Matar a un ruiseñor en Fiestas Patrias


Cuando el libro puede ser también un llamado a la acción civil


Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos IlustresPeruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.


Maycomb, Alabama, donde transcurre Matar a un ruiseñor, es un espacio en que la segregación se da de la manera más brutal, y en el que los odios entre familias persisten tras generaciones. Allí un hombre negro es acusado de haber violado a una mujer blanca y nadie, excepto el abogado Atticus Finch —quien sabe que es su deber legal pero también su obligación moral— está dispuesto a defenderlo. Lo que se conoce ahora como discurso de odio es frecuente en ese lugar imaginado del sur norteamericano. Leer hoy la novela de Harper Lee —o al menos ver la película de Robert Mulligan con el magistral Gregory Peck en el rol principal— provoca preguntarse si han cambiado suficientes cosas en los Estados Unidos como para no imaginar que algo similar pueda pasar bien entrado el siglo XXI. 

Hay dos lecturas posibles, como casi siempre. Y es que mientras muchos derechos han sido conquistados por los afroamericanos y otras minorías, cuya posición hoy es sin duda mejor que en los años en que se sitúa la novela de Lee, la esencia del mal y las raíces de los problemas no han desaparecido. De hecho, por el contrario, con la narrativa impuesta desde el trumpismo, la brutalidad de los tiroteos en lugares públicos y las manifestaciones groseras y ofensivas en las redes sociales, pareciera que esa opción violenta se hubiese fortalecido. Pero ojo, lo conquistado no es poco y los retrocesos que busca imponer el conservadurismo más radical se enfrentan a la racionalidad que queda aún en este mundo en que los extremos buscan imponerse y no parece haber espacio para el diálogo. Harper Lee nos habla de ese pasado ominoso, pero nos interpela y da luces sobre la actualidad. La figura de Atticus Finch se hace cada vez más grande en la novela y nos anima, sobre todo hoy, a rescatar al padre serio pero cariñoso, al abogado justo y al hombre que, pese a todo y a todos quienes lo atacan por sus convicciones, hace siempre lo que considera correcto, pues sabe que sus hijos lo tendrán como modelo, y en ellos deposita su fe. 

¿Pero qué queda hacer y qué tiene que ver esto con el Perú y nuestras fiestas nacionales, o al menos qué es lo que me ha producido cierta sinapsis y me ha hecho recordar al incorruptible y valiente Atticus Finch? 

En estos días en que la Feria Internacional del Libro de Lima ha vuelto de manera presencial, veo con mucha satisfacción —y algo de preocupación al pensar en la lista de lecturas que se acumularán— cómo se multiplican los títulos que buscan aproximarnos a nuestra historia de república bicentenaria. Destacadas historiadoras como Carmen Mc Evoy, Claudia Rosas o Natalia Sobrevilla; e intelectuales como Alberto Vergara y Paulo Drinot, han editado libros que buscan presentarnos el pasado no solo como un recuento de hechos, sino, sobre todo, como lecturas que nos ponen cara a cara con en el presente. Hay reediciones de clásicos como los de Jorge Basadre y Carlos Contreras, pero también historias mínimas y curiosidades como las de Gastón Gaviola (Perú Batalla 2), Marco Sifuentes (Perú Bizarro), Bruno Polack y Mario Pera (Momentos estelares de la Independencia), Claudia Núñez (La Mariscala), o Marco Zileri (Parte de Guerra) que, de manera amena, buscan llegar a nuevos públicos que quieren conocer nuestra historia.  Parece que el Bicentenario ha llegado a las letras con un ligero retraso obligado por la pandemia, pero que augura cosas aun mejores proyectándonos hacia el 2024, incluida la edición paulatina de Nudos de la República, del Proyecto Especial Bicentenario. 

Si hay algo común en todas estas publicaciones es que ya no encontramos solo los relatos de los libertadores o de los grandes personajes. Están también las historias de hombres y mujeres menos conocidos o cuyas vidas habían quedado algo relegadas en nuestra clásica visión de la guerra de Independencia y en la formación de la noción de patria que se ha ido construyendo hasta nuestros días. No siempre son historias ejemplares o ejemplificadoras, pero nos recuerdan que, en los momentos más complejos de nuestra historia, ha habido peruanos y peruanas dispuestas al sacrificio, a veces incluso cruento, para hacer una mejor sociedad. 

Es el momento ideal para rescatar a estos personajes, para que sean ejemplo de peruanidad, para que ayuden a que todos, en especial a aquellos que sacrifican un poco de sus vidas y depositan sus ideales en el servicio público, mantengan la fortaleza y el ánimo para seguir trabajando en construir un mejor país, y tengan siempre “fe en el porvenir, porque los pueblos son invencibles” (esta es una frase del pensador liberal mexicano Guillermo Prieto que escuché de Paco Ignacio Taibo en su documental Patria, disponible en Netflix). 

O, volviendo al inicio, en estos tiempos recios queda ser un Atticus Finch, hacer siempre lo bueno antes que lo popular o lo aceptado por quienes piensan como nosotros; lo correcto por más malos ejemplos que veamos y aunque se nos vaya en ello la vida. Es la única forma de valer un Perú ¡Felices fiestas! 

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