Crónica furiosa sobre el desastre hídrico en Arequipa
Alain Espinoza Vigil es un escritor de narrativa de ficción y de no ficción. Ha publicado artículos en revistas científicas indexadas sobre temas relacionados a su profesión, la ingeniería civil. Es Maestro en Ciencias por la Universidad de Bristol y fue reconocido con el Bristol PLUS Award. Actualmente es catedrático en la Universidad Católica de Santa María y publicará la tercera edición de El Colector de Orgasmos.
Arequipa, cuando no es la Ciudad Blanca, es la segunda ciudad del Perú. Yo me pregunto si ser segundos o terceros u octavos depende solo del número de habitantes. Si nos debería hacer sentir mejor o peor. Quizás sería bueno implementar otros factores de evaluación. Índices de criminalidad, seguridad ciudadana, feminicidios, corrupción. Incluso, podríamos añadir uno referido a la seguridad hídrica. Así seguramente repensaríamos nuestro sentir por esa posición.
Hablemos un poquito sobre este último indicador que planteo. También hablemos de que hoy sentí furia, impotencia y quizás resentimiento por lo que atraviesa la ciudad, que, dicho sea de paso, no resonó lo suficiente en los noticieros a nivel nacional, aunque lo nacional se vuelve Lima porque… ya sabemos, es la primera, ¿no? Y, claro, las infidelidades del pelotero y del farandulero son cuádruplemente más relevantes que un millón de personas al sur rogando por agua.
Arequipa. Inseguridad. De eso hablaba. Arrancaré con la inseguridad hídrica, porque está lejos de ser una seguridad aquí y, si me da tiempo, hablaré de otras inseguridades, como las balaceras constantes en diferentes distritos arequipeños durante las últimas semanas.
“No hay fecha de retorno para el agua potable”, fue la comunicación de SEDAPAR, el Servicio de Agua Potable y Alcantarillado de Arequipa, este miércoles 7 de febrero. Fijémonos en los efectos de la incertidumbre. Imagínese, usted que me lee, no saber cuándo, si acaso, volverá a contar con agua. En una hora o dos, en un día o dos, en una semana o dos. ¿En un mes o dos? Usted dirá que yo exagero, que mi enfado es perfectamente rebatible, sobre todo cuando existen millones de compatriotas que jamás tienen agua potable. Y quizás tenga razón, espero que tenga razón, espero equivocarme, pero no solo de emociones, sino que espero que mis datos se equivoquen también.
Veamos. El martes 6 de febrero se nos informó sobre un corte de agua no programado en la ciudad por intensas lluvias en zonas altas. Agua con lodos proveniente de la activación de las quebradas Teleférico y Matagente ingresó al río Chili y generó que se registren valores de turbidez superiores a los máximos permitidos para su tratamiento en la planta La Tomilla y Miguel de la Cuba, encargadas de abastecer prácticamente a toda Arequipa metropolitana, alrededor del 92 % de la población. El supuesto plan de contingencia consistía en contratar cisternas para abastecer a la población durante el corte, utilizando como principal fuente el manantial La Bedoya, que abastece a un aproximado de 8 % de la población arequipeña, cuyo funcionamiento, afortunadamente no se perturbó.
Este plan fue claramente insuficiente. El miércoles 7, como nunca, hubo un desabastecimiento superlativo de agua en los centros comerciales. Medios locales mostraron la cruda realidad en las calles. Personas sacaban agua de piletas públicas en parques, gente bloqueaba cisternas para que no pasen por otros distritos porque ellos no terminaban de abastecerse, ancianos y niños hacían lo imposible por cargar voluminosos baldes durante varias cuadras para llevar el agua de la cisterna a sus casas; saturación, ansiedad, preocupación.
Las autoridades explicaron que la situación se debía a las intensas lluvias no vistas en 30 años, al cambio climático, al Fenómeno de El Niño, a malos pronósticos por información del SENAMHI. Se dijo que era un evento inusual y, al mismo tiempo, que debemos estar preparados para ese tipo de emergencia en cualquier año que llueva en Arequipa, y nos recomendaron comprar tanques elevados para tener un suministro de agua seguro. Prácticamente, se explicó que era imposible haber previsto la activación de las quebradas y, por ende, el flujo de lodos perjudicial para el sistema de tratamiento.
Sin embargo, en febrero de 2017 se produjo un evento similar. El informe N°A6811 del Instituto Geológico Minero y Metalúrgico (INGEMMET), explica que el ingreso de un huayco en la quebrada Matagente produjo daños en la línea de conducción de agua cruda a la planta Miguel de la Cuba, desabasteciendo de agua potable a aproximadamente 300.000 usuarios durante once días. Este informe es crucial porque, entre otras consideraciones, concluye que la quebrada Matagente, la misma que se activó esta semana en Arequipa, es de alto peligro, debido a los antecedentes de precipitaciones pluviales intensas, flujos de detritos y peligros del volcán Misti. Además, el informe señala que, durante una erupción del volcán, el sector de la quebrada y las diversas obras de infraestructura del servicio de agua potable podrían ser afectadas por caídas de cenizas y flujos de lava, y así traer consigo severas consecuencias al sistema de abastecimiento de agua de la ciudad.
Como si fuera poco, el informe de INGEMMET presenta recomendaciones para gestionar los riesgos, que incluyen sistemas de alerta temprana, reforestación de laderas, instalación de infraestructura hidráulica para contener los volúmenes sólidos, e informarse sobre reportes de entidades técnico-científicas. La gran pregunta es si se tomaron en cuenta esas recomendaciones que datan de 2018. Si efectivamente se analizó el emplazamiento del sistema y se plantearon medidas de solución. Sería justo preguntarse también sobre los criterios técnicos que se consideraron al adquirir ese terreno en una zona de alto peligro.
Lo cierto es que la población arequipeña merece respuestas y lo que definitivamente no merece es que se repita un escenario como el vivido esta semana. También es cierto mi sentir del que hablaba al comienzo. Que se entienda que la rabia también es conmigo mismo, por la pasividad e inacción ante el caos que gobierna a esta ciudad y a este país enfermo, quebrado, inseguro.
Mientras escribo estas líneas, medios periodísticos informan sobre dos nuevas balaceras en Arequipa. Una en Mariano Melgar y otra en José Luis Bustamante y Rivero. Qué apenados estarían el poeta y el expresidente al ver a su ciudad en condiciones tan precarias. Me pregunto si habrían previsto esta debacle después de todo lo vivido. Me pregunto si me habrían dicho que me equivoqué de emociones, que la ciudad no está tan mal, que es la segunda ciudad del Perú, que históricamente ha sabido salir de situaciones peores, que vale la pena luchar, que no en vano se nace al pie de un volcán.
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Líneas escritas con furia y sustento técnico de la falta de prevención de riesgos de infraestructura importante para Arequipa.
Pues Arequipa es la primera Región con el ingreso per capita más alta del Perú, también es la primera en quejarse de las autoridades que eligió; y de renegar de la mineria, que por cierto, construyò la Tomilla y principal sustento de la economía arequipeña.
Creo que el ciudadano Arequipeño antes de hacer reclamos a sus autoridades debe replantearse su vision como ciudadanos y como ciudad. Está perdiendo su identidad
Buena pluma y la crónica es «tal cual» vienen sucediendo los hechos y a veces ante estos eventos extraordinarios los diseños de proyectos, y los ingenieros nos limitamos a se simples observadores, pero no es el caso, veo una falta de liderazgo y compromiso de las flamantes autoridades, esperemos que este hecho no se repita y que se haga una re ingeniería para evitar nuevamente que el lodo y todo lo arrastra el rio en las bocatomas nos dejen sin agua. «Lecciones aprendidas» y que los pobladores ya piensen que si o si necesitan un tanque de al menos 500 litros, oh tal ves un cilindro de agua que se pueda acondicionar para tener una pequeña reserva de al menos 250 litros.