Miraflores queer


Una propuesta para una nueva ruta turística por el distrito


El distrito limeño de Miraflores es diverso. Tiene múltiples identidades, las cuales conviven en el mismo espacio utilizando las mismas calles y parques. En la mayoría de casos estas identidades interactúan de forma armónica, son pocas las veces que entran en conflictos menores. Las gestiones municipales exitosas han sido aquellas que lo han entendido y buscaron el balance; las gestiones fracasadas son aquellas que toman partido y buscan imponer una manera de ser sobre las demás. 

Miraflores es un distrito tradicional y conservador, pero también uno de disrupción y de vanguardia. Y, ahora que estamos por empezar el Mes del Orgullo LGBT+, quisiera detenerme sobre esto último.

Si revisamos las rutas turísticas que se promueven desde hace años en la página web del municipio, veremos propuestas muy atractivas, pero que se centran en lo convencional: la ruta literaria de Mario Vargas Llosa o la de Ricardo Palma, la que pasa por las casonas antiguas que resisten el paso de los años, la que discurre por los lugares históricos de la Guerra del Pacífico, entre otras. Yo quisiera proponer aquí una ruta turística distinta, que responde a ese espíritu vanguardista que mencionábamos.

La ruta turística por el Miraflores queer.

Esta podría empezar en la cuadra dos del jirón Leoncio Prado, donde hoy se encuentra La Tarumba. En ese espacio funcionaba la casa-teatro Cocolido, de la actriz Aurora Colina, quien había heredado la casona de su familia y la convirtió en un importante centro cultural entre 1975 y 1992. Este fue fundamental para el teatro de temática LGBT+ en la ciudad, y sirvió como base para iniciar el activismo del Movimiento Homosexual de Lima, la primera organización gay del Perú y una de las primeras de América Latina. En esta parte del recorrido sugeriría leer un fragmento de la adaptación teatral de El beso de la Mujer Araña, de Manuel Puig, obra puesta en escena por el mítico Teatro del Sol y con la que se celebró por primera vez en el país el Día del Orgullo, en 1984. 

Luego de ello se podría caminar cinco cuadras, hasta la calle Manuel Bonilla, cerca del parque Kennedy. Específicamente donde ahora se encuentra el conocido bar Habana. Ahí, mientras los participantes se toman un mojito, se recordaría que en ese establecimiento funcionó, entre finales de los setenta y comienzos de los ochenta, el Palais Concert. Por supuesto que no me refiero al mítico local que frecuentaba Abraham Valdelomar (que, claro, quedaba en el Centro de Lima), sino al café-teatro que usó dicho nombre y donde, en 1978, se puso en escena el irreverente y coyuntural espectáculo Las travestis en la Prostituyente. Esa obra dio pie a la primera acción visible de naturaleza política por parte de personas LGBT+ en el Perú. Francis Day, Damonett y Gisselle —tres de las travestis que actuaban— se presentaron en la Asamblea Constituyente para exigir (infructuosamente) que en la Constitución que se estaba elaborando se incluyese la no discriminación contra las personas de la diversidad sexual. 

Si se logra superar la tentación de un segundo mojito, la ruta podría seguir a media cuadra, en el parque central de Miraflores: ese ha sido desde hace varias décadas —y sigue siendo— un espacio importante de socialización para personas LGBT+. En 1995, en el arco que da hacia el óvalo de Miraflores, se produjo el primer plantón del Orgullo en el país. Hasta entonces, las celebraciones por la fecha (29 de junio) habían sido en teatros y bares, a puerta cerrada. Aquella fue la primera manifestación pública de la que existe registro. Participaron aproximadamente quince activistas, y las fotos de archivo los muestran portando carteles con mensajes como ‘Estamos en todas partes’, ‘No a la discriminación’, ‘Atrévete a ser’, ‘Respeta la diferencia’ y ‘Estoy orgulloso de ser gay’.

Avanzando una cuadra por Larco, la ruta se detendría frente a la fachada de la municipalidad distrital. Ahí se evocarían las anécdotas y retos de la organización de la primera Marcha del Orgullo de 2002. Esta se iba a realizar en Miraflores, pero el alcalde de ese entonces —que no entendió las identidades múltiples del distrito— negó el permiso. La marcha se desarrolló en el Centro de Lima, donde se realiza hasta ahora, pero al final de esa primera jornada un grupo de activistas fue hasta Miraflores, a protestar en el frontis del local por el rechazo recibido. Por cierto, cuatro meses después de la protesta, ese alcalde perdió su reelección, quedando en un lejano tercer lugar.

Luego de ello, la ruta podría apartarse un par de cuadras de Larco hasta llegar al pasaje Los Pinos, donde se encuentra la discoteca ‘de ambiente’ Valetodo Downtown. ‘La Vala’, como se le conoce coloquialmente, abrió sus puertas en el año 2000. El local ha cambiado mucho en estos 23 años, de un lugar discreto donde las fotos con cámara digital no estaban permitidas, hasta uno con más de cuatro zonas, donde se incentiva el uso de hashtags a la hora de documentar la diversión en las redes sociales. El relato sobre su evolución podría simbolizar también el de la visibilidad LGBT+ en la ciudad, o en partes de ella. Y la visita no estaría completa sin un espectáculo de drag queens, el cual permitiría conocer la historia y desarrollo de este arte queer en nuestro país, mucho antes de que empezáramos a ver la exitosa serie televisiva RuPaul’s Drag Race.

Luego, se podría enfilar pocas cuadras por el malecón 28 de Julio hasta la siguiente parada: el parque del Amor. Ahí se recordaría que desde hace 18 años cada 14 de febrero, Día de San Valentín, se realiza también la actividad denominada ‘El amor no discrimina’una ceremonia simbólica de matrimonio para parejas del mismo sexo. Los entusiastas podrían animarse a replicar parte del rito y el resto limitarse a aplaudir, pero todos recordarían cómo hoy, en pleno 2023, las parejas homosexuales siguen sin tener una figura que reconozca su unión.

Finalmente, luego de caminar unos cinco minutos más por el malecón, se arribaría al último punto del paseo: Larcomar. Ahí se recordaría que en 2012 se sancionó el primer caso de transfobia en el Perú, cuando se clausuró una conocida discoteca luego de que se restringiera a una mujer trans el acceso a una fiesta. Este recuerdo permitiría reflexionar sobre la situación de discriminación que todavía se vive en el país, pese al camino transcurrido en estos años, simbolizado en esta ruta.

Antes de que el grupo se dispersase, las reflexiones finales y palabras de despedida de la actividad bien podrían ser mirando el mar. Porque siempre es bonito concluir con el mar. 


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