Leer bajo su propio riesgo


Tres preguntas sobre la vacuna del COVID 19 que los antivacunas nos distraen de hacer 


Este artículo es arriesgado porque puede dar lugar a malinterpretaciones. Aunque lo he revisado varias veces ­–y adjunto fuentes–, sé que puede ser sacado de contexto, pero confío en las preguntas que hago, en el criterio de quienes me leen y en que siempre es mejor consultar que suponer. Así que aquí vamos. 

           ¿Qué preguntas honestas deberíamos hacernos sobre la aprobación de las vacunas?

           1. ¿Tenemos realmente acceso a la información? 

           Sí y no. Las vacunas para el COVID 19 están siendo desarrolladas por farmacéuticas que poseen las patentes de las mismas. Esto significa que solo ellas las pueden desarrollar, porque el modelo de negocio farmacéutico se basa en tener esta información de forma exclusiva. Este modelo siempre ha existido, , pero la pandemia ha amplificado sus problemas éticos. 

           Por otra parte, la información clave para determinar la seguridad y eficacia de las vacunas sí son accesibles, tanto para las agencias reguladoras de medicamentos de cada país, como para la comunidad científica y el público en general.  Ejemplos de ello son la publicación del  y.  Esta apertura de información nos permite conocer qué poblaciones participaron en los estudios, cuántas participaron y qué número de contagios se observó, entre otras cuestiones. 

           Este es un primer paso para la democratización de la información científica, pero hay quienes exigen más: unacomo propone Els Torreele, experta en salud pública y acceso a medicamentos.  La transparencia radical aboga por hacer públicos los debates de los expertos dentro de las agencias de medicamentos, especificar a qué intereses responde el diseño de los estudios y señalar los conflictos y las presiones políticas. 

           2. ¿Estamos obteniendo la mejor vacuna, o la más rápida?

           Aquí debemos analizar tres nociones: “segura”, “mejor” y “rápida”. 

           La seguridad se demuestra con estudios clínicos y las agencias de regulación estudian si los beneficios de obtener una vacuna sobrepasan los riesgos. Todas las vacunas tienen un riesgo. Conducir un auto conlleva cierta inseguridad, pero ya la asumimos, porque nuestra experiencia y la estadística nos indica que los beneficios sobrepasan los riesgos. En el caso de las vacunas, los riesgos pueden ser un dolor de brazo, una fiebre o, en algunos casos –muy, pero muy extraños–, alguna complicación severa (en ningún caso autismo). Cualquier molestia que nos pueda causar la vacuna no es comparable a la molestia que nos causaría la enfermedad. 

           Lo de “mejor” y “más rápida”: después de nueve meses sin abrazar a nadie, la mejor vacuna para la mayoría es la más rápida. Sobre todo, para el personal médico que vuelve a observar un . Para ellos, la mejor vacuna es la que pueda estar disponible hoy. 

           Y aquí viene el lugar para las preguntas honestas. Casi filosóficas. ¿Es la vacuna de Pfizer la “mejor” opción, cuando logísticamente es la más complicada? Depende. Tal vez sea la mejor para los lugares donde se puede asegurar su mantenimiento a -70 grados, pero no sería la mejor en territorios menos accesibles. ¿Es la vacuna de Astrazeneca la mejor porque no requiere temperaturas extremas y por ser más barata, aunque requiera una segunda dosis? Puede ser, solo si la población se va a comprometer a vacunarse dos veces. 

           ¿Sería mejor para nuestro gobierno apostarlo todo a las primeras vacunas que pueden ser más caras, de difícil acceso y logísticamente más retadoras, con tal de reactivar nuestra economía? ¿O esperamos a una que se adapte mejor a nuestra realidad mientras asumimos medidas más estrictas? Al final, ni lo uno ni lo otro: no tenemos aseguradas las primeras vacunas disponibles, y ya nadie hace caso a las restricciones. 

           3. ¿Debemos exigir más transparencia cuando los antivacunas están respirándonos en el cuello? 

           Al exigir transparencia, nos tenemos que hacer responsables de la información que no nos gusta. La amenaza de los antivacunas logra que nos autocensuremos antes de preguntar quiénes van a administrar las vacunas, qué expertos las van a revisar en Perú, cómo se va a asegurar la logística, cómo va a ser la regulación legal en casos de efectos secundarios inesperados, etc. Cuando los medios de comunicación y nuestros amigos antivacunas están a la orden de las malinterpretaciones, la transparencia puede dejar de ser radical. Y la duda ofende.

P.D.: Para informarse un poco más al respecto, recomiendo esta columna de opinión  y la últimaa Els Torreele en El País, acompañada de este, que aclara algunos puntos que podrían malinterpretarse.

4 comentarios

  1. Daniel Tello Trillo

    Aprendi un monton! Gracias por explicar!

  2. Haydith Del Aguila Valera

    La vacuna se ha vuelto un tema mediático de culpabilidad a la gestión del gobierno, con claro desconocimiento que como país, la burocracia administrativa es extrema, con una montaña de normas legales, reglamentos, resoluciones administrativas, directivas internas, entre otros, y la falta de articulación en los tres niveles de gobierno, con un gestión gubernamental actual mas precaria que esta tratando de entender lo que ha sucedido y viene sucediendo; estamos pues, en una situación muy alarmante en términos sanitarios y socio económico.

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