De cómo la arqueología en Perú contribuyó al saber mundial
Christopher Heaney, historiador estadounidense y peruanista, trabaja con el pasado pero nos tiene un mensaje para nuestro futuro: llamar la atención sobre los complicados procesos históricos de la arqueología en el Perú, su impacto a nivel mundial, y sobre cómo debemos cambiar este rumbo para el beneficio de nuestra herencia cultural.
En mi natal Ica se pueden apreciar fardos funerarios en varias zonas arqueológicas, y en grandes museos del país que alojan al Señor de Sipán en Lambayeque, o a la Momia Juanita en Arequipa. En general, quienes hemos crecido en el Perú hemos tenido una interacción relativamente cotidiana con estas en espacios educativos y culturales. Pero a nivel internacional también han jugo un rol: las momias peruanas, junto a las egipcias, son las que más abundan en los museos de Estados Unidos y del norte global. Por tanto, su presencia y estudio fueron claves en el desarrollo de disciplinas como la antropología y la arqueología.
En su más reciente libro Empires of the Dead (2023, Oxford), Heaney nos cuenta cómo la recolección de restos humanos en los Andes fue una empresa dirigida desde importantes centros de poder y conocimiento como New Haven (Yale), Cambridge-Boston (Harvard), Filadelfia (Universidad de Pensilvania) o Washington DC (Smithsonian). En el Perú del siglo XIX, el nombre de Max Uhle resuena por su trabajo arqueológico en la zona de Pachacamac (región Lima), pero Heaney también indica que ese proyecto fue una herramienta para elevar las metodologías de la arqueología estadounidense al rango de disciplina científica. Y claro, ‘científica’ entre comillas, porque en medio de todo ese proceso existían varios prejuicios sobre las culturas precolombinas. Al no haber tanta claridad sobre el valor de la muerte para los antiguos peruanos, muchos de estos restos y artefactos no fueron necesariamente manipulados con el respeto que merecían.
Heaney señala que el descuido de los investigadores extranjeros también se apoyó en cómo los gobiernos de nuestra entonces joven nación trataban a las momias precolombinas: varias se otorgaban como regalos diplomáticos a funcionarios extranjeros, es decir, se usaban como commodities diplomáticos. Todo esto, sin reconocer la complejidad espiritual y religiosa conectada con los cuerpos-objetos regalados. Es así que decenas de restos humanos del Perú hoy reposan a miles de kilómetros, en Norteamérica y Europa. Esta práctica no culminó en el siglo XIX, sino que se mantuvo a lo largo de los años: en las últimas décadas, la llamada ‘momia Juanita’, una niña que se piensa que fue sacrificada durante el imperio Inca hace más de 500 años, fue parte de esta controversia: durante la década de los 90 fue ‘llevada’ en tour mundial como una herramienta diplomática del gobierno de Alberto Fujimori, frente a la oposición de varios arqueólogos peruanos.
Los restos humanos de los antiguos peruanos son admirados por el mundo por la forma en que fueron conservados: con mucho cuidado, en contextos de ritualidad y respeto. Pero, como nos cuenta Christopher Heaney en su libro, parece que nosotros no hemos estado a la altura histórica para mantener ese mismo cuidado. En cambio, estos objetos han servido para que entidades extranjeras ganen prestigio o, caso contrario, han terminado como meros regalos diplomáticos. En las últimas décadas, instituciones como UNESCO, en colaboración con museos, universidades y comunidades indígenas, están generando conciencia sobre lo que implica albergar restos humanos en museos y sobre cómo estos deben ser tratados. En algunos casos han ocurridos procesos de repatriación y reparación cultural, así como también se ha buscado que grupos locales en donde se hacen excavaciones reciban formación de conservación arqueológica y así empoderar a estas comunidades. Esperemos que estas nuevas formas de labor arqueológica sean oportunidades para reconciliarnos de una forma más orgánica con nuestra historia y así honrar mejor a nuestros ancestros.
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