo, de 14 años, que recién estaba procesando en medio de la adolescencia el hecho de ser distinto. 

            Yo sabía que esa separata estaba mal, pero no me atreví a hablar. No quería que el resto de la clase se burlara de mí o empezara a sospechar que era gay, lo que me hubiese hecho objeto de bullying hasta el día de la graduación. El mismo silencio triste y temeroso por el que optaron por lo menos otros 14 compañeros de promoción, que en ese momento sintieron, al igual que yo, que éramos los únicos homosexuales en todo el colegio.

            Por esos tiempos, yo era lo que para estándares limeños se conoce como “católico practicante”. O algo así. Iba a misa a veces, creía en lo que me decían en la clase de religión. Incluso, pocos bimestres antes había sido parte de un grupo voluntario de oración organizado por una entrañable profesora. 

            Ese mismo año, el recientemente nombrado obispo de Lima Juan Luis Cipriani declaró que los homosexuales no estaban dentro del plan de Dios. Palabras desafortunadas pero que no se alejaban mucho de la posición institucional. Algunas semanas antes –en pleno Jubileo 2000– el papa Juan Pablo II criticó la marcha del Orgullo Gay celebrada en Roma, a la que calificó de ofensa a una ciudad especialmente querida por los católicos. La homosexualidad para el sumo pontífice era “una carga” y una “inclinación objetivamente desordenada”. 

            Entonces yo no lo sabía, pero el nuevo siglo que se iniciaba traería consigo una etapa muy importante para la historia LGBT. Por fin se iba a avanzar de verdad. En el 2001, Países Bajos se convirtió en el primer país del mundo en aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo. No importaba a cuántos kilómetros te encontraras del país de la naranja mecánica, si eras homosexual la noticia no te podía ser indiferente: por primera vez sentías que tu aspiración de formar una familia al igual que tus pares heterosexuales no era un sueño descabellado. Lejano sí, pero no descabellado. Desde ese momento, cada cierto tiempo uno escuchaba de países y estados subnacionales que avanzaban hacia el matrimonio igualitario. La esperanza crecía.

            Y en cada una de esas luchas uno encontraba que la resistencia al cambio solía ser liderada por las iglesias. Entre ellas, la más mediática era la Iglesia católica. Aún se pueden leer en Internet las declaraciones hechas durante estos 21 años por obispos alrededor del mundo con frases muy hirientes y escandalosas, donde no se muestra ningún tipo de compasión hacia las personas homosexuales. Se habla de inmoralidad, de la destrucción de la familia, e incluso se llega a responsabilizar a este tipo de uniones de algunos desastres naturales. El actual papa Francisco, reconocido por su actitud amigable y austera, declaró cuando era obispo de Buenos Aires que la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo era una “movida del diablo” y que se pretendía destruir el plan de Dios. A veces pareciera que hay tímidos avances, y algunas voces a contracorriente que brindan algo de optimismo, pero la posición institucional sigue  siendo inflexible. Y las declaraciones desafortunadas se mantienen

            Miro hacia atrás, desde aquella separata escolar en el año 2000 en adelante, y no tengo duda de que mi alejamiento gradual de la religión en la que fui formado, hasta llegar a mi agnosticismo actual, tiene mucho que ver con esa postura. No solo estaban en contra de algo que iba a ayudar a muchísimos católicos homosexuales, sino que eran crueles e insensibles al expresarlo. ¿Esta era la religión que supuestamente se sustentaba en el amor al prójimo? Y lo mismo se le puede señalar a tantas otras iglesias y credos.

            El problema va más allá de la pérdida de fe. Esto tiene consecuencias concretas en la calidad de vida de las personas LGBT alrededor del mundo. La semana pasada, un grupo de expertos de derechos humanos y de las Naciones Unidas realizó una exhortación pública a las iglesias y líderes religiosos a considerar el impacto negativo que tiene la narrativa anti LGBT en la violencia y discriminación que sufre esta comunidad.

            Los expertos que firman este pronunciamiento nos recuerdan que el rechazo religioso a la diversidad sexual ha servido históricamente como justificación para la criminalización de la homosexualidad. En la actualidad, todavía son 69 los países donde son ilegales las relaciones del mismo sexo. La lista era mucho más grande hace pocas décadas. Pero incluso en los países donde ya no son ilegales, los discursos de odio, las políticas públicas anti LGBT y el bloqueo a leyes en favor de la igualdad encuentran su justificación en las posturas religiosas que se mantienen sobre este asunto. 

            Y el impacto no solo es a nivel de las diversas estructuras sociales. Hay también un profundo significado en la espiritualidad de las personas. La propia carta de los expertos así lo reconoce:  “Las tradiciones religiosas enseñan la necesidad de escuchar a los silenciados y elevar a los oprimidos. Nos piden que encontremos un terreno común en la experiencia humana. Urgen a abrazar a los demás, especialmente a los que son diferentes. La fe motiva a muchos a trabajar incansablemente por el bien común al encontrar un propósito en la vida y hacer contribuciones únicas al mundo. Ellos inspiran a muchos a tomar decisiones que les permitan alcanzar su máximo potencial y ser su yo más auténtico para que puedan liderar con amor, coraje y bondad. En ese sentido, una perspectiva de fe inclusiva sobre la sexualidad y el género puede crear un espacio profundamente significativo de hospitalidad y aceptación, donde las personas pueden prosperar juntas, expresarse auténticamente y sentirse más cercanas entre sí”. 

            Espero de corazón que este mensaje cale en todos los templos, y en especial en la que alguna vez fue mi Iglesia. Y si no, basta con acudir a una carta previa, escrita con varios siglos de diferencia, y que debió estar presente en mi separata de segundo de media: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano,  a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto”. Primera carta de Juan, capítulo 4, versículo 20

5 comentarios

  1. Nelson Ramirez Jimenez

    Muy bien Alberto. Me permite entender mucho más la actitud anti Cristiana de la Iglesia en este tema.

  2. Brandon Pérez Salazar

    Excelente artículo, me fascina la manera en que expresas tus ideas. Concuerdo contigo en lo irónico que es el mensaje de la iglesia, lamentablemente vivimos en un país de mente aún conservadora para los tiempos modernos. Admiro mucho tu trabajo como congresista, de llegar algún día a la política te tendré como uno de mis principales referentes. Éxitos.

  3. Nilo Espinoza

    Me da mucha pena que gente «creyente» aún tenga los paradigmas de que Dios solo ve por lo hetero, personalmente creo que Dios ve al SER HUMANO, estas personas que ven blanco y negro, en la sexualidad, estoy casi seguro que en su vida, no todo es blanco y negro, siempre hay una mirada diferente en las cosas. Dios creo varón y mujer, si, pero también creó la conciencia, el alma, el interior de la persona, el sentir y eso no tiene un solo mirar.

  4. Manuel Beltroy

    Conversando hace unos meses con una colega respecto a la diversidad e inclusión que muestran las diversas instituciones educativas, surgió el comentario «el pensamiento crítico es peligroso». Tomando tu artículo, la religión adoctrina, así como lo hace la educación tradicional (como la de nuestro colegio). Para seguir generando el cambio, es importante promover una educación crítica, dialogante y libre.

  5. Edith

    No se rechaza a la persona sino a lo que se hace a los actos contrarios a la verdad. Cómo se puede cuestionar la Palabra de Dios. Tú comprendes que Dios ama pero nuestras acciones deshonestas, idiologías en contra de la religión, caprichos… No es el recjazo al ser humano sino al pecado. Cada uno es libre de elegir y por ello, uno elige estar o no, creer o no… Si cada día decidimos elegir a Dios por encima de todo y todos, podremos encontrar paz. La vida se convierte en lucha constante cuando no estas en paz. Estamos en el mundo pero no somos de este mundo, por lo tanto estamos ante tentaciones todos los dias el debate de esto es lo correcto y lo otro es lo que deseo o quiero pero sé que es pecado… y sabiendo que no está bien lo elegimos… pues asumamos las consecuencias de nuestros actos…somos libres y Dios es amor infinito…

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