Los enemigos de la alegría


Quiénes son, cómo actúan y su efecto en nuestras ciudades


Todos los conocemos, los hemos visto a lo largo de nuestra vida. La señora que no devolvía la pelota cuando caía dentro de su casa. El tío que no quería que los sobrinos hagan mucha bulla en la fiesta navideña. El señor que se quejaba porque hay niños jugando en el parque. La profesora que dejaba muchas tareas para el fin de semana largo. El periodista que hizo el reportaje contra las piscinas vecinales en barrios populares. La jefa que se negaba a implementar horario de verano los viernes. El tuitero que rajaba de toda persona que tenía éxito. La vecina que siempre se quejaba por la bulla de tu fiesta de cumpleaños. 

Son los enemigos de la alegría. De la alegría ajena, para ser más precisos. 

Hay algo en las expresiones de felicidad de terceros que los interpela profundamente. Traducen la alegría ajena como una agresión que debe ser neutralizada.

Mi recordado tío Santiago —la persona más alegre que he conocido en mi vida— explicaba la actitud de estas personas desde el plano psicológico: es gente con una infelicidad profunda, cuya causa es compleja o que les resulta difícil de procesar, y por esa razón buscan fuera de ellos los motivos que justifiquen su estado de ánimo. Y siempre son cosas pequeñas, cotidianas, porque sienten que pueden controlarlas con más facilidad. Cosas que les recuerdan que hay otras personas que sí son felices, algo que les resulta intolerable. Mi tío ponía varios ejemplos, aquí uno: “Siempre se están quejando de tonterías que a nadie más les molesta, ¿te has dado cuenta? Que si el hijo del vecino hace mucha bulla en el jardín. A ti qué diablos te importa si tienes una vida lo suficientemente satisfactoria, con actividades gratas que te distraen de ese tipo de asuntos”. 

No soy psicólogo —¡mi tío tampoco lo era!—, pero su explicación algo de sentido me hace. 

Sea cual fuese la motivación, los enemigos de la alegría son un problema para quienes deben convivir con ellos. Y pueden llegar a ser una tragedia cuando las autoridades municipales deciden hacerles caso. Serenos que interrumpen picnics, prohibición de ferias, fiscalizadores persiguiendo deportistas, reducción de actividades culturales en espacios públicos, ordenanzas con prohibiciones draconianas. El sueño: malecones silenciosos, calles solo para transitar, parques vacíos, ¡ni el mar se salva! 

¿Por qué están teniendo tanto éxito en su cruzada? Estoy convencido de que son minoría, pero son una minoría bulliciosa y activa: llenan el correo electrónico del alcalde, forman grupos en Facebook y WhatsApp, van a las audiencias vecinales, toman las juntas de vecinos, llaman constantemente a Serenazgo. Atarantan con éxito a las autoridades municipales. Mientras tanto, al otro lado, la gran mayoría silenciosa vive su vida, llena de actividades y experiencias que los tienen contentos. Solo conocen del trabajo de esa minoría por sus resultados —la feria cerrada, la ciclovía eliminada, el yoga interrumpido— cuando ya es demasiado tarde para reaccionar. 

Lamentablemente, no tengo una respuesta clara de cómo ayudar a los enemigos de la alegría a tener un enfoque distinto de la vida, pero sí tengo algunas ideas sobre qué hacer frente a la presión que hacen en los municipios. La principal: ¡organizarse!

Hay que participar en las juntas vecinales, crear grupos en redes sociales, enviar sugerencias de actividades, ir a las audiencias con los alcaldes. Es importante que las autoridades municipales sepan que a los vecinos les gusta usar los espacios públicos, que son caseros de las ferias, que valoran lo público; que quieren una ciudad donde no solo se transite, sino que también se disfrute. 

Los amigos de la alegría son más y las ciudades deben ser un reflejo de ello.


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3 comentarios

  1. Ivan Izquierdo

    Nuevamente tocas un tema simple pero realmente importante. No es necesario ser psicólogo para darse cuenta de los enormes complejos que aquejan, desafortunadamente, a la mayoría de líderes nacionales. Si, es un problema de liderazgo también (como me dijo alguna vez Francisco Morales Bermudez) y la cura va por la necesaria inyección de ciudadanía… tan ausente… tan utopica.

  2. Sylvia Martijena Godoy

    Siempre lo escribo y lo repito excelente el texto, he vivido en diferentes ciudades y en todas me he encontrado con los protectores del silencio total, para mi personas tan infelices que no soportan la felicidad ajena. Gracias a Dios acá en Madrid, aunque hay reglamentos contra el ruido hay un horario bastante cómodo en que el ruido y la algarabía se puede hacer y al que le moleste que se ponga tapones en los oídos.

  3. Willi Helmbrecht

    Estimado Alberto,
    siempre leo con mucho interés sus artículos y los de sus colegas de JUGO que me llegan diariamente por email, por lo cual estoy muy agradecido.
    Respecto a «Los enemigos de la alegría», pienso, después de haber vivido ya casi 32 años en diferentes ciudades de este hermoso país, que en el Perú es muy difícil llegar a un punto intermedio, sea en la política o en la vida diaria privada. P.e. si uno vive en un edificio y varias veces al mes se celebran fiestas de cumpleaños o de amigos hasta la madrugada, ya no es cuestión de ser enemigo de la alegría del cumpleañero y de su familia sino de ciertas conductas mínimas de convivencia, de respeto y de empatía. Concuerdo totalmente que las nuevas prohibiciones de practicar deportes o hacer reuniones en espacios públicos como parques etc. son equivocadas y contra el interés y bienestar de los ciudadanos, pero por otro lado uno puede observar diariamente que aquí mucha gente hace lo que le da la gana sin pensar en los demás.

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