Sobre besos robados y otros accesos no consentidos
¿Alguna vez un trabajador de construcción le ha gritado comentarios sexualmente cargados cuando caminaba por la calle? ¿Alguna vez un taxista ha bajado la velocidad de su auto para, desde su ventana, expresar alguna opinión sobre su ropa o su caminar? ¿Alguna vez alguien ha tocado, en público, alguna parte de su cuerpo sin su consentimiento? Muchos de ustedes se preguntarán de qué hablo y adónde voy con esta introducción. Si usted es un varón en el Perú, le insto a que haga estas mismas preguntas a la mujer que tenga más próxima. Si esta es una niña puede preguntarle también, solo escoja mejor sus palabras. Si usted es una mujer en el Perú, por otro lado, estoy segura de que tengo un chance bastante cercano al 100% de que haya respondido SÍ a todas las preguntas inmediatamente.
Resulta que la experiencia de las mujeres en nuestro país no es tan diferente a la de la de las mujeres en otras partes del mundo; pero esto no quiere decir que estemos mejor. El argumento negacionista más cínico esgrimiría que el Perú no es —inserte aquí el nombre del país donde las violencias contra las mujeres sean percibidas como más graves—. Y sin embargo, las afectaciones hacia nuestras vidas, nuestra integridad y el valor de nuestra humanidad misma son constantemente cuestionados en diferentes partes de la Tierra. Si bien fenómenos como la mutilación genital femenina, los asesinatos para ‘preservar’ el honor de la familia, el uso de nuestros cuerpos como trofeos de guerra, o los raptos con fines de matrimonio se nos hacen lejanos —aunque no lo son tanto—, incidentes como las violaciones sexuales correctivas, los matrimonios forzados de niñas, los embarazos forzados, el tráfico de mujeres para la explotación sexual o laboral, el ciberacoso y la pornorevancha son fenómenos mucho más comunes de lo que imaginamos. En un escenario donde las violencias y afectaciones de los derechos de las mujeres se consideran como más o menos graves —y esta definición esta siempre dictaminada por un ojo que rara vez considera el contexto de la violencia contra las mujeres como estructural—, seguimos pensando que estos incidentes no están relacionados unos con otros en su ocurrencia.
Lo cierto es que lo están.
Hay una famosa foto que retrata el beso de un marinero y una enfermera tomada en la isla de Manhattan hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. Aquella foto, considerada largamente por el público como el gesto romántico de una pareja efusiva en base a la narrativa contada y reforzada sobre esta, retrata en realidad lo que sería el mismo episodio ocurrido hace poco con el beso que le propinara el futbolista Iker Casillas a la periodista Sara Carbonero; y más recientemente, el que le robó Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, a la deportista Jenni Hermoso, quien viste la camiseta número 10 del equipo español, al recibir la copa mundial de fútbol femenino. Besos robados. Para evitar su romantización: besos no consentidos.
Es interesante ver los comentarios en el caso de los besos —todos—. Una vez que se identifica que estos fueron no consentidos, se busca minimizar el hecho: es el calor del momento, es una muestra de efusividad, no es para tanto, o —el más peligroso de todos— fue algo que se sucedió y/o no se pudo controlar. Mas allá de que estos argumentos vuelven a los varones agresores figuras animalísticas que no pueden domar sus instintos, no dejan de ser situaciones en las que los varones en cuestión se sienten más que cómodos utilizando el cuerpo de las mujeres más cercanas como objetos para la celebración. Inclusive en el caso de Casillas y Carbonero —aun si se argumentara que ambos estaban en una relación sentimental en ese momento—, el contexto del beso en público se dio en un escenario en que ella entrevistaba al futbolista en su labor de periodista contratada por un medio televisivo, no como la novia que saludaba o felicitaba a su pareja. Era la decisión unilateral del agresor del acceso y uso del cuerpo del otro (la otra) para su propio beneficio.
¿Por qué deberíamos hablar sobre los besos robados por los profesionales del fútbol extranjero como relacionados con los derechos de las mujeres? ¿Qué tendrían que ver estos casos con el Perú, o, concretamente, con Camila, o con Mila antes que ella? Porque estas son cuatro instancias en las que el contexto importa, y donde los derechos de estas mujeres han sido vulnerados y, de una manera u otra, llevados a la palestra pública.
¿Se disculparán? Sí. Emitirán las disculpas de quien recibe las criticas públicas, normalmente. Disculpa si te has ofendido. Perdón, si crees que yo… o como dijo Luis Rubiales: “Seguramente me he equivocado”, “si hay gente que se ha sentido por esto dañada, tengo que disculparme, no queda otra”. Curioso es que en su disculpa no menciona a la futbolista, o se disculpe con ella. Sobre todo, considerando que esta habría inmediatamente expresado de manera muy clara que todo este incidente no estaba planeado ni mucho menos había sido consentido por ella. Si acaso, haciéndolo en la misma forma en que lamentablemente a muchas mujeres en el Perú nos toca lidiar con estos incidentes cuando suceden: “No me ha gustado, eh. ¿Pero qué hago yo?”.
Si los cuerpos de las mujeres y las niñas son disponibles, en público y en privado; si alguien más tiene derecho y posibilidad de acción sobre los mismos, seamos deportistas de élite o mujeres en el área rural o en la ciudad; si no podemos decidir sobre quién accede a nuestro cuerpo de manera libre, o los demás se sienten con acceso libre al mismo, y de manera más o menos impune, esto siempre puede pasar, ¿Qué nos toca hacer? ¿Qué hacemos nosotras? ¿Qué hago yo?