Sobre las recientes declaraciones de un actor y el sesgo del superviviente
Paul Barr es abogado y magíster en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Tiene doce años de experiencia en el sector educación, tanto en el ámbito público como privado. Ha trabajado en aspectos relacionados a la internacionalización, la investigación y la innovación.
Hace un par de días el actor y conductor de televisión Christopher Gianotti repitió en una entrevista esa idea tan popular —aunque a muchos no nos guste— de que el pobre es pobre porque quiere. Señaló que hay un falso discurso mediocre de que no tenemos las mismas oportunidades, cuando es uno quien se las debe generar. Y, para ello, puso el ejemplo de gente que ha salido de pueblitos recónditos del país, donde su entorno era la nada, y que hoy son empresarios que han salido adelante, además de seres humanos maravillosos.
Pero acerquémonos un poco más a esta afirmación.
Es cierto que sí existen casos de personas que se sobreponen a circunstancias sumamente difíciles y logran salir adelante. Sin embargo, la probabilidad es bastante mínima: tan baja que estos casos, por ser excepcionales, tienen un eco mediático que agiganta su verdadera magnitud. El actor no ha considerado, por ejemplo, —aunque las redes no tardaron en recordárselo— los efectos perversos de la anemia infantil en el desarrollo cognitivo, lo que implica que los niños y niñas que la sufren tendrán sus capacidades disminuidas para toda la vida. Así como la anemia, existe un conjunto de circunstancias similares y no deseables que generan que las personas no tengan un buen punto de partida para desarrollarse y alcanzar su potencial, y que han sido ampliamente citadas en distintas investigaciones: violencia en el hogar y entornos inseguros, infraestructura deficiente, falta de acceso a salud y educación de calidad, entre otros. En países como el Perú, ser pobre, vivir en un entorno rural o en zonas periurbanas, ser mujer, ser afrodescendiente o indígena, o tener alguna condición de discapacidad, te pone a jugar un partido muy cuesta arriba. Esto se agrava cuando esos factores se combinan. Por ello nuestras opiniones y las propuestas que nacen de ellas — incluidas las políticas públicas— no pueden encontrar su fundamento en lo que le pasó a la tía o al amigo: necesitamos menos anécdotas y más investigación que aporte a la comprensión de situaciones complejas y multicausales.
Es claro que, a pesar de la evidencia en contra, el razonamiento de Gianotti se repite una y otra vez. La forma en la que quienes piensan como él llegan a estas conclusiones es falaz y tiene un nombre: el sesgo del superviviente. Cuando sucumbimos ante este sesgo, lo que ocurre es que nos concentramos en los casos de éxito y no vemos a quienes no lo lograron. Es lo que pasa, por ejemplo, cuando una mujer exitosa dice que, como ella logró salir adelante, no existen barreras para las mujeres. Es lo que encontramos cuando nos entusiasma el aislado caso de un emprendimiento exitoso y olvidamos cuántos han fracasado. Es lo que se esconde detrás del popular lema de una de las universidades con mayor matrícula en el país: “Para los que quieren salir adelante”.
Olvidamos que todo éxito y todo fracaso involucran una combinación única de circunstancias. Desde luego, lo que hace la persona importa: su resiliencia, su talento, la perseverancia, la mentalidad, etc. Sin embargo, como lo hemos visto, las circunstancias juegan un rol sumamente importante. Los resultados que obtenemos no dependen exclusivamente de lo que hacemos. Como un buen amigo mío repite con frecuencia: no le pidamos tanto a las personas.
No obstante, a pesar de lo inválido de su razonamiento, me pregunto si escuchar a Gianotti es realmente malo en el Perú. Vivimos en un país donde siempre se habla de oportunidades y de cómo influyen en nuestra vida, pero que no se generan. Donde se habla de salud y educación de calidad, pero estas no están al alcance de la mayoría y hay que pagar por ellas. En este contexto donde cada quien baila con su pañuelo, o se apoya en su círculo más inmediato, ¿no
es más esperanzador pensar como Gianotti y comprarse esa lógica de que todo lo podemos porque, finalmente, nos toca jugar el partido solos?
Lo ominoso, obviamente, viene después: cuando fracasas y una voz te carcome diciéndote que todo fue tu culpa.
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Buen artículo mi estimado Polipocket. Buen análisis, buena perspectiva.
Osss!
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