La sociedad de M 


La congoja por un amigo al que han maltratado en la calle


Mi amigo M nunca ha necesitado salir del clóset porque sus ademanes y su voz de soprano anuncian su homosexualidad con luces de neón. Dicha efervescencia compite y pierde con su capacidad para hacerse querer: su empatía raya en compasión latente y suele descuadrar con sus comentarios jocosos, a veces ingenuos, incluso cuando se discuten temas luctuosos. 

Tales son las razones por las que sus amigos nos quedamos muy preocupados cuando, hace unos días, con el acicate de un par de tragos, nos contó un par de sucesos que le habían acontecido en la calle. El primero ocurrió en el pasillo de un centro comercial, mientras le explicaba a unos clientes extranjeros ciertas particularidades del mercado peruano. Lo veo entusiasmado, apoyando sus conceptos en su simpática gestualidad, hasta que llega el desconcierto: un muchacho que pasea por ahí se le acerca un poco más de la cuenta, pero antes de continuar sus pasos deja retumbando esa burla homofóbica que los peruanos conocemos muy bien: “¡sao!”. 
Imagino su estupor, el pasmo de sus interlocutores extranjeros, la sonrisa estúpida del granuja alejándose. Aquel incómodo segundo habría quedado en anécdota aislada de no haber ocurrido lo siguiente algunos días después.

M había ido a recoger un par de sillas de un taller de refacciones y el taxi ya había sido asignado por la aplicación de su teléfono. Una vez que el vehículo se estacionó al frente, mi amigo levantó una silla en cada mano y se dispuso a cruzar la pista en el preciso instante en que un transeúnte le espetó a boca de jarro su condición de homosexual. Con ambas manos ocupadas, en mitad de la calle, mi amigo vio que el taxista se puso nervioso, puso primera y canceló el viaje mientras se alejaba.

Si lo del centro comercial puede malograr un día, la repetición ya jode la vida.

Cuando en la reunión editorial de Jugo de Caigua mencioné que probablemente escribiría sobre estos sucesos, Mariela Noles Cotito contribuyó con una metáfora que llamó la del corte con papel. A todos nos ha ocurrido alguna vez cortarnos con ese filo y, aunque nadie se percate de nuestra herida, ahí está, doliendo al menor contacto. Tal es la característica de las microagresiones y las mujeres también las han conocido a través del machismo: no son tan abrumadoras como para convertirse en titulares, pero martillan como las punzadas de una jaqueca y, cuando ocurren seguido, se termina con la vida minada. Si bien lo ocurrido con M han sido pequeñas agresiones individuales, estas invasiones en la vida ajena suceden a cada instante y con muchas personas como él a la vez: son síntomas de una estructura que ataca a quien se aleja del estereotipo culturalmente establecido como válido y “natural”. 

Durante las últimas décadas, los liberales y progresistas de Occidente vieron que sus causas iban ganando terreno en los imaginarios, en las legislaciones y en las políticas públicas de sus países, pero el optimismo hace olvidar que los avances de reforma de la humanidad suelen ser seguidos por contrarreformas. Ninguna transformación, sea personal o social, es un recorrido lineal de un punto A hacia un punto B, sino más bien un zigzag con avances, treguas  y retrocesos parciales. 
Quisiera consolar a mi querido M diciéndole que ahora mismo estamos en esa pugna y que no todo se ha perdido: la reciente y multitudinaria Marcha del Orgullo en Lima que tanto lo emocionó al sentirse acompañado es una muestra de que el cambio continúa.

Pero es verdad, también, que la vida humana es corta en comparación con los procesos históricos. Los días de mi amigo M se acumulan cada vez con más rapidez y, cuando menos se dé cuenta, habrá pasado una vida regada de improperios, cuando lo natural en cualquier sociedad en la que se respeta al individuo sería que nadie te joda por tener la vida que te tocó tener. 

Lamentablemente, esa es una de las razones por las que M se irá del país.

Es decir, una persona buena y profesional, que aporta a nuestra sociedad su talento y optimismo, y a sus amigos su alegría y cuidado, se llevará esas virtudes para enriquecer otro lugar, empobreciéndonos más a quienes nos quedamos.

En otras palabras: la futura sociedad de M se verá engrandecida gracias a la sociedad que lo ahuyenta. Qué país de m es el que hemos forjado. 

7 comentarios

  1. Carlos Muente

    Así es Gustavo, el maltrato hacia otros es algo que se debe evitar, nadie es quién para juzgar a otros, pero nos creemos con derecho a hacerlo.

  2. Giovanna

    Qué pena lo sucedido. Qué pena vivir en bonito país repleto de trogloditas, machistas, racistas, clasistas. Así como las personas gays sufren microagresiones constantes, las mujeres y los «cholos» también las sufrimos a diario. Si bien M tiene las posibilidades económicas para irse a un «lugar mejor «, a los pobres «indios» (en palabras de la blanca Malcricarmen) no nos queda más que seguir luchando con el alma encallecida (si cabe el término ).

  3. Paul Naiza

    Querido Gustavo, interesante lectura, espero que M prospere, y a su vuelta nos dé una lección de M.!!!

    • Gustavo Rodríguez

      Que prospere, eso. Lo merece.
      Un gran abrazo, Paul.

  4. Rafael Donayre

    Una verdadera lástima y muestra de intolerancia humana lo sucedido con M….cuesta y costará mucho aun consolidar un país inclusivo

  5. Carlos Osorio

    Son tiempos de retroceso en visibilidad, derechos, códigos sociales, etc. Exhacerbados por las acciones arteras de políticos ignorantes de los padecimientos de las minorías. Lamentable. Solo queda seguir peleando en favor de esos grupos vulnerables.

  6. Lourdes

    Coincido contigo : qué pais de m hemos forjado.
    Ahora me tomo la libertad de señalarlo cada vez que escucho u observo esas expresiones y acciones miserables contra aquellos. Saludos cordiales, un placer leerte Gustavo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

tres × uno =

Volver arriba