Líneas en el desierto


De por qué las fronteras importan y de la crisis migratoria en Perú y Chile


Si bien las fronteras son líneas imaginarias trazadas en la arena para separar los países, la crisis migratoria que se vive en estos días entre Chile y Perú nos recuerda que, así no sean más que invenciones humanas, las naciones importan. Y las fronteras se hacen reales cuando las personas no cuentan con los papeles ni las autorizaciones necesarias para cruzar de un lado al otro.

Tanto Chile como Perú son países que tienen una importante experiencia reciente con la migración. En la década de los setenta salieron miles de nuestro vecino del sur por motivos políticos y económicos, y dieron lugar a una diáspora significativa; uno de los principales países de acogida en la región fue Venezuela. Los peruanos hicieron lo propio en las décadas de los ochenta y noventa, y partieron tanto al norte como al sur en busca de nuevas oportunidades, estableciéndose en Chile y Venezuela —entre muchos otros lugares lugares—, y originando lo que algunos llaman ‘el quinto suyo’.

Ahora los protagonistas del éxodo masivo en el subcontinente son, paradójicamente, los venezolanos. Ya van varios años en que miles han dejado su país en busca de nuevos horizontes. El Perú alberga a más de un millón y medio, mientras que en Chile la cifra es de más o menos medio millón. Han huido de un Estado fallido donde los jóvenes no ven oportunidad alguna y no parece haber salidas políticas. Nicolás Maduro ha emulado a Cuba de muchas maneras, y una de ellas es la de expulsar a quienes se le oponen, ya que así puede asegurar su permanencia en el poder.

Pero los migrantes hoy varados en la frontera no son solo venezolanos: entre ellos hay un número importante de colombianos que escapan de la violencia y buscan mejores oportunidades laborales. No faltan, según los reportes, haitianos que deambulan por el hemisferio tratando de ganarse la vida, ya que su Estado se ha convertido prácticamente en un gran zombi. La mayoría de ellos intenta llegar, desesperada, a los Estados Unidos. 

¿Cómo fue que dos países que solíamos exportar personas estamos ahora en el centro de una crisis humanitaria que se desata porque muchos quieren venir? Esto tiene que ver en parte con el éxito económico que Chile y Perú han logrado, a pesar de todos los problemas políticos que enfrentamos en los últimos tiempos. Pese a todas las dificultades, ambos países han absorbido estas poblaciones que vienen a ofrecer su mano de obra. 

La crisis se desata, sin embargo, no porque las personas necesariamente quieran llegar, sino, más bien, porque se tienen que ir. El gobierno de Gabriel Boric ha pasado medidas draconianas que obligan a muchos de los migrantes a dejar Chile, país que, de pronto y ad portas de los 50 años del golpe contra Allende que desató su propio éxodo, expulsa a las mismas personas a quienes hace solo unos años les tendió la mano. La retórica xenófoba contra ellos, que los acusa de todos los males, ha calado tan hondo debido a algunos episodios de violencia, que la respuesta nos recuerda lo que se ve en Europa, donde nadie quiere darle cabida a los migrantes.

La migración es uno de los problemas más grandes de nuestros tiempos, y lo que estamos viendo en nuestra frontera es algo que se ha venido dando desde hace mucho en otros lugares. En la división entre México y los Estados Unidos el movimiento de personas de manera ilegal tiene décadas, y existen incluso redes encargadas de llevar a gente a través del desierto burlando los controles. 

Esto que vemos es nuevo, gente corriendo por el desierto acompañada del ruido de las balas. Oficiales chilenos dando consejos para que los expulsados eviten a sus homólogos peruanos, y policías peruanos que cobran por dejar cruzar personas. Hoy tenemos a cientos durmiendo en carpas en los puestos fronterizos, a militares con sus destacamentos montados tratando de disuadir el paso de las familias, así como a agentes que le dan una manta y una cobija a mujeres y niños que duermen a la intemperie en la gélida noche del desierto.

¿Qué hacer? A menudo se olvida que los que están varados son quienes no tienen sus papeles en regla y que muchos, muchísimos más, ya cruzaron la frontera hace años y ahora buscan volver hasta sus lugares de origen, o van rumbo a nuevas oportunidades. No dejemos de tomar en cuenta que quienes deciden hacer viajes como estos lo hacen por encontrarse en una situación de profunda vulnerabilidad. Se habla de la posibilidad de establecer corredores humanitarios que los lleven de regreso a sus países o que ayuden a buscar otros lugares donde se les pueda dar una mejor acogida. Los organismos de las Naciones Unidas están involucrados, y tanto Chile como Perú están dialogando para tratar de solucionar un problema que lleva ya más de 15 días. 

En estos momentos en que la realidad de las fronteras se hace tan tangible y las naciones tan reales porque son pedazos de papel los que deciden quién puede cruzar y quien no, no olvidemos que, al final, todos somos personas y todos merecemos un trato digno, así como posibilidades y oportunidades. No olvidemos, tampoco, que tenemos una historia en común con estos vecinos, que en nuestros países la tradición migrante es muy fuerte e importante. Pero, sobre todo, no olvidemos que, al final, las fronteras no son más que líneas trazadas en el desierto, y que todos somos hermanos.


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1 comentario

  1. Jorge Ortega

    Si partidos del concepto que xenofobia es el temor a perder la identidad sea racial, cultural, nacional o moral entenderemos que el temor es infundado. Fenómenos, como los que se viven hoy en nuestra frontera, tienen que ser tratado, por sobretodo, con un claro concepto de respeto a la vida humana.

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