Los diplomas se desploman 


Reflexiones de un sujeto que nunca estudió en la universidad


Durante una buena parte de mi vida oculté intencionalmente que no había estudiado en una universidad. Me daba cierto pudor, lo reconozco, y cuando algún interlocutor daba por sentado mi título académico –han llegado a decirme “doctor”– no me apuraba en contradecirlo. Entiéndase que provengo de una generación y de un entorno social en los cuales, así como el paso esperable luego de casarse era procrear hijos, tener una carrera universitaria era un requisito obvio. Además, tal había sido el deseo original de mi padre, quien quería que sus hijos siguiéramos esa rampa que era ascendente según su criterio. 
Estoy seguro, sin embargo, de que si él atestiguara los días que actualmente afronta la sociedad peruana, estaría de acuerdo conmigo en que hoy tal vez otorgue más lustre declararse autodidacta que presentarse como egresado de una universidad peruana promedio.

Tamaña subversión es el resultado de habernos convertido en una sociedad que educativamente ha confundido el medio con el fin: haberle dado más importancia al certificado de estudios que al proceso de formación, como un viajero que está más atento al tacómetro del vehículo que al paisaje en la carretera.

Un gran ejemplo de este trastoque cada vez más institucionalizado lo vimos los peruanos cuando nos enteramos de que Soledad Mujica, una sobresaliente funcionaria del Ministerio de Cultura que durante años logró verdaderas hazañas para nuestro patrimonio, fue despedida porque no cumplía con un determinado requisito académico. Su despido se enlaza con otra noticia no menos relevante: el actual presidente de la República del Perú accedió hace algunos años a una maquinaria que fabrica tesis de maestría, incubada dentro de una universidad, para ascender en el escalafón de su profesión y tentar así un aumento de sueldo. 

Si tuviéramos que hacerle un estricto amén a este sistema que privilegia al diploma sobre el conocimiento, María Rostorowski no habría podido legarnos la monumental obra sobre el Perú prehispánico que ahora aprovechamos agradecidos y, tal vez, Ricardo Gareca no habría podido entrenar a la selección peruana, pues, hasta donde sé, el técnico argentino no pisó ninguna universidad para estudiar en ella. Si salimos de nuestras fronteras, también encontraremos personajes que hoy son símbolo de excelencia y en cuyas cabezas tampoco se posó un birrete universitario. Walt Disney, por ejemplo. Coco Chanel. Harper Lee. O John Lennon. Y para que no se me acusa de que esos ejemplos no son tan válidos porque el arte puede evadir las aulas, mencionaré también a Steve Jobs, a Bill Gates y a Henry Ford.

Es evidente que no se requiere estudiar en una universidad para alcanzar nuestro máximo potencial moral e intelectual, lo cual no significa que estudiar en una universidad sea irrelevante. Para nada. Yo mismo reconozco mi envidia por los jóvenes que intercambian pareceres en un buen campus universitario, y tampoco debemos olvidar que las innovaciones científicas de esta era se producen en comunidades académicas muy especializadas. 
Lo que sí es relevante, pero en el peor de los sentidos, es esa estafa de pacto social que hemos permitido según la cual tener un diploma de egresado de Contabilidad, de Derecho, de Administración, de Pedagogía y de otras carreras que solo requieren de una pizarra es la escalera a un supuesto éxito. Las evidencias de esta estafa ya fueron muy bien explicadas por Hugo Ñopo en un reciente artículo en Jugo de Caigua: nuestros jóvenes son rehenes de empresas con fachada de universidad que buscan minimizar costos sin importar la calidad de lo que egresa de sus instalaciones, como si nuestras muchachas y muchachos fueron artículos salidos de fábricas chinas para el mercado del barateo. Miles y miles de jóvenes con los bolsillos esquilmados, con los mejores años de su vida desperdiciados y con ilusiones que se ven violentamente transformadas tras el volante de un taxi o un mostrador comercial.

¿Cómo transformar esta maraña que es impulsada por la codicia de unos empresarios y es refrendada a todo nivel por la burocracia de nuestro Estado?

Es muy difícil la salida, pero, optimista como soy hasta rozar la estupidez, pienso que tamaña perversidad tiene el límite que le impone el descrédito. Tantos escándalos mediáticos y el ejemplo palpable de tantos egresados cabizbajos tendrán que quitarle prestigio, a la larga, a esas universidades que multiplican “profesionales” como billetes salidos de una impresora inflacionaria. Cuando colectivamente se comparen los logros de un egresado de esas universidades truchas con los logros de alguien que invirtió esos años preciosos en otro lugar, quizá el péndulo vuelva a su sensatez y pensemos que es mejor apostar por la calidad de las universidades antes que por su cantidad.

Mientras esto no ocurra, mientras el Estado no invierta en una gigantesca reforma de las universidades, solo nos queda esforzarnos para que los niños a nuestro cargo tengan en sus primeros años de aprendizaje todo aquello que bien puede suplir a la experiencia en una universidad mediocre: el amor por la curiosidad, el hábito de leer y el aprecio por razonar. 

Un niño que ha crecido con esas características construirá su propio campus en la cabeza.

23 comentarios

  1. Paul Naiza

    Querido, confirmo lo dicho en final del último párrafo :»el amor por la curiosidad, el hábito de leer y el aprecio por razonar». Ahí está el kit del asunto, y me sumó ha que no debería haber muchas facultades, la calidad no se puede rebajar, por querer pretender dar ingreso a todos… Para ello hay que incentivar desde la época escolar a fomentar la investigación, y tienes razón somos una sociedad dónde un cartón pesa más que habilidades blandas sin haber corroborado las habilidades duras del que posee dicho galardón… Y es algo curioso en LinkedIn se ha institucionalizado postear los diplomas de cualquier cursó que se realice, entiendo por ganar réditos y ser «» empleable…

    • Gustavo Rodríguez

      En efecto, Paul: sufrimos de cartonitis.
      Una epidemia con consecuencias funestas.
      Un abrazo.

      • Juan Villanueva

        Hola Gustavo, definitivamente la curiosidad, la lectura y el razonamiento son características que nuestr@s niñ@s deberían tener desde la pre-primaria, sin embargo en un país muy fragmentado socialmente es bien difícil pero no imposible.
        Sueño con un país en donde la educación sea lo más importante y eso se logrará solo con una buena voluntad política, que no lo veo actualmente ni en el ejecutivo ni legislativo.
        Saludos cordiales.

        • Gustavo Rodríguez

          Querido Juan, es probable que tu temor se cumpla.
          Somos un país de media tabla mundial desde hace décadas y eso no cambiará a menos que no hagamos una reforma política para que nuevas autoridades hagan una reforma en salud, justicia y educación.
          Un abrazo.

      • Rogers

        Sospecho que el descrédito no será suficiente. Basta ver que los egresados de dichas universidades invaden las instituciones del sector público, con las consecuencias que ello trae en la prestación de los servicios públicos. Es decir, tienen a dónde ir. Entonces, cómo lograr que el Estado sea exigente al momento de calificar el ingreso de sus servidores?

  2. Alan Loayza

    Tal y como relatas Gustavo, la calidad ausente, disimulada con el falso mérito, han hecho de la educación un festín metálico que tiene en el postgrado quizá su mayor desgracia. La fábrica de MBAs ha desbordado y peor aun, ha creado una estirpe de «boys» que son capaces de resolverlo todo sin haber entendido nada. Tengo la esperanza que el autoaprendizaje programado, que sugiere Sugata Mitra, es ya una realidad en el mundo y que los títulos y grados, serán solo un recuerdo de generaciones ansiosas de reconocimiento social.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Alan, por este conplemento.
      No he leído a Mitra y me ha dado curiosidad.
      Un abrazo.

  3. Fernando Fernández Marcellini

    Mi mamá apenas acabó la primaria, sin embargo, desde que tengo uso de razón todos los días leía conmigo. Hoy, a sus 82 años, trata de generar ese hábito en sus nietas, aunque estas paran muy “pegadas a la tecnología” siempre le dan un tiempo al libro . Mi viejita obtuvo el mejor título, ser una extraordinaria mujer y mejor madre.

    • Gustavo Rodríguez

      Todo el cariño y mi admiración a tu madre, Fernando.

    • Ciro Bedoya

      Eso. Escuché a un expositor hablar del «signaling» del nombre de las universidades («Harvard»), vaya si las marcas te pueden levantar o hundir más que los apellidos de antaño…

      Pd: 5:05! Ese número me persigue hace 40 años…

  4. Ciro Bedoya

    «Curiosity»… cada vez que veo un problema social pareciera estar allí la panacea de las soluciones. Avisen si hay algún colectivo para encender el amor al conocimiento en los niños.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Ciro.
      Curiosidad con oportunidad de acceso, diría yo.

  5. La vida resulta fértil con curiosidad y pensamiento crítico, es decir una continua búsqueda para satisfacer parcialmente las dudas inacabables. En ello la universidad es una herramienta que de nada sirve ostentarla sino utilizarla, pero no es la única sino una de tantas como bien nos ilustra tu excelente artículo.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Jorge.
      La curiosidad es también, para mí, el motor del desarrollo.
      Un abrazo.

  6. Beatriz

    Gracias, palabras que me llenan de optimismo

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias a ti, Beatriz.
      Cariños.

  7. Amén.
    Suscribo lo dicho y el pecho se inflama de tantas emociones encontradas en cada palabra. Somos la nueva religión.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Fernando.
      Un gran abrazo.

  8. Lourdes F.

    Otro gran autodidacta fue Jose Carlos Mariátegui.
    Mi admiración para todas estas personas que se han autoformado.

    • Gustavo Rodríguez

      Un gran aporte, Lourdes.
      Muchas gracias.

  9. Rodrigo González Rubio

    Eso también me pasó a mí. Yo además vi A mi me pasó lo mismo. Ví limitado mi margen para un puesto laboral bien remunerado porque las empresas grandes priorizaban universitarios para el proceso de selección de personal. Debería establecerse un sistema que considere experiencia y logros profesionales con igual o más peso que un cartón. Muchos universitarios, incluso de universidaes » top» son menos capaces que quienes no tienen bachillerato. A esto se suma las argollas de varias empresas con algunas universidades, reflejadas en esas bolsas de trabajo cerradas al público y que son única fuente de candidatos a un puesto en empresas grandes. Pero lo que si ha sido una desventaja para los no bachilleres es que la gran mayoría de becas de estudio internacionales son para universitarios. En mi familia hubo quienes me empujaban a seguir carrera en universidad. Quién sabe si con algo más de visión hubiese seguido esa ruta. Aunque sabiendo lo que significa un universitario hoy, no me quita el sueño. Eso sí, la obsesión por el cartón ha hecho que muchos incapaces tenga biblias en vez de hojas de vida. Una vez más «Eres lo que tienes, no lo que sabes». Eso es lo más triste.

    • Gustavo Rodríguez

      Un abrazo solidario, estimado Rodrigo.
      Gracias siempre por compartir tus ideas con nosotros.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Volver arriba