Los detectives de errores 


La ciencia está compuesta de desaciertos que no quieren ser encontrados 


Mis queridos lectores de Jugo de Caigua se habrán percatado de que cuando esta columna no cubre un tema de ciencia, como el coronavirus o alguna investigación relevante, suele hablar de las “vidas secretas” de los científicos. Por lo menos de las vidas que suceden a la par de las publicaciones y los laboratorios. Pienso que conocer los pormenores de quienes generan el conocimiento forma parte de entender por qué ciertas disciplinas estudian ciertos temas, cómo se forman las carreras de los científicos y de entender el rol que la ciencia tiene en nuestras vidas y el rol de nuestras vidas en la ciencia.

La pandemia puso en enorme evidencia cómo el público en general se asombraba al conocer que la ciencia comete errores. Estamos acostumbrados a una versión de la ciencia que funciona como un cúmulo de hazañas, descubrimientos y momentos eureka y esta versión idílica esconde los errores, conflictos, experimentos inconclusos y publicaciones nunca realizadas. Nuestro desconocimiento de cómo funciona la ciencia la ha convertido en una herramienta para manipular a ciertos sectores de la población. Por ejemplo, cuando algunos ensayos de vacunas no presentaban los resultados esperados, estos eran malinterpretados como que realmente ninguna vacuna iba a funcionar. O cuando algunos grupos antievidencia presentaban a científicos alineados a sus posturas, aunque estos no presentaran ninguna investigación que avalara sus declaraciones.

Uno de los temas de actualidad que muestra los errores de la ciencia son los plagios académicos. Algunos dirán que no es ciencia, puesto que no está bien hecha. Esta mala interpretación refuerza la idea, que algunos sostienen, de que la ciencia sólo está hecha de aciertos, mas no de errores. Lo cierto es que solo conocemos los plagios que llegan a las noticias, mientras que cientos de publicaciones con plagios o data inventada nunca llega a ser descubierta y son perfectamente consideradas como ciencia, hasta que alguien diga lo contrario. 

La burbuja de medios en la que vivimos hace que pensemos que los plagios científicos son más comunes en Perú, pero realmente no podemos saberlo. Como es de suponer, las universidades y ciertas comunidades científicas intentan esconder sus casos de plagio o errores, sin embargo, en nuestro país estos casos se hacen de interés publico cuando involucran a un político. Verificar las tesis de maestría o de doctorado de nuestras autoridades es una herramienta política. Tener una maestría o un doctorado no es necesario para ocupar un cargo político, pero haber plagiado en una tesis sí nos dice algo sobre esas autoridades. Cometer plagios académicos es una falta de honestidad y, más importante, es una falta de honestidad fácil de identificar, lo cual la convierte en una excusa perfecta para generar controversia. 

Desde mi perspectiva, los plagios de nuestras autoridades tienen una importancia más allá de la honestidad. En las últimas décadas hemos presenciado el desmantelamiento de la calidad académica. Escandalizarse con los plagios del político de turno sin criticar nuestro sistema educativo es una respuesta que se queda en la superficie, y la culpa no es de quien desconoce la organización académica, sino de cómo estos casos son explicados y presentados en los medios de comunicación y usados finalmente por los políticos.  El pico de hipocresía se da cuando los políticos se escandalizan por los plagios mientras que intentan eliminar instituciones, como la Sunedu, que realizan las verificaciones mínimas para que nuestras universidades puedan enrumbarse. 

Como ejemplo de que en todas partes se cuecen habas, hace poco estalló en Corea del Sur el escándalo de que la primera dama había plagiado su tesis de doctorado. Una peruana que estudia en dicho país me envió una foto de una de sus clases, en las que señalan al presidente Castillo como un ejemplo de falta de ética a la investigación, y le contesté que con el escándalo de su primera dama ahora iban a tener su propio ejemplo local. Así como la señora fue perdonada porque su universidad indicó que ya había pasado el período para hacer verificaciones, nuestro presidente y nuestra primera dama también han sido prácticamente perdonados por la Universidad César Vallejo, la cual reconoció la copia, pero le pasó la pelota al Poder Judicial.

En el caso de nuestros políticos, la mayoría de sus tesis tenían el objetivo de alcanzar un grado académico, no de expandir el conocimiento, y menos de ser usadas como fuente de investigación. Es diferente cuando se identifican plagios dentro de publicaciones que sí buscaban ser parte del cuerpo de conocimiento de una disciplina. En estos casos, también podemos escandalizarnos solo de los casos que conocemos. En los últimos años las revistas científicas han empezado a publicar en sus secciones de noticias algunos casos de faltas éticas. Tanto Science como Nature tienen secciones donde frecuentemente publican este tipo de casos y, al mismo tiempo, hay revistas y portales que se dedican a publicar sobre estos delitos académicos. 

Aunque es cada vez más común leer sobre casos de fraude científico, en muchas ocasiones no se incluye información sobre cómo este fraude fue descubierto. Por ejemplo, hace unos meses leí sobre una investigadora —hoy profesora— que había perdido su puesto tras descubrirse que había inventado la data de sus experimentos. En una conversación informal con unos amigos, me chismearon que conocían a personas que habían compartido laboratorio con la investigadora cuando era posdoctoranda y que fueron sus colegas quienes alertaron del fraude. En este caso no fueron los sistemas de revisión por pares quienes alertaron a la comunidad científica, ni el editor de la revista, ni otros artículos los  que citaron la información inventada.

Este caso es un ejemplo de cómo las relaciones personales corrigen las fallas que los sistemas de verificación ignoran. Este caso no es único. Muchos artículos son revisados con más ahínco por contrincantes científicos que por los propios revisores. De la misma forma, quienes revisan las tesis de los políticos no tienen ningún interés en la tesis en sí, sino en probar la deshonestidad de los autores. Todo esto se debe a que, a la larga, es la humanidad la que forja el conocimiento científico. Al final del día, muchos fraudes académicos pasan desapercibidos si es que no hay una guerra de egos que motive su revelación o si no hay un interés más allá del académico. Aunque nos aferremos a la idea de una ciencia perfecta, son los errores y los humanos que los cometen quienes promueven el conocimiento científico. 


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1 comentario

  1. Lucho Amaya

    No, los únicos ¿No?
    Los más pronunciados.
    (yo, como padre, según la psicología transaccional)
    Saludos

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