Liberales, neoliberales y otras perlas


Volvamos al siglo XIX para entender mejor las confusiones sobre el liberalismo


Desde hace unas semanas vengo escribiendo sobre las raíces históricas del liberalismo, algo que ha generado un debate entre quienes me leen. Por un lado, un lector frecuente —Miguel Calderón— se siente indignado de que me declare liberal, ya que me acusa, sin fundamentos, de no creer en la propiedad privada. Por otro lado, algunos lectores han resaltado lo útil que les ha resultado nuestro debate para profundizar en los detalles del liberalismo decimonónico. 

Continuando con el debate, esta semana quisiera responder el siguiente comentario que nos dejó María Cecilia —no nos dio su apellido—: “Siguiendo el razonamiento de Natalia Sobrevilla, el gobierno de Fujimori, por dar un golpe de Estado y no respetar derechos civiles, no sería liberal, lo cual es absurdo. Y ella sí lo sería. O sea, Boloña, que apoyó el golpe y los 11 años de fujimorismo no sería liberal, y ella sí lo sería. Imposible.”

Aquí está el quid del asunto: al concentrarse únicamente en la variable económica, muchos obvian lo que a mi juicio es lo más importante del liberalismo: su apego a la democracia. Por supuesto, es posible ser un liberal económico —o, como en el caso del ministro Boloña, un neoliberal— que pone por sobre todas las cosas la libertad de empresa y  los intereses privados en detrimento del control del Estado, lo que hizo posible que mirara al costado cuando se destruyó la democracia en 1992. Una mirada al costado parcial, en verdad, ya que cuando el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial dejaron en claro que no aceptarían un gobierno autoritario, Boloña, que renunció por primera vez al cargo el 20 abril de 1992, se quedó en la cartera hasta dejar encaminado el proceso para la convocatoria del Congreso Constituyente Democrático. Así, dejó el cargo en enero de 1993 y volvió —para mí inexplicablemente— en julio de 2000, cuando el abuso del poder por parte de Fujimori se había hecho aún más flagrante.

Una vez más, repito, el liberalismo solo puede ser entendido como una corriente que está en contra del absolutismo y que cree firmemente en la soberanía popular, en la representación y en la democracia. Cree también en la propiedad privada, por supuesto, y es ahí donde históricamente ha sido tolerante con la desigualdad y por donde se fue diferenciando, primero del progresismo, y luego del socialismo y del comunismo. Es aquí donde importa regresar a los orígenes de todos estos movimientos, lo que tienen en común y lo que los diferencia, ya que es aquí donde importa el apego a la democracia como eje central del liberalismo.

Por ello, volvamos al siglo XIX, cuando con la Revolución Industrial el capitalismo se convierte en el sistema económico mundial. Alrededor de 1830 emergen en Gran Bretaña y Francia críticos de los abusos de este sistema, así como la miseria y desigualdad que genera. Es por ello que pensadores como Robert Owen, Pierre-Joseph Proudhon y Henri de Saint-Simon proponen limitar los excesos del capitalismo, pensando que la economía debe beneficiar a toda la sociedad. Karl Marx tomó algo de todas estas ideas al desarrollar su pensamiento que inicialmente llamó comunista para diferenciarse de los socialistas, pero como los términos se han utilizado de manera intercambiable desde el siglo XIX, la confusión sobre su significado continúa. Según el marxismo, la propiedad privada debía desaparecer para convertirse en social y colectiva, dando de esta manera fin a la lucha de clase, ya que cada uno debía contribuir con base en sus capacidades. Ideas similares trajo el anarquismo, que propone —primero con Proudhon y luego con Mijail Bakunin— destruir el Estado para alcanzar la libertad. En ese momento, tanto el comunismo y el anarquismo que se desprendieron del socialismo son corrientes principalmente utópicas. 

Al mismo tiempo, alrededor de mediados del siglo XIX, John Stuart Mill desarrolló la vertiente llamada socialismo liberal, que concebía la libertad como justificación de la libertad del individuo en oposición al control estatal y social. Este pensamiento fue crítico con el liberalismo económico y desarrolló una corriente que no tiene como objetivo terminar con el capitalismo, ni con el Estado y que, más bien, busca un equilibrio entre la propiedad pública y la propiedad privada, así como un sistema económico que sea más justo e igualitario. Es en este movimiento en el que me sitúo ideológicamente desde siempre.

Al haber crecido durante los estertores de la Guerra Fría y atestiguado de qué manera la falta de democracia tanto en el bloque soviético —incluyendo a Cuba, por supuesto—, como en las dictaduras de derecha en nuestra región destruyó las vidas de miles de personas, he estado convencida de lo vital que es que los sistemas representativos se mantengan, con la división de poderes y el equilibro entre ellos. 

Considero que lo más peligroso que puede ocurrir en una sociedad es la falta de libertad política, no importa cuál sea el sistema económico que se proponga. Porque, así como nunca he creído posible que las utopías de Marx o Bakunin de la abolición del capitalismo o del Estado sean panaceas, tampoco considero que la apropiación del control del poder por parte de sectores de derecha, sean militares o civiles, haya jamás conducido a nada positivo.

El caso de Alberto Fujimori ilustra claramente el problema: haber impuesto una política económica neoliberalno lo hace un liberal, ya que lo hizo de una manera que destruyó la democracia y el sistema representativo. Hasta ahora vivimos las consecuencias de esas decisiones. Así como me declaro liberal, lo hago más exactamente desde la vertiente desarrollada por John Stuart Mill del socialismo liberal, porque tampoco tengo problema con decir, claramente, que abogo por una sociedad más justa.


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6 comentarios

  1. Juan Garcia

    Gracias, son muy buenas precisiones.
    Históricamente el liberalismo se ha comprometido con la defensa de las libertades humanas, considerando que el individuo tiene derecho a la libertad por su sola condición de humano y no porque «el Estado», «el Partido», o «la Corporación» se lo permitan. Tal libertad abarca muchas variables: la libertad de trabajar, la libertad de enriquecerse, la libertad de conciencia, la libertad de religión, la libertad de elegir y ser elegido, entre tantas otras. Y aquí el liberalismo entra en conflicto con quienes niegan tales libertades -por el motivo que fuere- en nombre de un «bien» que no decide el individuo sino un grupo de «iluminados».
    Por eso, además, el liberalismo termina apoyando la democracia y la equidad ante la ley, como máximas expresiones de la libertad humana. La discriminación social/étnica no es aceptable para el liberalismo.
    Por eso el liberalismo es odiado por todo sistema o ideología que somete al individuo al dictado de un «Otro» -con mayúscula- que supuestamente «adivina lo que cada sujeto necesita» y que así «por su propio bien» le impide hacer lo que desea.
    Esto sucedía con el clero católico/protestante que impedía el divorcio «por el bien de las familias», sucede con el empresario que hace lobby para ahogar innovaciones comerciales «por el bien del mercado», y con el intelectual que impide al operario convertirse en propietario «por el bien del Estado». Todos ellos temen a la libertad porque -al final- la libertad del otro ataca sus privilegios y le obligan a (¡que horror!) competir con quienes pueden ser más hábiles, o más previsores, o más talentosos.
    ¿El liberalismo es perfecto? No, como ninguna idea humana lo es. La cuestión es que promueve la libertad de todo humano (solo del «emprendedor»), y como consecuencia se enfrenta a los credos que buscan ahogar esa libertad en alguna de sus variantes.
    Por ello no todo capitalista es liberal: un capitalista puede abominar de la equidad de derechos de la mujer, promover la intolerancia religiosa, atacar la regla «un ciudadano, un voto», fomentar la discriminación étnico/social, o defender dictaduras… todo eso lo tona «antiliberal», al igual que el marxista que odia rabiosamente toda libertad de expresión y promueve la «dictadura del partido» alegando que esto es «lo mejor» para los individuos.

  2. miguel calderon

    No la acuso de no creer en la propiedad privada, yo digo que Ud es socialista, y no una liberal. Lo ratifica con el rol “controlista” del estado que menciona es su escrito y en otros siempre en la línea del Estado planificador. La delata también el uso de “neoliberal”, término que no existe en el liberalismo y que sólo es utilizado por sus enemigos, de modo despectivo, con el objetivo de desacreditar y marginar, algo tan propio de comunistas y socialistas. Y su admiración por el fronterizo Stuart Mill, no sorprende, abundan los trabajos que lo sitúan dentro del socialismo (y debió serlo para aguantar de pareja a una sindicalista alocada).

    Sobre la propiedad privada, le dejo el art. 2 de Declaración de Derechos del Hombre y Ciudadano de 1789, que demuestra que para los liberales que usted admira, la propiedad privada es elemento fundacional y determinante, o sea lo que Ud. me ha venido refutando:

    “La finalidad de cualquier asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.”

    Se comprende porque ud, socialista, no reconoce la real importancia de la propiedad, que como expliqué está en el gen del movimiento liberal, en UK 150 años antes de las cortes de Cádiz (incluso más) que es usted reivindica con especial énfasis para construir el discurso de que el liberalismo gira en torno a la democracia y derechos humanos. Y poder acoplarse a él.

    Las políticas que usted defiende, decenas de ministerios, incluyendo absurdos como Midis, Mujer, Ambiente y otros, con millones de burócratas mantenidos por el Estado, las cuotas de género tan discriminadoras como antiliberales, políticas impositivas, control estatal y otros responden a una visión del Estado planificador, que actúa de arriba hacia abajo contra la libertad individual, que es propio del socialismo y comunismo.

    Por el contrario, el liberal busca un estado infimo, limitado a seguridad, educación y salud, mínima intervención en la vida y en la economia, desregulación e imposición, confiando en las reglas del mercado. El individuo actua libremente respetando el proyecto individual del otro. Los liberales no planifican nada, ni siquiera proponen un estado de felicidad como los comunistas y socialistas, no actúan desde el Estado hacia abajo, pues el bienestar o llamemos el bien común se construye de abajo hacia arriba, desde la libertad del individuo y su libre interrelación con otros principalmente en el mercado.

    Ya alguien le indicó que en el Perú del s. XIX los mentores de la reforma liberal más importante (abolición de esclavitud) creían firmemente en la propiedad privada, por eso se pagó a los dueños de los esclavos como también se pagó la deuda de independencia. Si usted se considera gran liberal, debería repudiar a Velasco, y al menos, defender el pago de la deuda de reforma agraria a valor presente, ya que estimo que usted jamás defenderá que se le restituyan la propiedad privada que se les robo a los propietarios.

  3. Miguel Calderon

    noto que están censurando mi opinión. que pasó? Supongo que es un error, no podría pensar que se debe a una orden desde inglaterra? si ella es liberal, democrática y defensora de los derechos individuales (entre ellos el de opinión). Ustedes también no?

  4. Victor Caballero

    Siempre se aprende mucho de tus articulos Natalia, un abrazo

  5. Ricardo

    Gran artículo, lamentablemente existe una gran confusión de lo que significa liberalismo, tomando únicamente el concepto de la variante económica.

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