No son un error, son propaganda 


Unas reflexiones sobre cómo combatir las “fake news” desde el periodismo y la ciudadanía


Leah Sacín Gavancho es una periodista peruana con diecisiete años de trabajo en medios de comunicación masiva. Ha sido reportera, productora, directora y conductora en distintos espacios. En 2020 fundó Voceras, una organización sin fines de lucro que lucha para cerrar la brecha de voces de mujeres en el debate público. Colabora como editora en el medio de periodismo independiente y feminista La Antígona. Es bachiller en Comunicación y Periodismo y realizó un diplomado en Comunicación Política, pero el título que más le agrada es el de mamá de una niña y un niño increíbles. 


La Red de Periodismo Ético de la Fundación Gabo define a las fake news como “toda aquella información fabricada y publicada deliberadamente para engañar e inducir a terceros a creer falsedades o poner en duda hechos verificables”. Bajo la mera definición parecería relativamente sencillo poder desmontar este tipo de información. Pero hay algunos factores que han complicado la situación. La velocidad de Internet y las redes sociales ha multiplicado los efectos, sin duda. Pero hay otro factor importante, particularmente en Perú: una pérdida grave de confianza en los medios de comunicación. Según el Digital News Report 2023 de la agencia Reuters, la confianza de los peruanos en las noticias ha caído a una cifra récord: de 100 peruanos, solo 33 creen en las noticias.

¿Si no creen en las noticias, cómo podemos desde el periodismo combatir las noticias falsas? Y otra pregunta que se cae de madura: ¿entonces, en qué creen los 67 peruanos restantes? ¿Qué información consideran valiosa y verídica? Es imposible responder esta pregunta con rigor científico, pero el análisis de la realidad y del consumo de medios nos puede brindar interesantes pistas para ensayar hipótesis. Así, sigue creciendo el número de peruanos que se informan en medios digitales y que reciben contenidos por las redes sociales, y es allí donde hay una enorme oportunidad para generar fake news. Allí circulan y se hacen virales con enorme facilidad. Convendría enfocarnos ahora en aquellas que nacen de usuarios con cierto prestigio, aquellos que ostentan algunos títulos, que han sido autoridades, que suelen ser entrevistados en televisión. 

La dinámica suele ser la misma: una de estas personas con prestigio y cierto arraigo en redes sociales difunde una información abiertamente falsa. Muchos usuarios interactúan desmintiendo la información, aportan datos, detalles, desmantelan por completo el mensaje. El emisor del contenido no suele contestar los cuestionamientos, pero da igual: lo que publicó se hace viral. A pesar de toda la evidencia que aportan los comentaristas, la persona no borra la información que es evidentemente falsa. 

Lo que queda claro es que el objetivo ha sido cumplido: la información falsa se hizo viral, tuvo alta rotación y queda ahí perenne. Esa información impactará en aquellas personas que piensan como el emisor del mensaje; a ellos no les importará que cientos o miles aporten pruebas de que no es cierto lo que se ha difundido. Se amparan en el prestigio del emisor del mensaje, pero más importante aún: se sostienen en lo que creen, en su opinión ya formada y, ya que esa fake news encaja con sus pensamientos y sentires, entonces es cierta. 

Por lo tanto, la difusión de información falsa, de mentiras adrede y de distorsiones de la realidad, se ha convertido en una estrategia de propaganda a gran escala. No importa si con argumentos se desmonta, queda allí eternamente compartida en internet para seguir convenciendo a los convencidos. 

¿Qué podemos hacer? En todas las reflexiones desde el periodismo se resalta el rol de los medios de comunicación como una pieza clave para luchar contra las noticias falsas. Pienso que en el Perú tenemos serias dificultades, al margen incluso de los indicadores de confianza en las noticias. ¿Cómo podemos luchar contra las fake news desde los medios si ponemos en una mesa de entrevistas a personas que difunden estos contenidos en sus redes sociales? ¿Por qué los traemos como expertos a un estudio de televisión o a una cabina de radio o le damos una columna de opinión sabiendo que se dedican a difundir información falsa? No hay forma de que podamos aportar desde el periodismo a desmontarlas si no se eleva el rigor para la elección de las fuentes. Es fundamental que el periodismo en tiempos de redes sociales se aferre con uñas y dientes a sus orígenes. Quizá no podamos competir por inmediatez, pero sí podemos hacerlo por la calidad de contenidos, por la ética en la elección de las fuentes, por el valor de la validación de información. Contra la propaganda, la respuesta siempre ha sido el periodismo. 

¿Y desde la ciudadanía? Si queremos aportar como ciudadanos, por supuesto que suma mucho cortar la difusión de noticias abiertamente falsas. Es importante también entender que muchas veces, en un afán de rectificar información, les damos el altavoz a usuarios que solo buscan más y más ruido: no quieren nuestras aclaraciones, no les falta información, no es un problema de entendimiento, lo suyo es simplemente propaganda. Otro remedio para la propaganda es el silencio. Y es importante entenderlo. Muchas veces multiplicamos esas voces sin ser conscientes de ello. 

Vale mencionar que luego de hacerse visibles lanzando informaciones tendenciosas, opiniones “polémicas”, o directamente fake news, estos usuarios logran visibilidad y, en algunos casos, acceden a espacios en medios de comunicación masivos o digitales. Logran de esa forma su propósito de ampliar sus plataformas. Un círculo vicioso del que parece poco probable que podamos salir pronto. Pero qué importante sería, para salir del hoyo, dejar de cavar. 


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